Editorial
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Washington: reflejos de la guerra fría
U

n misil lanzado por un avión de combate puso fin ayer a la crisis de seguridad experimentada esta semana en Estados Unidos por la entrada en su territorio de un globo chino que, según Washington, tenía fines de espionaje y, de acuerdo con Pekín, cumplía fines de investigación civil principalmente meteorológica, pero se desvió de su trayectoria debido a los vientos.

El incidente comenzó el jueves, cuando el Departamento de Defensa informó que había detectado el artefacto, el cual habría volado sobre las islas Aleutianas, Alaska, y atravesado Canadá antes de adentrarse de nuevo a Estados Unidos desde Montana. El viernes, el secretario de Estado, Antony Blinken, canceló su visita a China programada para hoy, la cual paradójicamente buscaba mitigar el deterioro de las relaciones bilaterales. El Ministerio de Exteriores chino lamentó la entrada involuntaria de la aeronave en el espacio aéreo estadunidense y aseguró que Pekín no tiene la menor intención de violar la soberanía de otros Estados.

El manejo del episodio por parte deWashington levanta todo tipo de suspicacias. En primera instancia, es sospechoso que se permitiera sobrevolar el país durante días a una aeronave extranjera clasificada como de uso militar, y el pretexto aducido para esta permisividad –el temor a que los restos del globo causaran daños a civiles– resulta poco menos que inverosímil, dada la exigua densidad de población de los estados donde se reportó su presencia: Alaska cuenta con apenas 0.3 habitantes por kilómetro cuadrado y Montana, con dos. Las entidades contiguas a esta última, por donde pudo seguir la trayectoria del objeto, se encuentran igualmente despobladas: Wyoming (al sur), Dakota del Norte y Dakota del Sur (al este) tienen densidades de dos y cuatro habitantes por kilómetro cuadrado, respectivamente. Es decir, se contaba con amplias zonas deshabitadas donde abatirlo, pero se optó por dejarlo seguir, y es inevitable preguntarse hasta qué punto esta determinación buscaba explotar el pánico ciudadano y atizar los sentimientos sinófobos en momentos en que Washington pone en marcha una batería de medidas militares, comerciales y políticas para tratar de contener el ascenso de China como superpotencia rival.

El derribo mismo estuvo cargado de histrionismo, con el cierre de aeropuertos y el envío de sofisticados cazas para disparar a un simple globo que, de acuerdo con las propias autoridades estadunidenses, en ningún momento supuso peligro alguno para los vuelos comerciales (que operan a una altitud mucho menor) ni para los ciudadanos. El tratamiento de la misión como un esfuerzo de seguridad nacional y la felicitación del presidente Biden a los aviadores que destruyeron el artefacto, como si ello representara algún tipo de proeza militar, también evidencian la intención de sobredimensionar el asunto.

Sin prejuzgar si el globo fue lanzado por Pekín de manera inocente, con auténticos propósitos de espionaje, o como una provocación para medir las reacciones de Washington,lo cierto es que éstas fueron un calco de los pasajes más oscuros de la guerra fría, cuando cualquier movimiento del adversario era usado por el aparato propagandístico de la Casa Blanca para azuzar el miedo en torno a una inminente agresión, justificar el colosal dispendio de la carrera armamentista, limitar las libertades y reprimir cualquier disidencia colgándole el sambenito de comunista. Para la comunidad internacional, y en particular para las naciones que no formamos parte de las alianzas militares estadunidenses, supone una pésima noticia constatar que la nación con el ejército más poderoso del mundo da la espalda tanto al sentido común como a la diplomacia y, en cambio, abraza las bravatas y la fuerza para solucionar hasta el más nimio diferendo con quienes considera sus enemigos.