N
o voy a ir a votar porque siento que nadie me representa
. Esta frase, que se escucha cada vez que se aproxima una elección –histórica– como la que tendremos en un mes para renovar uno de los poderes de la República, implica un tipo de despolitización que lo mismo se oye entre universitarios que entre ensayistas muy connotados. Se vincula con otros prodigios de la cultura de la inmediatez. No me representa
está relacionado con escribir un libro sin haber leído otros libros o, como dijo Martin Amis, la idea de que uno tiene una novela dentro es, en realidad, la idea de que uno tiene recuerdos propios
. Tal y como, desde hace 250 años, la novela se escribía en tercera persona y, de pronto, en los años 70 del siglo XX comenzó a hacerse desde la primera persona; así, igual, lo público dejó de ser un ejercicio de imaginación donde uno pertenece a una patria y reconoce como iguales a personas a las que nunca va a conocer, para dar paso a la política como identificación y, por supuesto, a la imposibilidad de que alguien que no sea yo mismo pueda representarme.
Por supuesto, que el cambio del ellos
al yo
no implica sólo un vuelco gramatical, sino de temas, sentidos y ópticas. Baste recordar los temas de la novela en sus primeros 250 años: el mercado matrimonial, la llegada a las ciudades, la revolución, el colonialismo, los personajes tratando de encontrar su coherencia dentro de una sociedad en mudanza. Luego, con el siglo XX, la guerra total, el flujo de la conciencia, la imitación cinemática hasta el pastiche de los años 60. Tal y como desaparecieron las dimensiones sociales en la política neoliberal, en la llamada autoficción
el planeta está poblado por yo-yos
. Sin flitros, diciendo las cosas como son
, asistimos a la exaltación de una presencia que existe antes y casi en contra de su representación. Es decir, una cualidad antiliteraria que reniega de la imaginación y quiere presentarse como puros hechos testificados por quien los vivió. Es como si la literatura de mesa de novedades se hubiera llenado de reality shows: memorias, auto-ficciones, ensayo personal.
Éste es un acento cultural que se ha difuminado en muchas áreas. Hablando de elecciones, en la idea de que los candidatos deben hablar exclusivamente de ellos mismos, su familias, y que sus campañas deben ser una exhibición impúdica de su intimidad volcada a lo público. El elector solitario, entonces, votará por si le parece que las experiencias y expresiones del candidato lo llevan a identificarse con él. Las elecciones dejan de ser políticas y se convierten en terapias. Así como en la literatura de la autoficción, también en la política no se trata de ejercer esa facultad del sentido común que es imaginar a los demás, configurar una idea de justicia y practicar una forma de pertenencia a una patria. Se trata, en cambio, de averiguar quiénes son ellos mismos a través de la política.
En su ensayo sobre la inmediatez, Anna Kornbluh describe así este efecto en la literatura: “‘Escribe lo que sabes’ es la elevación de la experiencia vivida del sujeto individual a un tratamiento literario; la desconfianza hacia la autoridad desvinculada de la experiencia; la filtración de las dinámicas sociales e históricas a través de lentes subjetivas (o el descrédito activo de las lentes objetivas); la promoción de la fenomenología como horizonte límite para el conocimiento; la empresa del confesionalismo; la preocupación por la vida doméstica (ya sea la infancia o el matrimonio).” Lo que sucede es que esta tendencia a la yo-ización
de nuestros relatos acaba por coincidir con la cultura digital de los meta-data
, donde no hay posibilidad de contar nada cualitativo, sino sólo cuantitativo. El yo
sólo puede ser desglosado. Veamos: lo que me pasó, lo que quiero, el cuerpo, desde la punta de la cabeza hasta el dedo meñique, los sueños y las excreciones por igual, los orificios y sus usos varios. Son desgloses que no conducen más que a un listado de cosas. Listados que se parecen mucho a los algoritmos, a las listas de los mejores libros de la historia, las mejores escenas de película, los riffs del rock. Todo es una lista, pero eso se desvincula de la historia, lo social, los demás y el nosotros.
Muy pronto la memoria pasa a convertirse en una marca personal. Así, vuelven a coincidir la yo-ización
con la economía neoliberal, la de ver a las personas, no como sociedades, sino como capital humano
; un nombre que se le pone a los perfumes, ropa, hoteles o la portada de tus memorias, cuando eres de la élite mediática o capital humano
desechable si eres de 99 por ciento restante. La autopresentación, antes y en contra de la representación, es la única exigencia para estar en las redes, en Tik-Tok, Instagram, X. Como escribe Anna Kornbluh: Instagram es memoria en tiempo real. Es memoria sin el acto de recordar. Es derribar la distancia entre escritor, lector y crítico
. Este aplanamiento de esferas distintas es una especie de vaho que embadurna y hace todo un embarrado en torno a la marca personal. Si la identidad individual está basada en la solidificación de la experiencia, entonces literatura o política no son ya cultivadas sino emanadas. Escribe Kornbluh: la capacidad de decir cualquier cosa a quien sea, pero rápido, es una velocidad que no sólo es tecnológica sino también cognitiva y afectiva
.
Volvemos al no me representa
. La cultura dominante evacuó lo social de su entraña y, con ello, la imaginación que nos permite pertenecer a un mundo que no conocemos con nuestros ojos y experiencia. La reducción del mundo al yo
se agudiza cuando el yo
se transforma, a su vez, en una marca personal, en una presencia antes de la representación. Por eso, parece muy actual con su respectiva aura de superioridad permanecer en la distancia que existe entre el cuerpo libidinal de cada uno y la sociedad en la que deambula. Para ellos no hay futuro, sólo fluir.