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Ciudad perdida

Un INE con calzas porfirianas

N

i siquiera es cosa de la memoria, más bien se trata de reflejos, y es que al escuchar aquello de que los mexicanos no portamos el ADN de la democracia en nuestro gen, la tan llevada y traída entrevista que apareció el 3 de marzo de 1908 en la revista Pearson, y que en México publicó El Imparcial, donde Porfirio Díaz aseguraba que nuestro país no estaba listo para la democracia, nos recuerda que como el INE ahora, en el porfiriato también se despreció la fuerza de la gente para escoger a quien guíe al país.

No son los mismos actores, pero es la misma alcurnia que confiesa sin miedos que la elección debe ser tutelada por quienes sí conocen –eso suponen– de democracia, y por tanto, el concurso de los que no la portan por naturaleza debe ser anulado.

Por eso nacen las campañas de odio que acechan al país, sin ninguna inventiva política de por medio. La derecha ataca y destruye, no propone porque no tiene nada qué proponer, porque no puede dar como alternativa el fracaso.

Aunque para muchos lo que sucede en la Ciudad de México no tiene una importancia vital para la política nacional, lo que ocurre en esta porción del país conjuga los intereses de casi todas, o de todas, las líneas del pensamiento que determinan el rumbo de México.

Baste decir que el presidente López Obrador escaló a esa posición desde el gobierno del entonces Distrito Federal, y que hoy dos de los contendientes con mayores posibilidades de instalarse en el Palacio Nacional también cruzan, o cruzaron, por el despacho del segundo piso del Antiguo Palacio del Ayuntamiento.

Claro, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, pero también hubo políticos con exceso de poder, como Carlos Hank González. Siempre, en la lista de los posibles está el nombre de quien gobierna la capital, por eso su importancia, aunque haya quien no la quiera ver.

Por eso, votar por quien gobierne la ciudad es apuntar hacia Palacio Nacional, y soterrada, con inmenso sigilo pero a galope tendido la campaña por ganar el Gobierno de la CDMX está desatada, y tal vez el mayor desafío está en la oposición, que no encuentra una figura importante entre sus filas, y que sus acciones han ido en menoscabo de la empatía con el ciudadano, de la que gozaron alguna vez.

El asunto es sencillo: no tienen qué ni tienen quién, pero cuando menos PAN y PRI van a defender su identidad –lo que les queda de ella–, a como dé lugar. El PRD no cuenta.

Más allá del discurso de la unidad que aparenta fuerza, a nivel calle las cosas son diferentes: ni el PAN quiere ser PRI ni el PRI quiere vestirse de azul, y el PRD lanza amenazas chantajistas para medir si le es posible acomodar sus fichas en el juego del poder.

Para una parte de la gente en la ciudad, que aparentemente podría portar algo del gen democrático –son opositores–, ya debe haber decisiones tomadas, y para el resto también, y en ese caso, la oposición no tiene posibilidades de ir con el triunfo.

Si bien la lucha interna en Morena podría golpear la posibilidad de algunos y algunas, también hay que tener en consideración que hasta ahora no hay en campaña –algunas están desatadas– una figura que logre cohesionar las diferentes tribus internas, aunque sí hay quién podría lograrlo.

No coman ansias, todo a su tiempo.

De pasadita

Hace no muchos días, en Palacio Nacional alguien recibió una buena regañiza por YSQ, por andar colaborando en la campaña de Ariadna Montiel.

La llamada de atención fue fuerte y dejó en claro, según nos cuentan, que la señora Montiel no es la favorita para ocupar el despacho de la jefatura de Gobierno, por más alas que le han dado algunas de sus amigas.