Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de octubre de 2009 Num: 763

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vicente Gandía:
jardín del tiempo

CHRISTIAN BARRAGÁN

Lezama Lima y el otro romanticismo
GUSTAVO OGARRIO

Paradiso
(fragmento del capítulo IX)

JOSÉ LEZAMA LIMA

El hombre al que sólo lo calman los clásicos
CARLOS LÓPEZ

Los collages de
Rosa Velasco

MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

La cara artística de la Luna
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

“La Bamba” alemanista y la primera arpa jarocha
YENDI RAMOS

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

HILO DE SANGRE AZUL
RÍO LUMINOSO DE SOMBRAS

JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS

Patricia Lara acaba de publicar un libro excepcional, Hilo de sangre azul (Bogotá, Norma, 2009), en donde registra con su singular estilo –en el que la novela y la crónica se entremezclan en delirante bitácora de acontecimientos–, uno de los capítulos más sucios de la historia colombiana.

La novela se inicia con una trama que engancha al lector desde el primer párrafo. Sara Yunus, periodista de la Unidad Investigativa del diario El Meridiano, tiene cita con su novio, Sergio Sader –un sociólogo y filósofo de izquierda con quien se conoció un 26 de julio en Santiago de Cuba–, para oír a Chucho Valdés en el Teatro Libre de Chapinero. Las boletas las tiene Sara en su apartamento, por lo que se ve obligada a ir a recogerlas, pero al llegar al edificio le llama la atención una mancha roja seguida por un hilo de sangre que sale de la puerta del 201, donde habita el financista Pedro Ospina.

Desde ese momento se inicia un verdadero laberinto narrativo donde van y vienen hombres y mujeres tanto del alto como del bajo mundo que habitan el edificio Portales de La Cabrera, al norte de Bogotá.

Ospina es un financista aventurero y buenavida que se casa con Margarita Díaz, la hija única e idolatrada del todopoderoso magnate mexicano Venustiano Díaz y de doña Sofía Obregón de Díaz, una dama otoñal, supersticiosa, aficionada al esoterismo. La pasión sexual irrefrenable por la mulata guajira Paola Abuchaibe lleva a Ospina a la ruina, no sólo económica y empresarial, sino matrimonial y personal, a tal punto que el multitudinario acoso de sus acreedores lo lleva a pensar seriamente en el suicidio.

Su abogado, Juan de Dios Cleves, un provinciano de origen humilde, trepador social, ostentoso de su propia importancia y dueño aparente de un harén de mujeres de diversa calaña, es el personaje central para el desarrollo y desenlace de la trama principal, junto con su asistente Eduviges, una amarga solterona que obedece ciegamente a su patrón.

Desde el momento en que Sara Yunus examina el cadáver yacente del suicida, sufre una profunda y obsesa duda metódica acerca de las circunstancias de su trágico fin, pues los expertos en medicina legal le informan que solamente una cabeza pendiente y no acostada puede manar un arroyo de sangre semejante al que vio la periodista. ¿Se trata, pues, de un suicidio o de un asesinato? Esta pregunta punzante y recurrente recorre las 255 páginas de Hilo de sangre azul hasta su respuesta final, que desde luego no será revelada aquí.

Entretanto, la escritura de Patricia Lara hace gala de destreza literaria y agilidad periodística, al mostrar en cada personaje recreado piezas fundamentales de su historia: Elvira Gutiérrez, la portera, y su hijo Juancho; Karen Santa Cruz, modelo y presentadora, humillada por el poderoso banquero don Jesús Echeverri y Martínez, y luego recogida por un narcotraficante chambón y neurasténico llamado Rafael del Castillo; las hijas del ex presidente Nicolás Urrutia, Pepita y Jacqueline, casadas, respectivamente, con el ministro Pablo Armando Iregui y el senador costeño Toño Támara, la primera puritana y avara, y la segunda, amante secreta de su cuñado Iregui; y una pléyade de hombres y mujeres que desde un segundo plano van completando las claves necesarias para descubrir la verdad final.

El edificio es la alegoría del universo narrativo de Hilo de sangre azul. Pero por fuera de él, aparece el dueño de El Meridiano, don Eloy Castillo, hombre de extrema derecha pero justamente querido y admirado por Sara Yanus como figura paterna. Un día, don Eloy rompe bruscamente y sin explicación alguna su relación afectiva y periodística con Sara, pero meses más tarde, en París, se reconcilia con ella durante un encuentro en el restaurante Maxim's y se convierte, al final de la historia, en la pieza definitiva para el esclarecimiento de la muerte de Ospina, gracias al testimonio de Gabriel, su hijo homosexual.

A medida que el lector va avanzando, va dándose cuenta de que a cada capítulo la autora nos sorprende con un nuevo y supuesto sospechoso de la muerte de Pedro Ospina. Sara Yunus, que tiene la facultad de hacerse fácilmente a la confianza de la gente, escucha el monólogo personal de los distintos vecinos y de amigas, y luego va sacando conclusiones que sólo revela a Sergio durante sus cenas o en las noches íntimas de pareja. De manera que Patricia va conformando, capítulo a capítulo, una auténtica novela policial, como si un detective contara una personalísima experiencia profesional.

Pero al lado de esto, Patricia Lara esplende como una gran conocedora de los más intrincados secretos del oficio narrativo. Sabe, como Proust o Faulkner o García Márquez, que toda gran nove la está construida con buenas dosis de poesía, pero que al mismo tiempo es una relojería peculiar o una construcción catedralicia donde no puede ni debe fallar el más insignificante de los detalles.

Sorprende el cuidado con que describe los escenarios particulares de una determinada acción: la música que escuchan los protagonistas, las comidas y bebidas que consumen, el mobiliario que los acoge: la gran cama de cobre con plumón forrado y monograma bordado a mano, sillas isabelinas, tapetes de la India, lámparas de Murano, pisos de madera granadillo o porcelanas Capodimonte, siempre testigos mudos de las más ardientes pasiones carnales o de las revelaciones de los seres de luz que alucinan a doña Sonia luego de compartir el lecho con su bien dotado amante mulato. Y sorprende también el acertado manejo de las diversas convicciones que allí se expresan y la certeza permanente de la primacía de los valores de la ética, la nobleza y la generosidad sobre tanta purulencia que salpica sus almas.

Y por encima de todo, está el amor. La ternura, la justicia y la inteligencia, representadas en Sara Yunus y Sergio Sader, están siempre presentes en medio de besos largos “de esos buenos”, mientras “hacen el amor con amor”. La novela vibra de alusiones musicales desde la audición de Chucho Valdés que abre la trama, pasando por el Concierto No.2 de Rachmaninov, las Cantatas de Bach, la Misa de coronación de Mozart o el Concierto de Colonia de Keith Jarret, sin que falten las canciones de Carlos Vives, Shakira y los Hermanos Zuleta, entre otros, hasta “Muchacha bonita”, “Quiéreme mucho” o “Cámbulos y gualandayes”, o la de Eduardo Cabas –interpretada por su hijo– que habla del “calvario de los colombianos” cuando pasan por la inmigración gringa y les preguntan: “¿Quién es usted?” Y Cabas responde: “Caribe soy, a mucho honor, el único lugar donde aún se puede vivir de una ilusión.”

La minuciosa descripción de los vestidos masculinos y los trajes femeninos aflora de manera permanente, lo mismo que las comidas y bebidas de determinados instantes de la obra: desde entremeses de manzanas al horno con almendras ralladas y queso de cabra, pasando por pimentones marinados en aceite de oliva; caviar ruso, pasabocas mousse de hongos salvajes, rigatoni con almejas, hasta la típica lechona con arepas de trapo e insulsos, más los totopos, quesadillas, tortillas, chilaquiles, moles, chiles en escabeche y changos que sacian la gula azteca de don Venustiano. Desde los vinos blancos piamonteses del norte del Lago de Garda, el amaretto Disaronno junto con el whisky Johnny Walker Sello Azul o la vodka Stolichnaya, hasta el postrer aguardiente bebido por el infortunado protagonista.

Pero a medida que avanzamos en la lectura, Pedro Ospina va ganando terreno en el corazón de los lectores, quienes comienzan a experimentar afecto por este donjuán ambicioso y manirroto, y a sentir eso que don Baldomero Sanín Cano denominaba tan certeramente la pesadumbre de la belleza, y cree uno ver de pronto al poeta José Asunción silva acosado por familiares y acreedores, lo mismo que a José Fernández, el personaje de su novela De sobremesa, así como también a B.K., el protagonista de Los elegidos, donde su autor, Alfonso López Michelsen enjuicia a su propia clase, la alta burguesía bogotana, y coloca a algunos de sus representantes en la boca del lobo de sus lectores.

Cuando al final de la historia Sara Yunus, retirada en París del mundanal ruido, se entera de manera inesperada de la verdad acerca de la muerte de Pedro Ospina, cuando logra por fin desentrañar aquel nudo que parecía indescifrable, se indaga a sí misma acerca de cómo hacer para revelar ese oscuro universo donde se recrea, entre torcidas tinieblas, el tejemaneje de una sociedad cuestionada en su comportamiento social y en su conducta moral. ¿Cómo hacer para dar a conocer la verdad de la muerte de este pobre burgués desafortunado? ¿Dónde y en qué forma?

Y Sara Yunus toma entonces la decisión más sabia de su vida, para emprender el único camino posible para contar su verdad: el mismo que sin duda también hubieran emprendido Patricia Lara y quien les habla: escribir una novela.