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Falleció en Madrid a los 91 años el escritor y diplomático chileno Jorge Edwards

Desde joven fue un narrador errante // La dictadura de Pinochet lo convirtió en exiliado y perseguido // Su obra abarca novela, cuentos y ensayos; también fue columnista // Fue biógrafo y amigo de Pablo Neruda

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▲ En 1973 se instaló en Barcelona, desde donde participó en la creación de la Sociedad de Escritores de Chile y de la Comisión de Defensa de la Libertad de Expresión. En la imagen, durante una entrevista con La Jornada en 2005.Foto archivo
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 18 de marzo de 2023, p. 9

Madrid. El escritor chileno Jorge Edwards, una de las voces literarias más importantes de su país de las décadas recientes, murió a los 91 años en Madrid, donde vivía en un departamento en el centro de la ciudad, del que apenas salía por su delicado estado de salud.

Aunque mantenía la lucidez de su famosa memoria implacable, Edwards tenía dificultades para caminar, y a raíz de la pandemia decidió encerrarse aún más en su casa, en la que sólo recibía a algunos amigos cercanos, como el escritor peruano Jorge Eduardo Benavides, o a su familia más cercana, sobre todo a su hija Ximena, quien también vive en la capital española.

Edwards fue desde joven un escritor errante. Aunque nació en Chile, la mayor parte de su vida la pasó fuera de su país, ya fuera por sus actividades diplomáticas, por sus continuos viajes de placer o por, años después, sus innumerables compromisos de escritor.

Pero al igual que muchos ciudadanos chilenos de su generación, su vida también estuvo marcada por la macabra dictadura de Augusto Pinochet, quien obligó su exilio.

Su nombre era especialmente sensible para el régimen chileno, ya que, entre otras actividades diplomáticas, Edwards fue asistente, biógrafo y sobre todo uno de los mejores amigos del poeta Pablo Neruda.

Edwards nació en Santiago de Chile en 1931; estudió en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y en el Instituto Pedagógico de la misma universidad; posteriormente realizó estudios de posgrado en la Universidad de Princeton. Diplomático de carrera entre 1957 y 1973, ocupó diferentes puestos: primer secretario en París (1962-1967), consejero en Lima (1970), encargado de negocios en La Habana (1970-1971) y ministro consejero en París (1971-1973).

Vasta obra literaria

Su obra es extensa y variada, en la que hay cuentos, novelas, ensayos y memorias, además de una habitual presencia en diarios de todo el mundo como columnista. Entre sus novelas destacan El peso de la noche (1965), Los convidados de piedra (1978), El museo de cera (1981), El anfitrión (1988), El origen del mundo (1996), El sueño de la Historia (2000) y El inútil de la familia (2004), entre otros.

Uno de los libros que marcaron su vida fue un volumen de memorias de su experiencia como diplomático en Cuba, que fue cuando publicó Persona non grata, en 1973, en la que arremetió con dureza contra los preceptos de la revolución cubana y contra figuras como Fidel Castro. Entre los galardones más importantes que recibió destacan el Premio Cervantes, en 1999, y el Nacional de Literatura de Chile.

Uno de los episodios que marcaron su vida fue el triunfo del golpe militar en Chile, que lo convirtió en exiliado y perseguido, tanto por su proximidad con Neruda como por su abierta oposición a Pinochet. En 1973 se instaló en Barcelona, donde trabajó en la editorial Seix Barral, y también desde ahí se convirtió en pieza esencial para la constitución de la Sociedad de Escritores de Chile y de la Comisión de Defensa de la Libertad de Expresión.

En cuanto a su vinculación con Neruda, Edwards escribió varias obras, entre ellas Adiós poeta: Pablo Neruda y su tiempo (1990) y Oh, maligna (2019). En la que fue quizá su última entrevista, publicada el pasado 15 de febrero en el Periódico de España, recordaba los últimos días de Neruda, que él vivió desde la distancia: “Era un vitalista, no quería morir, amaba la vida. Tenía amor por la comida, por las mujeres, por la naturaleza… Es que Neruda era, sobre todo, el poeta de la naturaleza. Un día lo vi sentado en el suelo, mirando con una lupa a un ciempiés. Matilde (Urrutia) me contó que a su marido, cuando estaba en Isla Negra, le gustaba levantarse a las seis de la mañana para ir a oír cantar los pájaros…”