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Larga duración: la última
C

oncluyamos por ahora las notas sobre la larga duración –siempre en alusión a Fernando Braudel– con un sencillo homenaje; sí, a mi compañero profesor e investigador de la UNAM Alejandro Dabat, quien falleciera en marzo pasado. Lo comentamos en su momento.

Hoy, de nuevo, pues a mediodía del martes próximo, en la Facultad de Economía de nuestra UNAM, estimados compañeros coautores presentarán el último libro que nos dejó: Del agotamiento del neoliberalismo, hacia un mundo multipolar, inclusivo y sostenible.

En él reitera la identificación de cuatro grandes transformaciones del mundo actual, profundizadas por la pandemia: 1) desplazamiento geopolítico del dominio noroccidental hacia el oriente y sur del mundo, en lo económico, lo social, lo monetario e incluso lo militar; 2) agotamiento de la economía neoliberal y tendencia a su sustitución por economías mixtas asociadas, impulsadas por vigorosos países (China, Rusia, Corea del Sur e Irán), pero también por luchas sociales de marginados y pauperizados por el neoliberalismo (mujeres, desplazados, intelectuales, minorías étnicas y trabajadores precarios (con malos empleos y bajos salarios); 3) revolución informática manejada por los cinco nefastos fantásticos: Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft (incluso Tesla), controladores del aprendizaje tecnológico de las masas, con revalorización más que proporcional de sus acciones, en detrimento de la baja de los otros concurrentes; 4) desplazamiento –hoy económico– de Estados Unidos por China, aun sin ser la nueva nación hegemónica, por falta de mayor dominio tecnológico y militar.

En ellas inscribe algunas tendencias de larga duración, en las que se despliegan movimientos sociales emergentes y políticas públicas alternativas.

Alejandro era un apasionado de la larga duración, de descubrir tendencias estructurales, su evolución, su transformación y su prospectiva. Y de asegurar –con vehemencia– que el éxito o fracaso de los movimientos sociales emergentes y las políticas públicas de transformación, se encontraba en la mayor o menor pertinencia que guardaran con esas tendencias de larga duración. Y con las transformaciones en proceso.

Se le podía criticar –recuerdo al querido Adolfo Gilly haciéndolo con afecto– cierta orientación reduccionista. No la tenía. Aunque al insistir en lo que otro compañero llamó encuadre tendencial, daba esa apariencia.

A su metódico desarrollo lo llamó metodología histórica, sistémica-estructural y abierta (MHSEA). Una metodología de carácter interdisciplinario y holístico, orientada a rescatar las mejores tradiciones de las ciencias sociales y la historiografía clásica heredadas del siglo XIX y comienzos del XX (clásicos, Marx, Gramsci, Braudel, Hobsbawn, Veblen, y post-keynesianos progresistas, entre otros), y a integrar aportaciones recientes de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI.

Visión neoschumpeteriana de la innovación tecnológica, por ejemplo. Visión crítica –en La Jornada hay testimonios– de Stiglitz, de Krugman. Insistía en retomarlas y profundizarlas.

Me permitiré hacerlo, incluso para atender comentarios críticos que se me formulan a partir de mi nota anterior en La Jornada.

Cierto, Dabat defendió las exigencias del historicismo, de la sistematicidad, de los componentes estructurales y dinámicos y del carácter abierto de la dinámica social. Siempre en busca de trascender el neoliberalismo financiero, rentista y especulativo; el globalismo imperialista; el racismo, y el militarismo, aún dominantes.

Casi lo escucho decir que la lucha por la transformación en México, en América Latina, en el Mundo, es de largo aliento, de larga duración. Y debe ser estructural e incluyente. Sólida, desde abajo. Y, por lo demás, crítica y autocrítica. Tenía razón. De veras.