Opinión
Ver día anteriorLunes 26 de diciembre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender a morir

Otro nacimiento

¡E

s una primeriza de 43 años, preparen la sala de operaciones!, ordenó el cirujano. Sí, se trata de un parto seco, pues se le rompió la bolsa antes de que comenzaran las contracciones, advirtió una rolliza religiosa. La parturienta, gritando angustiada sin soltar la mano diestra del esposo, insistió en que éste entrara al quirófano, lo que en principio fue rechazado por el obstetra, pero cuando se enteró de que aquel era director jurídico de un importante laboratorio farmacéutico, accedió.

Por esas cosas raras de la vida, que dijera Consuelito, detrás del abogado sujetado por su señora, se colaron un compadre que era notario público –para dar fe de que todo se haga conforme a la ley, aclaró–, un sacerdote jesuita –soy el guía espiritual de la que se va a aliviar, informó–, una vecina de todas las confianzas –con unos chiqueadores, por si se requieren– y el fotógrafo de una prestigiada revista médica –haremos un reportaje de este alumbramiento tan especial, presumió.

Ya no se permitió el paso a una pareja que nomás querían acompañar, porque el quirófano estaba repleto. Adentro aguardaban el anestesista, un cardiólogo, dos enfermeras, la jefa de ellas y alguien con un rosario a la que nadie le preguntó qué hacía ahí.

Comenzó entonces un estridente coro de preocupados opinadores ante cada instrucción del doctor a cargo. Que a su edad la madre corría mayor riesgo de traer diabetes gestacional, que si la presión arterial podía elevarse, que el corazón tiende a resentirse, que a veces aparece un cáncer de mama, que ya había tenido tres abortos involuntarios, que… ¡Se callan todos y dejan trabajar al doctor, y tú suéltame la mano que te van a anestesiar!, gritó enérgico el esposo de la inminente madre.

El producto viene mirando hacia atrás y de cabeza, por lo que tendremos que utilizar fórceps, anunció el cirujano. De un lado se apalancó una de las enfermeras y del otro el médico ya que la paciente, exhausta, había dejado de pujar. Qué raro, el producto pareciera resistirse a salir, comentó una de las enfermeras a la que solícito ayudaba el futuro padre. Entonces, el milagro sobrevino cuando todos los presentes entonaron al unísono el grito de batalla ¡sí se puede, sí se puede! Dicen que la del rosario escuchó clarito que el bebé susurró: espero que mi muerte no sea tan desalmada como mi nacimiento. Por lo pronto, decidieron ponerlo dos semanas en incubadora, a ver si se lograba.