Opinión
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Confianza o crisis
E

l reconocimiento de críticos y especialistas al buen funcionamiento gubernamental desemboca, con regularidad, en la generación de aceptable clima de confianza ciudadana. Pero no siempre es tan abarcante este fenómeno, eminentemente político. Tal vez su caracterización debía ser sociopolítico. Aunque, con mayor particularidad se trate de un asunto político-financiero. ¿Confianza de quién o de quiénes y para cuál motivo? Por esta vía de razonamiento se plantean numerosas escalas de confianza. Y en igual número de situaciones se originan puntos sobre los cuales se radica ese mismo sentimiento que, muchas veces, pretende ser primordial. No importa que, con la misma regularidad anterior, se presuma que lo resienten sólo algunos cuantos: en particular los inversionistas. Se puede, el clima de confianza, hacer más extenso y abarcar, no sólo el terreno de las inversiones, sino afectar ángulos trascendentes, como la gobernabilidad. Pero puede ampliarse un tanto más la confianza (o desconfianza) hasta tocar aspectos tan sensibles como la sobrevivencia colectiva. Puede, incluso, situarse ante riesgos inmensos como estabilidad, independencia o la que condiciona los llamados estados fallidos.

Hace unos días, el gobierno alemán nacionalizó tres grandes refinerías pertenecientes a la compañía rusa Rosneft. El canciller germano argumentó urgencias energéticas desatadas a raíz de la guerra ucranio-rusa. Lo cierto es que la dependencia alemana de los hidrocarburos rusos (baratos y abundantes) es un tanto más que alarmante. Esa medida se inscribe en la serie de castigos –llamados occidentales– que se han seguido luego de los graves hechos bélicos. Tales acuerdos punitivos fueron diseñados por Estados Unidos y la Unión Europea (y otras naciones) contra Rusia. Se trata de afectar su economía hasta el punto de imposibilitar la agresión emprendida contra Ucrania. Las refinerías no son cualquier bien industrial. Son enormes y valiosos conglomerados que procesan crudo ruso para la economía alemana. Tan crucial medida ha pasado por completo desapercibida para la crítica mundial. Nadie se ha metido a predicar la casi obligada deriva en el desaliento e incremento de la desconfianza que se instalaría en los centros inversionistas. Tal parece que una intervención de este tipo, siempre catalogado de arbitrario, contra la empresa y el capital, ocurriera en el más profundo vacío. ¿Qué ha pasado con las inversiones, locales o extranjeras en Alemania? ¿Se ha caído la bolsa de valores local? ¿Se han devaluado las acciones de empresas germanas en esas bolsas? ¿Acaso expertos visualizan alguna crisis mayor o generalizada? ¿Se rebajó la calificación de la economía? Nada de esto ha sucedido. Ni siquiera se ha sabido de un reclamo de los afectados. ¿Estarán cambiando los criterios que hacen sonar las alarmas de cuidados, de pánico o de prevenciones ocasionales? Tampoco ha sido el caso. Algo verdaderamente extraño ha sucedido entonces. Por mucho menos valor expropiado en Cuba se implantó un bloqueo y se expidieron leyes aplicables extraterritorialmente.

Acostumbrados como estamos, en este país y alrededores, a llamar la atención y desatar una polifonía de opiniones ante cualquier medida que pueda afectar, aunque sea de manera tangencial o leve a las inversiones, ya habría un sonoro concierto de críticas y ejemplaridades extendidas. Pero, se repite: nada de eso siguió a la violenta decisión germana. Parece, entonces, que las reglas para medir la confianza se aplican de manera discrecional y selectiva. Se excluye de los avatares críticos a las economías de países avanzados. Para ellos se siguen pautas distintas.

Capitulemos entonces algunos de los episodios que han afectado recientemente a la confianza en México. Con mayor precisión a cualquier acción o simple rumor de factibles reveses en esa etérea zona de credibilidad, de buen comportamiento y seguridades. Casi de manera inmediata se topa de frente, con la alebrestada posición del grupo difusor nacional, sean éstos comentaristas, apoyados por los llamados especialistas o, con similar intensidad y frecuencia, los mismos medios de comunicación. Son estos estamentos los que originan opiniones de alarma y lanzan consignas de desventuras por ocurrir. Son ellos los que insisten en la baja de confianza, en los daños a los inversionistas, en la pérdida de inversiones futuras. Y, con inusitado espíritu crítico, lanzan las consignas de distanciarse del camino o la ruta optada. ¡Se va por el camino equivocado!, se clama con totalizadora solvencia. Son, qué duda, esta clase de alharacas las que inhiben apoyos de buena parte del capital local, extremadamente temeroso. El inversionista externo, por lo regular, sigue reglas diferentes y tampoco huye con similar facilidad.