La importancia del trabajo político
al vez no se haya visto así, pero para hacer valer la Constitución por encima de cualquier interés se requirió de un profundo trabajo político que por fin rompió los cimientos de la era neoliberal, que ahora sí toca a su fin.
Podríamos hablar del triunfo de la gente sobre un grupo de profesionales amafiados para tratar de sacar ventajas desmesuradas –más allá de las que les proporciona la nómina– al quehacer de impartir justicia, pero eso sería muy corto.
Esta vez, repito, se destruyó la red de protección del neoliberalismo para iniciar una era de reconstrucción necesaria luego de una guerra prolongada con daños aún no cuantificados en su totalidad, porque sería imposible negar que se dieron con todo y que en esa batalla se jugaba, de muchas formas, el futuro del país.
El diseño de la vida en la Corte fue planteado de tal forma que ellos, los habitantes de ese núcleo especial, deberían convertirse en sus defensores más acérrimos, de ahí los muy altos salarios y la autonomía que de ninguna manera era la libertad del organismo frente a los otros poderes –sólo hay que recordar cómo se volvieron cómplices y comparsas de las atrocidades cometidas en contra del país–, sino el permiso para hacer y deshacer a su antojo, por eso la enorme lista de nepotes, y por eso también es explicable la lentitud para algunos casos y la rapidez en otros.
El cambio, la derrota o como usted le quiera llamar, viene de donde ellos, jueces magistrados, ministros y burocracia de la Corte en general, menos esperaban, porque era lo que más despreciaban: de la gente.
Nadie se explica cómo fue que el ministro Alberto Pérez Dayan cruzó la línea, con todo en contra, y se convirtió en el verdugo de los cancerberos del bastión neoliberal, pero lo que ahora resulta imposible de negar es que desde el gobierno se efectuó un trabajo político de filigrana que ya había caído en desuso.
No se trataba de recordarle sus días como oficinista en la Comisión Federal de Electricidad, es decir, de trabajador raso, para que entendiera la profundidad de la reforma, ni tampoco de sus reflexiones al respecto.
Aunque nadie lo acepta, se sabe que Pérez Dayán conversó con gente del gobierno, y si bien esas conversaciones no fueron necesariamente definitorias, sí sacudieron su conciencia y desde luego influyeron en la decisión final.
Es importante poner en su lugar el trabajo del gobierno en el juicio de la Suprema Corte respecto de la reforma judicial porque responde a la inquietud de muchos que sentían que en la conducción política del país faltaba eso: definiciones.
Y la respuesta ahora resulta clara: sin ruido mediático, sin aspavientos de ninguna especie, pero eso sí, con resultados efectivos, se ha empezado a sentir un trabajo político que hace mucho o no asomaba por ningún lado porque se le dejó en manos de organizaciones civiles ligadas a la iniciativa privada, o porque sólo salía del Zócalo.
Y resultó tan importante que sumó, hasta donde sabemos, no nada más la reflexión y el voto del ministro Pérez Dayán, sino el de otro miembro de la misma Corte, quien saltaría en defensa del proyecto de la 4T en caso de que el mismo Pérez Dayán decidiera no acompañarlo.
No hubo amenazas ni chantajes, como se acostumbraba en los gobiernos del neoliberalismo, sino una visión clara del país bajo el poder de un organismo carcomido por la corrupción.
Así pues, la importancia de la reforma tendrá que ser analizada una y otra vez porque no se queda en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sino que impulsa esas transformaciones que ahora sí se pueden hacer. Cuando menos eso esperamos.
De pasadita
Y ya que estamos en el tema, permítame poner en su conocimiento que ahora es el Instituto Nacional Electoral, bueno, de alguno de sus miembros, la idea de ponerle piedras a la reforma del Poder Judicial.
La señora Guadalupe Taddei, que preside el INE, debe recordar que es la gente, mucha gente, la que apoya los cambios que se han aprobado a la Constitución y que de ninguna manera está en riesgo su postura y su posición dentro del organismo. Que no se le olvide.