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Madre e hija, pioneras en la lucha libre femenil

En el ring hice hasta lo que no para que fueran felices: Irma González
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▲ Irma González y su hija, Irma Aguilar, fueron las primeras campeonas en parejas nacionales.Foto Pablo Ramos
 
Periódico La Jornada
Martes 28 de marzo de 2023, p. 2

Sentada sobre un viejo sillón de su casa, Irma González toca la punta de sus pies como si estuviera a punto de hacer una acrobacia. Su hija la mira, le tienta el brazo y hace señas. Teme que la campeona de la lucha libre tropiece con algo y se lastime más la cadera. Tengo lesiones por todos lados, pero ya están viejitas, dice la mujer de 86 años, mientras sus mallugados dedos se extienden en el piso como alas. A estas alturas sólo cabe preguntarse de qué pasta está hecha. La gente me quiere y yo los quiero, porque arriba del ring hice hasta lo que no podía para que fueran felices.

En las paredes se asoman recortes de periódicos de los años 60, muchos de ellos con letras en japonés, los cuales describen buena parte de su historia en un deporte que miraba con recelo la presencia femenina en los cuadriláteros. Así muy salsa, no me siento, responde cuando alguien menciona sus cinco campeonatos nacionales, como si fueran poca cosa. Muchos compañeros nos veían mal, creían que las mujeres sólo íbamos a agarrarnos del pelo y lanzarnos rasguños, igual que en un pleito de mercado; nos decían que regresáramos a la casa a terminar el quehacer, pero a mí no me importaba; yo quería ser la mejor para el público.

Envuelta en una blusa con estampado de flores, Irma se pasa la tarde sorprendiendo a sus visitas con su derroche físico, sin tener en cuenta que necesita una prótesis en la rodilla derecha luego de varias lesiones. Uno de los doctores le dijo que debía cortarle un pedazo de hueso de aquí y un poco de allá para corregir el problema, pero lo hizo a calzón quitado y eso le sonó muy mal a mi mamá, explica su hija, la menor de las Irmas, con quien conquistara el primer galardón nacional de parejas femenil en México, en 1990.

¡Al fin que ni voy a ser bailarina!, interviene la pionera de la lucha libre, mostrando sin recato el vendaje que esconde debajo del pants. Pareciera que a Irma no le preocupa nada, que se divierte en medio de un enjambre de ruidos –motores, pastillas de freno gastadas, bocinas y sirenas de coches– que se abren paso desde su ventana. Pero cada vez que habla de personajes como Santo, Blue Demon y su gran rival Chabela Romero, se mezclan recuerdos de sus primeras llaves en un gimnasio con momentos prolíficos de su vida en el circo.

“¡Ay, qué bonito era el circo! Desde pequeñita ya andaba ahí haciendo redondelas, flip flap (volteretas) y saltos. Decían que no podía porque estaba muy chiquita, pero yo les demostraba que sí”, cuenta y se le iluminan los ojos. En la gran carpa de su papá, en Zacatecas, Irma empezó a fortalecer piernas y brazos junto a algunos de sus 12 hermanos. El circo se incendió cuando yo tenía 16 años y nos venimos a vivir a una vecindad con la mamá de mi papá, mientras él se iba a Estados Unidos. Ella tenía una tienda en frente de su casa y con eso sobrevivíamos.

Muy cerca de su edificio vivía La Dama Enmascarada, primera campeona nacional en una época en que la lucha libre entre mujeres estaba prohibida en las arenas. Como notaba que sus músculos eran fuertes, la gladiadora se propuso invitar a su nueva vecina a una función con la promesa de ganar un dinerito. Irma pensaba que las luchas eran con guantes, pero pronto salió de su error. Ese fue el génesis de su historia en los cuadriláteros, la prueba de que las mujeres podían dedicarse a este deporte desafiando al machismo más feroz.

La Novia del Santo

Irma tiende a recoger sus piernas, a juntarlas en el centro una sobre la otra. Actúa como si estuviera a punto de luchar, con la emoción de quien revive viejos afectos enchufándolos a su memoria. “Así como había hombres que decían ‘aquí mujeres no’, también hubo gente como Santo, Blue Demon, Rito Romero y Tarzán López, que nos apoyaban”, relata orgullosa; “yo le decía: ‘señor Santo, ¿me podría enseñar una llave?’ Eso sirvió para que los compañeros se dieran cuenta que teníamos ganas de aprender”.

Su ascenso en el pancracio coincidió con sus planes de boda, los cuales la obligaron a adoptar una nueva identidad. Mi papá no quería que (mi mamá) siguiera luchando, recuerda Irma Aguilar, quien va camino a los 66 años. ¿Y ahora cómo le hago?, se preguntaba la morelense, preocupada por solventar los gastos de su familia. Por esos días –añade la menor de las Irmas– circulaba una revista de dibujos llamada Kira, la novia de El Santo, con la cual llegó a su encuentro ante el enmascarado de plata.

“Mi mamá siempre tuvo una bonita amistad con Santo, que era un gran señor, y no sólo le dio permiso de usar su nombre, sino hasta le regaló una máscara suya”, detalla. “Durante siete meses la anunciaron como La Novia del Santo, pero la gente de todos modos la reconocía por su forma de luchar. Cuando se cumplió el plazo para la boda, mis papás se casaron; no pasó mucho tiempo cuando ella quedó embarazada y no volvió a saber más de él.

Huyó cobardemente, acota Irma, la mamá, y de pronto empieza a tararear una canción que forma parte de su repertorio como cantautora. “Tenía que ser / ya se rajó / el mandi, mandi, mandi, mandilón / y me dejó / el corazón / en mil pedazos y llorando decepción / Yo que pensé / que un pantalón / tan bien fajado no podía ser de un rajón…”

Como sucede con las más placenteras actividades de la vida, la campeona convertida en artista termina la estrofa cansada y feliz. Su hija la observa como si fuera una diosa. “Cuando mi mamá me llevaba a verla luchar contra Chabela Romero yo sufría mucho, quería matar a esa señora. Se daban unos agarrones arriba del ring”, rememora sobre lo que fue el inicio de una rivalidad luminosa en los años 60, época en que aparecieron las primeras películas de luchadoras en la pantalla grande.

Las Irmas

Aunque su tía y su abuela cuidaban de ella, la menor de las Irmas recuerda su infancia con cierta tristeza, porque crecí deseando que mi mamá estuviera conmigo, como una mamá normal, se sincera; no faltó alguien que me dijera ¿por qué no aprendes lo que hace ella? Me llevaron a un gimnasio, atrás del mercado Mixcalco, en Los Providencia, y así empecé a aprender. Tenía como cuatro meses cuando los promotores escucharon que la hija de Irma González estaba entrenando y fueron a buscarme.

En un pueblito de Toluca, Irma se enfrentó en su primera lucha an-te la gran rival de su mamá, quien hizo lo que quiso con ella sobre el cuadrilátero. Sorprendido por la noticia, un promotor de Guadalajara, propietario de la Arena de la ciudad, le propuso a la campeona hacer dupla en una nueva función. Pero es que todavía no está preparada, recuerda que le respondió. “‘¡Tú traétela! Queremos anunciar a Las Irmas’, me decía. Yo tenía miedo que la lastimaran, pero nunca dije que no. Causaba mucha sensación en la gente que nos presentáramos juntas”.

Al final de cada cartelera, Las Irmas se quedaban entrenando en el gimnasio entre regaños y jalones de oreja. Usted aquí tiene que demostrar que sabe desde la toma del réferi, ahí se dará cuenta si su rival es buena o chafita, solía advertirle la mujer del pelo rizado a su hija. El técnico tenía que sortear todas las llaves que le imponía el rudo sobre el ring, pero tomándose su tiempo, para que la persona que estuviera en la última fila eligiera a quién irle; ahora te traen como un partido de tenis, reflexiona la menor de la dinastía, retirada en 1997 para ser maestra de inglés.

La dupla madre/hija fue la primera en ganar el campeonato nacional de parejas femenil en México, el cual defendieron durante 497 días. Su última función tuvo lugar el 13 de abril de 1996, aunque Irma González, la primera mujer en ser homenajeada en la Arena México por el Consejo Mundial de Lucha Libre, sostiene que todavía no se ha retirado.

Qué bonito suena la ovación del público en la Arena México, qué maravilla las luces que caen y alumbran el rostro de los luchadores, repite. Nosotras abrimos la puerta, ahora les toca a las nuevas ganar credibilidad para que ocupen una primera lucha, la lucha estelar. Yo todavía sueño que se me olvidan el traje y las botas para ir a la arena, pero ya la rodilla me da mucha lata.