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Nosotros ya no somos los mismos

Juntos, pero no revueltos // El sexenio gris // La ficción mejora la realidad

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▲ Enrique Peña Nieto, cuando era gobernador del estado de México, y Felipe Calderón, en un acto en la sede del Issste en 2009.Foto La Jornada
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asta la columneta misma piensa que ya basta de elucubrar sobre la hipotética reunión de los cinco ex presidentes, con el actual mandatario, en los hermosos patios del Palacio Nacional. Ya hablamos del arribo a esta crucial reunión de don Vicente Fox. Y del segundo: don Carlos Salinas, quien ante el inmediato acoso del primero tuvo que, como don Enrique Peña en la Universidad Iberoamericana, refugiarse en los mingitorios.

Afortunadamente para él, en ese momento, separados entre ellos no más de 50 metros arribaron los ex: Zedillo, Calderón y Peña Nieto. El primero vestía, como fue su sexenio, de gris (fiel a sí mismo, como la suave patria). Seco, enjuto, tieso y con un semblante que podría ser el logotipo de alguna funeraria de la capital. No saludó a nadie, rinconero como de costumbre. Calderón, por su parte, aunque salió con anticipación de La Ópera, iba con retraso, no es lo mismo avanzar de frente que dando un pasito para un lado y el otro para el contrario. Al llegar a la puerta lo reconoció un sargento y, atrevido, le arregló cuello, corbata y lo encaminó por el corredor que lo llevaba al patio en el que estaban sus ¿antecesores, sucesores, colegas, pares? Ellos trataban de acomodarse en el lugar menos desagradable y comprometido. Por fin, la edecana en jefe les explicó que la formación sería en el orden que habían ocupado la Presidencia, iniciando con el inmediato anterior al actual Presidente. Esto significaba que en el centro estaría López Obrador, a su derecha, Peña Nieto, Calderón y Fox y a su izquierda Zedillo y Salinas. En pocas palabras una fila india, como se le llamaba entre los conscriptos o los boy scouts, sólo que de frente. El equipo encargado de tan singular y, supuestamente, reservado evento, estaba conformado por dos mujeres que tomaban las fotos fijas y dos varones provistos de modernos equipos de grabación que, en nuestros paleolíticos tiempos no cabían ni en la más desbordada imaginación. Se había convenido que no habría conferencia conjunta y que nadie, para no entrar en contradicciones, daría entrevistas por separado, lo cual garantizaba que a medio día de ese día, si no es que desde la víspera, ya se habían distribuido de parte de los extintos jefes de prensa (ahora directores de comunicación, medios electrónicos, redes sociales, sondeos de opinión, encuestas, videntes, pitonisos, columnistas, conductores, augures, médiums, echadores de naipes, lectores de ouija y otras muchas versiones de la comunicación terrenal y un poco más allá), algunos boletines sin firma, pero con el consabido aviso: “fuentes generalmente bien informadas…” o “Uno de los presentes, que rogó guardar su identidad nos comentó…”

Los y las muchachas que habían levantado el acta gráfica de la reunión habían comenzado a retirarse y entonces el Presidente, con gran sentido del tiempo y la oportunidad se adelantó y se dirigió de manera inequívocamente plural a los presentes: Señores ex presidentes: no voy a escatimar a ustedes mi reconocimiento y sincera gratitud por la noble actitud asumida esta mañana. No se trata tan sólo de una inequívoca muestra de civilidad política coyuntural, sino de una profunda convicción surgida del amor que profesan a nuestra patria común. El acto de esta mañana acarreará tanto beneficio para México, como para ustedes, honra. El Presidente terminó su breve fervorín y desapareció en pop (en el lenguaje cinematográfico significa, de golpe: de un cuadro a otro, lo que estaba en la pantalla desaparece). Los asistentes, confundidos, atónitos, perplejos (ojo, la columneta dijo perplejos) se tropezaban buscando la salida porque no levantaban la vista para no verse uno al otro. Se habían mutuamente invisibilizado. Por eso ahora, al estar obligadamente juntos, no encontraban la forma idónea de comportamiento. Unos a la manera de Truffaut, tenían la piel suave y otros, por el contrario, dura. Al margen de su comportamiento exterior ¿cuáles eran sus pensamientos más recónditos y sus más íntimos y domeñados sentimientos?

Esta situación me recordó la historia de un periodista argentino, Guillermo de Vito, quien un día, con gran asombro, descubrió que había dos Guillermos de Vito: uno muy bien valorado socialmente y otro que habitaba en su interior y que a él mismo asustaba. Luego fue constatando que con sus semejantes no sucedía diferente, lo cual lo llevó a crear un personaje al que llamó El otro yo del doctor Merengue, que con éxito creciente comenzó a publicar en la reconocida revista El Hogar. Se trataba de un estirado licenciado que envuelto en las diversas situaciones sociales se comportaba con maneras tan educadas y gentiles que en los más diversos estratos era apreciado y citado como ejemplo de piadoso y educado caballero. En la tirilla cómica, sin embargo, envuelto en un globo que sólo los lectores podían ver, aparecía lo que el licenciado Merengue realmente pensaba y sentía. ¿Alguna similitud con nuestro país y nuestro tiempo? Veamos la próxima semana la migración de este abuelo de la entrañable Mafalda a nuestro país.

@ortiztejeda