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Sean MacBride: historia del informe
E

l nuevo orden. No se habían disipado los hedores de muerte ni los crujidos de huesos que el capitalismo dejó como respuesta a las protestas de 1945 a 1968. En Francia, en México, en Argentina. Todavía los vientos macabros del imperio soplaban fuerte en Vietnam mientras los monopolios mediáticos desfiguraban la realidad en las mesas de redacción del periodismo macabro a ocho columnas. Había un clima de tozudez imperial armamentista contra un aliento de rebeldías que buscaban progresar –y proliferarse– como acciones revolucionarias. Años más tarde, cierto destello de sensibilidad en la conferencia general de la ONU (Nairobi, 1976) detectó que había problemas de comunicación en la sociedad contemporánea e ideó una Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación bajo la dirección de Sean MacBride (París, Francia, 26/1/1904-Dublín, Irlanda, 15/1/1988), ya para entonces Premio Nobel de la Paz y Premio Lenin de la Paz. Parece que fue ayer.

Esa comisión incluyó a Eli Abel (Estados Unidos); Hubert Beuve-Méry (Francia); Elbe Ma Ekonzo (Zaire); Gabriel García Márquez (Colombia); Sergei Losev (URSS); Mochtar Lubis (Indonesia); Mustapha Masmoudi (Túnez); Michio Nagai (Japón); Fred Isaac Akporuaro Omu (Nigeria); Bogdan Osolnik (Yugoslavia); Gamal El Oteifi (Egipto); Johannes Pieter Pronk (Holanda); Juan Somavía (Chile); Boobli George Verghese (India), y Betty Zimmerman (Canadá). Estuvo también Marshall McLuhan. Una ensalada de visiones y prácticas cuyo método de trabajo principal fue la aproximación consultiva.

Tal carácter consultivo tenía el freno de lo no vinculante de origen y, por tanto, nada de lo diagnosticado pasó a ser programa de soluciones. Pero el paisaje arrojado por semejante iniciativa, oficial e internacional, dejó un panorama pleno de problemas urgentes que transparentaron con nitidez una de las calamidades más perniciosas del desarrollo monopólico capitalista sobre la manipulación mercantil de la información y la comunicación que habían sido consagrados como derechos humanos fundamentales. Contradicción inmensa. Y, desde luego, la manipulación ideológica y comercial de las conciencias. Individualismo y mercantilismo descontrolados.

Aun con sus limitaciones, el informe se las ingenió para redactar, con precauciones diplomáticas, un conjunto de observaciones y recomendaciones pioneras que, incluso marcadas por su tiempo y estilo, constituyen hasta el presente orientaciones cualitativas y cuantitativas significativamente vigentes. Ese es uno de sus valores trascendentales que han servido –y sirven– de inspiración a muchas luchas por la democratización de la comunicación. En ese mundo de voces múltiples sigue siendo urgente un nuevo orden de la información y la comunicación al que importa mucho añadir a la cultura, en su sentido más amplio, cuando se agudiza la disputa por el sentido en su fase imperial. El informe fue aprobado y publicado en 1980.

Entre 1945 (final de la segunda Guerra Mundial) y 1990 la concentración monopólica de medios de comunicación se consolidó como un arma de guerra ideológica que no sólo actualizó canalladas históricas para la manipulación de conciencias, sino que afianzó un programa de control social rentable basado en someter a los pueblos a un sistema de mentiras mediáticas y un paraíso idílico inculcado con las jeringas del entretenimiento burgués. Ya no es suficiente reprimir con golpes y tortura, se les ocurrió sembrar miedo y odio de sí y contra sí a los pueblos para que admitan como un error sus vocaciones rebeldes o revolucionarias. Inocularon la idea de que el sistema tiene siempre la razón que se debe colaborar para el éxito de los amos y que eso derramará beneficios, tarde o temprano, aquí en la tierra como en el cielo. Impusieron la idea de que eso es lo mejor que podemos hacer y que esa será la mejor herencia para nuestra prole. Paraíso terrenal al alcance siendo fieles a los medios y a la ideología de la clase dominante mediatizada. El informe vio la sustancia de este problema y se pronunció, capitulando en sus contenidos, aspectos centrales desde lo tecnológico hasta lo pedagógico, estético, ético y filosófico. Por eso hicieron lo imposible por congelar el informe y desaparecerlo bajo las órdenes de Ronald Reagan.

Reagan lideró los ataques como representante del establishmnet mediático para una contraofensiva al informe. Su propia base farandulera lo animaba a ganar simpatías empresariales en la industria de la propaganda y agenciarse una hegemonía del espectáculo sobre los asuntos de Estado. Fue una reacción desmedida por las ínfulas del empresariado mediático que hinchado de ego no hizo sino hacer visible y odiosa la realidad económica e ideológica de una época que supo envolver en oropeles de show bussines los planes bélicos de la industria militar estadunidense. El informe logró cometidos directos e indirectos, no perdió jerarquía y sí cobró un estatus de trinchera indispensable para debatir, hacia fuera y hacia dentro, el devenir de la información y la comunicación bajo el capitalismo… y más allá.

Los oligopolios no han desaparecido y se multiplican en su propio caldo de guerra interburguesa disfrazados de apertura democrática. Son, además, centros de operación de espionajes convencionales y algorítmicos que, al mismo tiempo que nos controlan, comercian con la información y la comunicación big data de nuestras células sociales y cerebrales, nuestros pensamientos más íntimos y nuestras organizaciones. Necesitamos un segundo informe MacBride. Las voces múltiples no son sólo compendio democratista de enunciados… son identidades originarias, campesinas y obreras que también tienen derecho a la información y la comunicación emancipadas y emancipadoras.

* Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús

** Primera, de cinco entregas, del proyecto conjunto entre La Jornada y el Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride de la Universidad Nacional de Lanús, Argentina.