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Popularidad, relección y legado
E

l martes de la semana pasada, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, dio su segundo Informe a la Nación ante el pleno del Congreso. La contundencia con que destacó los logros de su administración fue algo que no había hecho en lo que va de su mandato: recuperación económica sin precedentes, después de la crisis producida por la pandemia; el mayor gasto en infraestructura de los últimos 70 años; reducción paulatina de la inflación; la menor tasa de desempleo de 53 años a la fecha, y baja en el costo de las medicinas. Destacó que fue el eje en el apoyo a Ucrania por parte de la comunidad internacional en respuesta al ataque de Rusia; etcétera. También fue importante su campaña en favor de los candidatos demócratas para evitar su derrumbe en la elección reciente, cuando se esperaba que perdieran ambas cámaras legislativas por amplio margen. A fin de cuentas, lograron conservar el Senado, y en la Cámara de Representantes la perdieron por nueve personas: 222 republicanos por 213 demócratas.

Durante su discurso puso en evidencia la conducta infantil de los legisladores republicanos, quienes, con gritos y silbidos, lo interrumpieron en varias ocasiones cuando mencionó que el seguro social no se tocaría, no reducirían los recursos que se destinan a esa institución y no permitiría que el país dejara de pagar sus deudas por la necedad de la oposición de condicionar la ampliación del límite de la deuda.

A pesar de los indudables logros en la gestión del presidente, cabe preguntar las razones de por qué su nivel de popularidad es de 45 por ciento, uno de los más bajos que haya tenido un mandatario en el segundo año de su gestión, tomando en cuenta que Biden, a diferencia de otros Ejecutivos, tuvo que enfrentar una grave crisis económica, demostrando su capacidad para superarla, como muestran las evidencias. Especialistas y observadores políticos no tienen una respuesta clara de por qué su bajo nivel de popularidad. Para algunos, tiene que ver el bajo perfil y el carisma un poco anquilosado del mandatario, para otros, con la polarización extrema del país. Otros más piensan que es resultado de la escasa difusión de sus logros y lo poco que la sociedad en general sabe de ellos. Pero, en el fondo de todas las especulaciones, yace una que parece ser determinante en su baja popularidad: su edad y la posibilidad de su relección.

En tal sentido, una de las razones que parecen ilustrar esa circunstancia es la cautela que han manifestado sus propios compañeros de partido con respecto a que una persona de más de 80 años conduzca los destinos de país más poderoso del orbe, con independencia del respeto que todos le guardan y de ser el más prominente miembro de su propio partido.

Ejemplo de ello es la cautela con que dos editorialistas, del New York Times, Michelle Goldberg y Frank Bruni, cuya característica es la objetividad y la mesura en sus juicios, se refieren al tema. Además del justo reconocimiento que ambos hacen por los logros del Ejecutivo, consideran que para Biden el riesgo es grande en una campaña para relegirse, por los desvelos y las turbulencias que implica, no sólo en el trance de una votación primaria, sino en la campaña por la presidencia en la que su oponente –Trump o cualquiera que sea el postulado republicano– no le perdonará el mínimo tropiezo. El desgaste derivado de los meses que dura esa empresa, con el añadido de sus obligaciones inherentes al gobierno, sería excesivo para cualquier persona de su edad. Coloquialmente, se pudiera rubricar: Biden ya no está para esos trotes. A esto cabe agregar que, en caso de que durante su segundo periodo la salud del presidente sufriera un tropiezo, quien lo supliera sería la vicepresidenta Kamala Harris, cuya visibilidad es casi nula, lo que aumenta las dudas de los demócratas. No hay necesidad de correr esos riesgos, parece ser la conclusión de ambos editorialistas, y con ellos la de muchos otros que aplauden al mandatario y reconocen la importancia de su legado.