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Sibelius y Bruckner en Huixquilucan
S

abia política, la de la Orquesta Sinfónica del Estado de México, de ofrecer semanalmente el primero de sus conciertos en su sede principal, la sala Felipe Villanueva de Toluca, y el segundo en alguno de los numerosos municipios mexiquenses, a veces en teatros y salas de concierto formales, en ocasiones en espacios alternativos. Es cierto que para los melómanos capitalinos que gustan de seguir a las buenas orquestas (y la OSEM es ciertamente una de ellas), llegar a esas locaciones apartadas no suele ser fácil, pero hay al menos uno de esos espacios que es bastante accesible. Me refiero al Centro Cultural Mexiquense Anáhuac, que está en el campus norte de la universidad homónima, y que si bien se encuentra en el municipio de Huixquilucan, no implica un largo viaje para los capitalinos. Fue ahí precisamente que hace unos días la OSEM ofreció un imperdible programa Sibelius-Bruckner, bajo la dirección de su titular, Rodrigo Macías.

He manifestado en muchas ocasiones mi opinión de que muchos de los más famosos y apreciados conciertos están muy mal escritos para la orquesta, en cuanto a que la masa sinfónica se traga al solista una y otra vez. En este sentido, uno de los conciertos mejor balanceados es el Concierto para violín de Jean Sibelius, inteligentemente orquestado para no convertirse en una pugna sorda y mortal entre el solista y la orquesta.

La joven violinista venezolana Angélica Olivo abordó esta obra suprema del repertorio con fluidez y aplomo, mostrando sus logros y su conocimiento de causa desde el primer gran arco melódico con el que se presenta el violín, tocado con un legato muy bien controlado y sin costuras en el fraseo. De ahí en adelante, solista, director y orquesta hicieron una versión muy redonda y diáfana del Concierto de Sibelius, potenciada por el hecho de que al mencionado balance intrínseco de la partitura Rodrigo Macías añadió su propio control sobre sus fuerzas orquestales. Muy estimable, en particular, la manera de construir y resolver el oleaje sonoro de los últimos compases del concierto.

Es famosa una lista de consejos que el gran compositor y director que fue Richard Strauss (1864-1949) compiló para guía de los jóvenes directores de su tiempo. El título oficial de la breve compilación, publicada en 1927, es Diez reglas de oro para el álbum de un joven director. La lista, si bien tiene los indispensables toques de humor, incluye también algunos conceptos realmente útiles. Si Herr Strauss me permitiera intervenir su decálogo (cosa que hoy está muy de moda por doquier), yo añadiría a esos consejos uno más entre muchos posibles: 11.- Cuando dirijas Bruckner, tómate tu tiempo.

Pareciera que Rodrigo Macías leyó y atendió este consejo fake porque, con madurez a la vez improbable (no hay por estos rumbos una sólida tradición Bruckner) y admirable, logró la mejor interpretación en vivo que he escuchado de la Sinfonía no. 3 del gran compositor austriaco. El mayor acierto (entre otros) de Macías en su versión de esta obra bruckneriana de tintes wagnerianos fue, precisamente, tomarse su tiempo, lo que significa en términos prácticos abordar cada uno de los cuatro movimientos con un tempo expansivo, solemne pero no arrastrado, parsimonioso pero nunca tedioso, que permitió al público atento penetrar en la textura más a fondo de lo que es posible en interpretaciones convencionales y no tan bien calibradas. Otro acierto notable: Rodrigo Macías se detuvo todo el tiempo necesario en las numerosas pausas generales que Anton Bruckner propone en esta y otras partituras, lo que produce sólidos momentos de tensión armónica por la amplia resonancia, semejante a la que el compositor deseaba y obtenía en sus legendarias interpretaciones al órgano en iglesias con reverberación larga y generosa. Si bien resultó evidente que la sección de cuerdas de la OSEM no fue lo suficientemente nutrida como requiere la densa textura bruckneriana, el director resolvió esta carencia con interesantes propuestas de balance entre las secciones de la orquesta, sin perder por ello la potencia que requiere obligadamente una obra como esta. En suma, un programa Sibelius-Bruckner muy redondo y bien logrado.