Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de octubre de 2009 Num: 763

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vicente Gandía:
jardín del tiempo

CHRISTIAN BARRAGÁN

Lezama Lima y el otro romanticismo
GUSTAVO OGARRIO

Paradiso
(fragmento del capítulo IX)

JOSÉ LEZAMA LIMA

El hombre al que sólo lo calman los clásicos
CARLOS LÓPEZ

Los collages de
Rosa Velasco

MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

La cara artística de la Luna
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

“La Bamba” alemanista y la primera arpa jarocha
YENDI RAMOS

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Hugo Gutiérrez Vega

LAS EMPRESAS INFORMATIVAS Y LA ENAJENACIÓN (III DE VII)

Ferguson (citado por Karl Marx en El capital), había anunciado en los albores de la Revolución industrial el recrudecimiento de la enajenación humana, al decir a sus contemporáneos: “Estamos creando una nación de ilotas; no existe entre nosotros un solo hombre libre.” La nación universal del comercio, la producción y el consumo: la que hace que el hombre no logre afirmarse por medio del trabajo, sino que, por el contrario, se niegue a sí mismo, víctima de las coacciones de la necesidad física. El trabajo no representa para él la satisfacción de una necesidad propia; es nada más un medio para satisfacer necesidades que le son extrañas. El mundo de la relación entre el productor de mercancías y el trabajador, que es el que define los rasgos fundamentales de la sociedad moderna, tiene en el umbral el letrero comentado por Marx en El capital: “no admittance except on bussinnes”. Esto es indicativo de la actitud que considera al hombre como nada y al producto como todo.

Aceptando el hecho indiscutible de que la estructura mercantil rige todos los aspectos de la vida moderna y de que la mentalidad mercantil es la que fija los términos y características de las relaciones humanas en la sociedad capitalista, podemos concluir que en nuestro medio el trabajo del intelectual ha llegado a ser una simple mercancía y las creaciones de la mente un mero artículo de comercio. En sus Debates sobre la libertad de prensa, Marx preguntaba “¿Es la prensa leal consigo misma?, ¿es libre la prensa cuando se rebaja a una función comercial?, y afirmaba, haciendo así un llamado a los periodistas de su tiempo: “La libertad de prensa consiste, ante todo, en no ser negocio.” Ya en su época, la llamada gran prensa había descubierto que las malas noticias hacen aumentar la circulación más que las buenas, y que el periodista debía proporcionar a los lectores una conmoción semanal o de preferencia diaria.

Para hablar del papel de los medios en la enajenación del hombre contemporáneo, se debe huir del pensamiento que dirige la crítica a fenómenos superficiales y advertir que no se aceptan las premisas básicas de la sociedad, objeto de esa crítica. Nuestro propósito debe ser, como afirma Marcuse en La agresividad en la sociedad industrial avanzada, “permanecer cuerdos en una sociedad dominada por las relaciones del mercado”.

Afirma Vázquez Montalbán que los factores económicos y políticos, y las prepotentes máquinas estructurales han concentrado, en las manos de una habilidosa minoría, la mayor parte de los medios de información y expresión. Estos medios se han convertido en una categoría que, merced a las manipulaciones de los imperialismos y de la ideología burguesa, se constituye en un mito que considera el medio de comunicación de masas como una entidad independiente, siempre capaz de trascender la sociedad en que vive y medra, y a la que, en última instancia, presta servicios inapreciables. Mattelart afirma, con razón, que el ente medio de comunicación de masas se ha convertido en un actor en la escenografía de un mundo regido por la llamada racionalidad tecnológica, en la versión actualizada de las “fuerzas naturales”. Esto explica que la clase dominante, dueña y orientadora de los curiosamente llamados órganos de la opinión pública, al ejercer el control monopólico de esos medios, pueda organizar el jueguito tramposo consistente en denunciar, con voz temblona de orador sagrado a la mitad de una revelación, y levantando el dedo admonitorio de los oradores en las comidas del Club de Leones, la acción nefasta y desorientadora de dicho medios, así como la corrupción y el descarado mercantilismo que en ellos privan. Los medios no están separados de la sociedad en que viven; son su más fiel reflejo, los más hábiles defensores de los intereses de la clase dominantes, los propiciadores de la actitud conformista que es la mejor garantía de perdurabilidad del sistema injusto y antihumano. En el sistema capitalista es la clase dominante la que informa, a través de los medios que controla, a la clase dominada. Insiste en convertir las estructuras de poder político o las empresas mercantiles en las realizadoras de determinadas obras, en las protagonistas principales del progreso social y económico, eliminando a los obreros de la narración de esas epopeyas de la producción. En este caso, como en otros muchos, se dirige no a las clases en conflicto; no a los habitantes de una región sumida en las más agudas contradicciones sociales, sino a una amorfa y conformista opinión pública. Esta amorfidad, como afirma Biedma, elimina la condición de clase de la sociedad en que funciona.

(Continuará)

[email protected]