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Cómo se mama la prepotencia (II Y ÚLTIMA)
Para cocinar un yúnior de cepa o una atorrante burguesita es absolutamente necesario, perdónese al de la voz la audacia descriptiva del vulgajo edípico, darle en la madre a la familia. Es necesario un adecuado tono de descomposición familiar alambicado con borracheras y desmanes paternos, y que el futuro yúnior, si no puede presenciarlas, por lo menos escuche claramente las trifulcas conyugales a puerta mal cerrada. Que no falten insultos, recriminaciones, reproches ni azotones de puertas tal que debió dictar la educación sentimental de los padres consumidores de telenovelas, desde arquetípicas y antediluvianas, como Cuna de lobos hasta la actualidad dinámica de Patito feo, La rosa de Guadalupe, esto si los padres son pasto de Televisa, o las también excelsas producciones de infalible estulticia que fabrica tv Azteca, como Cada quien su santo, Pobre diabla o Lo que callamos las mujeres… revulsivos de la mejor calidad.
Para avivar trifulcas, nada mejor que mencionar un embarazo no deseado durante aquel noviazgo añejo que hoy parece no haber existido nunca. Que la corrupción de la conciencia se vaya haciendo inocultable, pues, de manera que nuestro yúnior en ciernes vaya captando de muchas maneras cómo se falta a la verdad con impunidad al menos aparente cuando no consentida. Las madres estarán obligadas, por precepto inviolable en nuestra histórica falocracia, a soportar cualquier desplante del varón para, muy de vez en cuando y eso si la culpabilidad no las sofoca, irse con alguna amiga divorciada a “echarse un rulo al aire” (aclaración in vulgo del escribidor: rulo, con erre), pero estos casos serán extremos y pertenecen ya a la ambigua zona limítrofe donde en vez del atorrante yúnior se cocina un peligroso sociópata, y no interesa por el momento que nos aventuremos a bracear en aguas tan edípicamente procelosas.
Ahora que tenemos los padres perfectos falta solamente ratificar el importantísimo parámetro socioeconómico: el dinero es requisito indispensable, aunque no necesariamente debe tratarse del propio; sobran los ejemplos de familias que han producido magníficos yúniors, perfectamente insoportables y a cual más de irresponsables sin poner ni un clavo de la propia bolsa: para eso están los préstamos ilícitos (como los “autopréstamos” de algunos banqueros y empresarios), los fraudes a las aseguradoras, las prácticas comerciales de ética endeble y, claro, los recursos del erario público cuando papá es desde burócrata de medio pelo hasta secretario de Estado, gobernador o, qué maravilla, el mismísimo presidente del país.
Ahora sí, ahí viene el principito. En realidad la cosa es más bien sencilla; basta vivir lo más parasitariamente que se pueda, dejando de soslayo cualquier incómodo precepto ético mientras se cultiva una bicéfala moralina con énfasis en la discriminación sexual: la misoginia es un subproducto de la prepotencia, y para asegurarla basta estimular al nene cuanto revolcón quiera y pueda darse (esto, si no resulta que el nene prefiere un modo de vida alternativo con un coreógrafo filipino, ante lo cual habrá que hacer miocardio de la entraña y mandarlo cuanto antes a vivir a New York o Barcelona, lejos de parientes metiches y amistades hablantinas o, peor, reporteros y paparazzi hematófagos), mientras que a la nena, desde la pubertad, se la condicionará como perro pavloviano a salivar ante la perspectiva de ser fulanita de alguien en lugar de ella misma, siempre y cuando, claro, el futuro yerno la trate como a una reina y le regale camioneta de lujo, pertenencia al club de tenis, mensualidad del “yím” y al menos dos viajes al año a esa prototípica maravilla moderna que es la ciudad de Las Vegas, aunque en lo oscurito la agarre a moquetes.
Riegue entonces, como si de florecitas se tratase, las manitas de su retoño con dinero contante y sonante. Dele un auto deportivo o una imponente camioneta, y enséñele desde chiquillo que un policía no merece respeto, que los semáforos son una extravagancia para decorar esquinas y que con buenos pesos en el bolsillo, en este país se puede hacer lo que sea, de la violación al desfalco, porque siempre hay un abogado o un tío influyente a su disposición. Si el bebé sobrevive a su propia estolidez y no se despedaza en un accidente por jugar arrancones ahogado de borracho, o no se lo matan a balazos otros yúniors, o una banda de macuarros realmente malvados con o sin placa, podrá usted, por fin, respirar tranquilo. Es bronca del resto de nosotros tener que lidiar con su linaje.
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