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La sucesión
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abemus sucesión.

La sucesión fue decidida durante la cena del lunes pasado entre el aparato operador político del Presidente, compuesto por los gobernadores y los cuatro precandidatos presidenciales. Las reglas del proceso sucesorio expuestas por el Presidente perfilaron al candidato de Morena. El domingo en el consejo político de esa agrupación se confirmará el alto grado de unidad con la que se acompañará esas decisión fundamental.

El sustento político. Sobre la base de un larguísimo proceso de décadas, que llevó a la construcción de una vasta red de adherentes al proyecto de AMLO, se finca su apoyo político. El Presidente tiene menos facultades, pero más poder que durante el priísmo. No cuenta con un partido hegemónico, sino con una coalición electoral multiforme, indisciplinada y poco articulada. No cuenta con las grandes agrupaciones sociales del priísmo, ni con redes de asociaciones civiles como contaron en distinto grado tanto Fox como Calderón. La fuerza del Presidente es él mismo. Un líder carismático que tiene una enorme influencia sobre segmentos importantes del pueblo. Logra movilizarlos para propósitos específicos, pero también provoca sobresaltos ante eventos inesperados.

La estrategia sucesoria de AMLO tiene tres pies. Inundar el ambiente político de una expectativa de inevitabilidad en el triunfo de Morena. Establecer incentivos positivos y negativos para que los contendientes internos a la Presidencia de la República no se indisciplinen. Arruinar las posibilidades de triunfos de la oposición para que no se vuelvan atractivos para algún posible disidente interno. Los resultados electorales en el estado de México y también, en sentido inverso, en Coahuila; abonaron a lo primero. Los excesos en los acarreos, particularmente en un acto de precampaña en Puebla, contribuyeron a la regla central establecida por el Presidente para la sucesión: la renuncia previa de los puestos públicos y de elección popular. El espectáculo con el que nos regalaron los Tres Chiflados el lunes confirmó lo tercero.

La gobernabilidad realmente existente. En un ensayo publicado en un libro colectivo 4T Claves para decifrar el rompecabezas (Grijalbo, 2020) señalaba que cuando acontece una alternancia electoral contundente, como en 2018, el campo de batalla es la lucha por los símbolos. Ahí el triunfo de AMLO ha sido contundente. Esta victoria central para este régimen consistió en hacer visibles a los excluidos del pacto neoliberal. Ha sido el tiempo de las causas perdidas, a las que se refirió Monsiváis.

Tres problemas resaltan desde ya y acompañarán todo el proceso de las campañas política en 2023 y 2024.

Las bandas criminales. Su lógica es local, territorial y multiforme. No es, como dice Fernando Escalante, un cuerpo ajeno, externo a la sociedad. Más bien se encuentra empotrado, engastado en la sociedad misma. Ha hecho uso de todos los recursos informales perfeccionados durante el autoritarismo. Ha refuncionalizado los mecanismos de intermediación desechados tanto en el régimen de las alternancias, como en el actual.

La cacofonía. La intermediación política está obstruida porque las dos principales narrativas transportan en su seno aporías. La premisa de que el gobierno actual pone en riesgo a la democracia, implícitamente recurre al régimen incipiente que conocimos en los sexenios de la alternancia. La premisa de que quienes critican y se oponen al gobierno actual, son conservadores por definición, se ilustra con una referencia histórica decimonónica. En ambos casos llevan al pasado para incrustarse en un imagen abstracta de futuro. Eluden el presente. Así no hay diálogo posible. Desmantelar esas narrativas desde los dos lados es indispensable para iniciar una profunda y crucial deliberación social.

La construcción del nuevo régimen político que emerge a partir del proceso sucesorio. Sobre esto comentaré en mis próximas entregas.

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