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Los sismos en Siria y Turquía frente a la tragedia armenia
L

os muertos por los terremotos en Turquía y Siria rebasan la cifra de 25 mil, la mayoría en el país que maneja casi dictatorialmente el señor Recep Tayyip Erdogan. Los heridos, 120 mil.

En Siria perdieron su hogar 3 millones de personas. Pero la tragedia del siglo como la llaman los medios de información, también se debe a la corrupción de las autoridades, especialmente las turcas. En efecto, más de 80 mil edificios ubicados en la zona donde el terremoto fue más intenso, no cumplían las normas de seguridad establecidas en las leyes. Y especialmente las obligatorias para resistir todo lo posible los sismos.

Según datos oficiales, la mitad de la infraestructura habitacional y de servicios de Turquía no reúne las condiciones de seguridad requeridas. Otro factor es electoral: a cambio de votos y apoyo al régimen del presidente Erdogan, laxitud en los reglamentos para construir.

La tragedia humana que deja el sismo en ambos países tiene la solidaridad mundial, aunque es menor con Siria, la más necesitada. Otra solidaridad, acompañada de indignación, existe también por otra tragedia muchísimo más grave y que el régimen turco se niega a reconocer: la matanza de, por lo menos, un millón de armenios y la deportación de cerca de otro millón a través de la Anatolia y con destino al desierto de Siria.

Fue una marcha de la muerte por hambre, sed, violaciones de las mujeres, muchas de las cuales prefirieron suicidarse junto con sus hijos para no soportar tantas vejaciones. Esa marcha de la muerte la rememoró en 2012 Atom Egoyán en su película Ararat. Otros cineastas también han recordado los horrores del que fue el primer genocidio del siglo pasado. Comenzó en 1915, aunque antes, en 1891-1896 y en 1909, hubo masacres y maltratos contra los armenios por las autoridades del entonces imperio otomano y las tribus kurdas.

El plan de limpieza étnica de 1915 comenzó con la detención y asesinato de unos 350 intelectuales, periodistas y líderes sociales y políticos. A la vez, el saqueo y expropiación de las casas y negocios de los armenios. Los autores intelectuales y ejecutores principales de esas matanzas evadieron la justicia. El gobierno turco las niega y penaliza a quienes opinen lo contrario.

En 2011, el Nobel de Literatura Orhan Pamuk fue condenado por el tribunal supremo de su país a pagar 3 mil euros por insultos a la patria. Consistieron en escribir que se ha matado a 30 mil kurdos y a un millón de armenios. Y nadie se atreve a hablar de eso.

Gobiernos y organizaciones internacionales condenan ese exterminio. Uruguay fue el primer país, en 1945, luego muchos más. Aunque el presidente estadu­nidense Donald J. Trump se opuso a hacerlo para no afectar los intereses militares con Turquía, el Senado estadunidense lo hizo en 2019. El de Francia autorizó en 2012 criminalizar cualquier negación pública de dicho genocidio. Cabe señalar que en todas las condenas, por sobre los intereses económicos o militares, se ha impuesto el hacer justicia a la nación que en el año 301 fue la primera en adoptar el cristianismo.

Extrañamente, México se ha tardado en reprobar esa cruel matanza. Pero el 26 de abril del año pasado, el Senado guardó un minuto de silencio para conmemorar el aniversario 107 del genocidio. Y el pasado 22 de diciembre, la Comisión de Relaciones Exteriores Asia-Pacífico-África, que preside la senadora Cora Cecilia Pinedo Alonso, aprobó un dictamen para solicitar a la Secretaría de Relaciones Exteriores que impulse el pronunciamiento formal del Estado mexicano para reconocer ese crimen atroz. En el dictamen, los senadores destacaron que se trata de uno de los genocidios más terribles registrados en la historia por el número de víctimas.

Nuestro país se ha distinguido por condenar regímenes dictatoriales (aunque no todos) y dar refugio a sus perseguidos en América Latina: de Guatemala a Argentina. También a los del franquismo y el nazismo. Las víctimas mortales del genocidio armenio y los descendientes de los que lograron salvarse, como el escritor William Saroyan, el compositor Aram Kachaturian, el cantante Charles Aznavour, el pintor Archile Gorky y Atom Egoyan, esperan que México, fiel a sus principios de defensa de los derechos humanos, finalmente condene ese cruel ­exterminio.