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La megaurbe regiomontana en su laberinto tóxico
E

n lo que va del siglo XXI se han incrementado de manera preocupante las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), amenazando con el aumento de la temperatura en el planeta. La zona metropolitana de la ciudad de Monterrey (ZMM) no es la excepción. Pareciera que la contaminación atmosférica está asfixiando lenta y literalmente a mis paisanos regiomontanos. Por ello la creciente escasez y acaparamiento del agua, junto con la contaminación atmosférica, constituyen hoy los mayores desafíos ambientales en Nuevo León.

El desproporcionado crecimiento demográfico y económico de la entidad está cobrando ya su factura. Como resultado de la quema de combustibles fósiles, el ozono y las partículas suspendidas en el aire menores de 10 micras, son las de mayor presencia y riesgo en la ZMM. El transporte vehicular constituye la fuente principal de las emisiones GEI con casi 70 por ciento del total. Sin embargo, este dato puede resultar engañoso, si no añadimos que la mayor parte de la movilidad vehicular obedece precisamente a las necesidades de la industria, el comercio y los servicios.

El transporte automotriz privado no sólo es el principal responsable del enviciamiento del aire, sino también de la saturación de las vialidades y del tiempo de recorridos. Estimamos que el tiempo y costo de los viajes se ha duplicado en los 10 últimos años. Ello impacta negativamente tanto en la salud y estrés, como en la productividad del trabajo. Al no existir impuestos que graven correctamente la emisión de contaminantes, paradójicamente, la gente con menores recursos, al no utilizar el coche, es la que padece más la contaminación producida por otros. Una muestra más de inequidad social y climática.

En 2000 en Estados Unidos, de acuerdo con sus altos estándares de norma ambiental, los daños económicos derivados de la mortalidad prematura por año representaban 2 mil 300 millones de dólares. Para Santiago de Chile, un estudio calculó beneficios del orden de 2 mil millones de dólares anuales, por daños evitados a la salud. Un análisis nuestro para la Ciudad de México y de acuerdo con la normativa mexicana de calidad del aire, su mejora podría representar hasta 230 millones de dólares anuales por mortalidad prematura evitada, relacionada con la infición atmosférica. Existen múltiples estudios y evidencias que muestran beneficios económicos por daños evitados a la salud y enfermedades asociadas a la contaminación atmosférica al reducir la exposición a la misma y con la introducción de tecnologías limpias.

En reciente estudio se señala que durante la última década el promedio para los países de la OCDE en pérdida de bienestar y calidad de vida por emisiones de CO2 (producido y consumido) habría sido de 2.5 por ciento. Cifra bastante modesta si consideramos que, en el país, en promedio anual, se pierde cerca de 10 por ciento del PIB en activos ambientales, incluyendo calidad del aire, agua, madera, petróleo y minería.

Las emisiones de carbono siguen en aumento y los gobiernos continúan dando luz verde a proyectos en zonas con alta concentración de emisiones y de saturación de transporte y movilidad vehicular. La armadora Tesla se ha convertido en la joya de la corona mediática de los gobernantes de Nuevo León. La ubicación de su nave que ocupará más de 120 hectáreas a escasos kilómetros del centro de Monterrey, será un vivo y buen ejemplo de concentración y saturación industrial, donde se privilegia más la cercanía del mercado ( nearshoring), por encima de la opción del desarrollo regional, así como una mejor disponibilidad de agua y aire limpio, dos recursos naturales hoy tan caros y preciados para el habitante regiomontano. Es decir, se trata de un proyecto que será parte del problema y no de la solución.

Urgen programas y propuestas que a corto y mediano plazos aporten soluciones que contribuyan, si no a resolver sí a atenuar sus impactos negativos que provocan estragos no sólo a la población y su calidad de vida, sino a la propia naturaleza. Se trata de programas de reordenamiento de la industria y control de emisiones, incluyendo la refinería de Cadereyta y de la Comisión Federal de Electricidad. Una acción urgente sería la medición y monitoreo de la calidad del aire en la ZMM, así como la muy recomendable aplicación del programa Hoy No Circula, similar o mejor al que se estableció ya hace tres décadas en la Ciudad de México.

Nos preguntarán si ese programa resolvió el problema de la contaminación y la infición atmosférica. Nuestra respuesta es no, pero sí contribuye a aminorarlo y a poner orden en la casa al no empeorarlo.

Otra estrategia complementaria, aunque más integral sería un ambicioso programa de reforestación de la cuenca hidrológica y atmosférica. La masa arbórea cubre innumerables servicios y funciones ambientales no sólo al reducir la huella ecológica en términos de emisiones de CO2, producir oxígeno gracias a la fotosíntesis, sino con retención de suelo e infiltración de agua de lluvia. El empresario neoleonés estaría de plácemes al poder obtener ganancias de las soluciones climáticas y de la reducción de las externalidades negativas provocadas por sus actividades, es decir, por ellos mismos

Los millones de vehículos que circulan por las vialidades de la megaurbe arrojan a la atmósfera también millones de toneladas anuales de toneladas de GEI, principalmente bióxido de carbono (CO2), ozono, partículas suspendidas y metales pesados. Se ha privilegiado la construcción de vialidades por encima del desarrollo del transporte público, que ha provocado el diseño y crecimiento de una metrópoli de acuerdo a las necesidades del automóvil y no a la inversa. Quizás una solución provisional para reducir emisiones podría ser la introducción del auto eléctrico… Si bien éste constituye un mito sobre el potencial tecnológico, porque a la larga resultaría aún más caro y contraproducente que el auto híbrido o el de combustión interna. Tema para otra colaboración.

* Profesor investigador, División de Estudios de Posgrado, Facultad de Economía UNAM. Consultor en temas de agua, servicios ambientales y desarrollo sustentable