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Economía moral

Maccoby, seguidor independiente de Fromm, 2a parte

D

icho todo lo que narré en la entrega anterior (06/01/23), Michael Maccoby (MM) procede a presentar su teoría de la motivación para la cual acuña un neoconcepto al que llama impulsos-valores ( value-drives) que remplaza el concepto de necesidades. Señala que para entender lo que nos motiva tenemos que identificar nuestros valores dinámicos. La definición de valores de un diccionario la considera muy estrecha y dice que podemos pensar en los valores humanos en un sentido más amplio como patrones energizados de percepción, pensamiento, deseo y acción compartidos por miembros de la sociedad. Llama a estos patrones impulsos-valores. Añade: “Todos nacemos con tendencias dinámicas, impulsos que dirigen nuestras acciones. P. ej., respondemos al dolor huyendo o peleando; nos vemos impulsados a repetir los placeres, dominar el ambiente y comunicarnos. Si bien todos los seres humanos comparten estas tendencias dinámicas, ellas se expresan a través y son dirigidas por diferentes valores de acuerdo con la cultura, que actúa por medio de la familia, la escuela, y el trabajo. Es decir, los impulsos-valores son los impulsos modificados culturalmente. Pero veamos cómo aborda Maccoby su neoconcepto en un breve apéndice de su libro Why Work? (1988). Empieza discutiendo por qué escogió la expresión impulsos-valores:

No hay palabra ideal cuando nos referimos a las fuerzas que nos mueven. No las podemos ver o medirlas directamente. Las vivimos. Si necesidad es un término desorientador, porque implica la carencia de algo, instinto es demasiado biológico. Las fuerzas internas que nos impulsan son tanto innatas como moldeadas por la cultura. Podríamos llamarles deseos o pasiones, pero estos términos son demasiado ardientes ( hot), sugieren sexo o impulsos irracionales. Hablar de la pasión por la maestría o el juego sugeriría compulsividad anormal. El término apetencia ( want) es una alternativa, pero se suele usar para indicar aceptación consciente de los impulsos propios. Podríamos, añade, de manera simple llamar las fuerzas que nos mueven valores, pero por sí mismo, el término valor no sugiere anhelos emocionales o apetitos intensos. Valores profundos, o impulsados emocionalmente sería más preciso”. El concepto de impulsos-valores parece ser útil, porque combina el término usual, impulsos, que sugiere fuerza y energía que puede ser consciente o inconsciente, con valor, término que MM califica como cognitivo. Siempre, continúa, hablamos de personas motivadas como ‘impulsadas’ y esto siempre implica que ellos tienen propósitos y valores. Nótese que MM no entra a la discusión epistemológica con los positivistas que consideran que los valores carecen de todo sentido cognitivo, y que descarta necesidades de una manera muy rápida y simplista y termina usándolas en su esquema. Al descartar instintos por ser demasiado biológicos, debiera recordar lo que ha dicho (Todos nacemos con tendencias dinámicas, impulsos que dirigen nuestras acciones y que acabo de citar). Está claro, pues, que no logra deshacerse ni de necesidades ni de instintos.

MM acepta la existencia de elementos heredados, innatos en el ser humano, que dirigen nuestras acciones, pero sostiene que estas fuerzas biológicas son moldeadas por la cultura: “A diferencia del comportamiento totalmente estructurado por los instintos de insectos, pájaros, reptiles, e incluso de algunos mamíferos, los reflejos instintivos humanos están moldeados en gran medida por el aprendizaje. Al discutir la teoría de los impulsos de Freud, señala: “Desde luego los impulsos están enraizados en la biología…” Más adelante añade: “Desde una perspectiva biológica, podemos observar lo siguiente: cada uno de nosotros nace con diferentes niveles constitucionales de energía y tiene diferentes intensidades de las tendencias dinámicas, y la intensidad cambia también con la edad, y todos los impulsos-valores están afectados por ciclos de flujo y reflujo, excitación y saciedad. La idea de que nacemos con diferentes niveles de energía me parece insuficientemente fundamentada. Si fuese cierta, la desigualdad social estaría determinada de manera biológica en forma más radical que por la desigual distribución de talentos o riquezas heredadas. Fromm y Maccoby usan el término energía como el concepto escaso en última instancia, en contraste con mi concepción en la que uso el tiempo como tal. La energía de cada persona parece variar enormemente con las circunstancias. Algunas nos cargan de energía y otras la descargan (nos deprimen). La noción es interesante, pero no ha sido suficientemente elaborada ni fundamentada. MM añade que la intensidad de los impulsos-valores también depende de estímulos excitantes, como el sexual. Las amenazas a la vida disparan la huida o la pelea que van acompañadas de fuertes infusiones de adrenalina o noradrenalina, y la comida sabrosa abre el apetito. A medida que maduramos, la intensidad varía no sólo porque el proceso de envejecimiento erosiona el impulso, sino de acuerdo con si hemos fortalecido o debilitado los impulsos-valores a través de buenos o malos hábitos, destrezas y habilidades, necesidades activantes o adictivas, y buen o mal ajuste con otras personas y el medio, especialmente en el trabajo y en las relaciones íntimas (ambas involucran todos nuestros impulsos-valores). Los impulsos-valores expresados con resultados productivos son fortalecidos. Los invertidos en actividades o relaciones insatisfactorias agotan la energía causando, por decirlo así, bancarrota emocional. Los impulsos-valores que se ven continuamente frustrados y suprimidos, sea por el medio o por conflictos con otros impulsos, pueden eventualmente debilitarse, aunque pueden mantener su fuerza a través de la perversión.” Como se aprecia, es una concepción en la cual la energía juega un papel central. El nivel de energía de una persona parece depender de tres elementos: la dotación constitucional de energía; los estímulos externos, y la conducta individual (buenos o malos hábitos, necesidades activantes o adictivas, y buen o mal ajuste con los otros y el medio). Si separamos los dos últimos factores del primero, MM sostendría una visión dual de la energía humana: la constitucional y la adquirida. Por otra parte, parecería postular que las personas llenas de energía están realizando sus potencialidades y las que tienen escasa energía están desperdiciando sus vidas. Como se aprecia, se necesita algo más que una teoría de carga energética, se necesitan explicitar valores universales. Esto es lo que MM intenta hacer en su libro.

El autor explica que ha agrupado los impulsos-valores en ocho categorías, porque así lo aconseja la parsimonia, que es un criterio para una teoría usable y porque el cerebro humano no retiene más de ocho categorías. Las categorías bajo las cuales ha agrupado los impulsos-valores son: supervivencia, sociabilidad (relatedness: ánimo para relacionarse ), placer; información, dominio (mastery), juego, dignidad y significado. El resultado, dice MM, es discutible. Debatí con la idea, ejemplifica, de considerar la autoexpresión o la individuación como impulso-valor separado. Por otro lado, acepta un vacío (presente en muchos autores): “El impulso-valor a reproducir la especie ha sido dejado fuera”. Recordemos que según Desmond Morris ( El mono desnudo) las necesidades de crianza de los menores obligaron al simio, ya convertido en cazador, a cambiar sus hábitos de relaciones entre los sexos y habría creado la responsabilidad del padre (que los simios de la selva no tienen) en la provisión para hembras y menores. Igualmente explica la formación de vínculos permanentes entre macho y hembra y la exogamia. Quedan pendientes dos cuestiones. Discutir la noción general de impulsos-valores y analizar cada uno de los impulsos-valores listados por MM.

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