Opinión
Ver día anteriorDomingo 23 de octubre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Relatos del ombligo

Voces de Tláhuac

F

ue 1517 el año en el que Moctezuma Xocoyotzin observó la aparición de un cometa; ante ello, más que maravillarse por el fenómeno astronómico, se preocupó ante un augurio que interpretó como aviso del regreso de Quetzalcóatl, quien, desde oriente, volvería a aparecer, y con él el fin del mundo tal como era conocido. Para estar seguro, mandó llamar a un grupo de cuitlahuacas, famosos por sus facultades de nigromantes, que sin perder tiempo corrieron ante el llamado de su soberano. Uno de ellos, el más respetado por sus pares, hizo saber al emperador que aquel brillante cometa de cola larga era la señal de que el imperio mexica se acabaría con absolutamente todas sus instituciones, políticas sociales y religiosas, y que un ente poderoso llegaría para adueñarse del Anáhuac.

Ante tal revelación, Moctezuma fue invadido por el pánico, emoción que dio paso a la furia con la que ejecutó al adivino, junto con toda su familia, con la intención de que la profecía quedara enterrada, algo que no sucedió. Desde oriente, misma dirección por la que Quetzalcóatl marchó después de abandonar Tula e incinerarse en las orillas del agua del mar, llegaron los españoles y con ellos la destrucción de Tenochtitlan. La profecía no se cumplió al pie de la letra, pues, si bien los soldados europeos, y luego quienes del otro lado del mar llegaron a estas tierras, cambiaron dramáticamente la vida de los antiguos mexicanos, su identidad no murió al encontrar la manera de integrarse a las impuestas para construir nuevos significados y, con ello, la cultura mexicana tal como la conocemos hoy.

Con la toma de Tenoch-titlan, el pueblo de los nigromantes, Tláhuac, cuyos lagos se convirtieron en zona de chinampas y con ello de majestuosos paisajes, siguió, como antes, proveyendo a la Ciudad de México de todo tipo de productos derivados de la agricultura. Tanto españoles como mexicas, y posteriormente criollos, mestizos, negros y mulatos, obtenían sus alimentos, principalmente, de esta zona rica en nutrientes que otorgaban, como hasta la fecha, un sabor inigualable a frutas y verduras.

Se cuenta que Hernán Cortés gustaba de pasear por esta –aún– zona rural del valle de México para disfrutar de su belleza y, al mismo tiempo, emular los días en los que, por primera vez, vio la majestuosidad de la ciudad construida por los mexicas sobre los lagos. De los más gratos recuerdos de Cortés, cuentan y dejaron testimonio quienes lo conocieron, fue aquel cuando él y sus soldados llegaron

En sus cartas de relación, Cortés escribió una detallada descripción del pueblo de Cuitláhuac; sobre él dijo que, aunque pequeño, era el poblado más hermoso y bien trazado que sus ojos hubiesen visto jamás. Una pequeña Venecia construida sobre el agua. Decidió entonces ponerle a este sitio Venezuela –la pequeña Venecia–, aunque el nombre no prosperó, pues la identidad de los lugareños, herederos de la estirpe más pura del Anáhuac, impidió que se europeizara el topónimo de este pueblo que, durante el virreinato, además de contar con actividad agrícola era puerto de paso de una enorme cantidad de mercancías que, desde distintos lugares, se dirigían a la Ciudad de México.

En la actualidad Tláhuac ofrece una enorme cantidad de atractivos, entre ellos los templos virreinales levantados en el siglo XVI, como lo es el de San Pedro Tláhuac, donde la mano indígena que los construyó dejó en muros y esculturas la representación de sus propios dioses camuflada en el que les impusieron. También es zona de paseos que permiten recordar la majestuosidad de los paisajes durante el México prehispánico, por ejemplo, en el lago de los Reyes, ubicado en su zona chinampera, patrimonio de la humanidad, donde usted podrá navegar en una trajinera y, si quiere, bajar en una o varias chinampas.

La resistencia tras la llegada de los españoles es respuesta natural a las imposiciones que se dieron a través del acero de la espada, la pólvora del fusil y, aún más contundente que lo anterior, el miedo y la culpa que los evangelizadores sembraron en la conciencia colectiva de muchos pueblos cuyas expresiones encontraron en el sincretismo la manera de subsistir hasta hoy. Tláhuac es muestra viviente de ello, no sólo en los muros de sus monumentos ni en el majestuoso paisaje que es reminiscencia de lo que alguna vez fue la región más transparente del mundo, sino también en las voces de sus habitantes.