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¡Que viene el lobo (ruso)!
E

stamos viendo el final de la era del imperio estadunidense con sus aliados claves, como Gran Bretaña e Israel. ¿Será cierto? Mis maestros me vacunaron de una vez y para siempre contra la tentación de predecir, pero al leer a los historiadores británicos de moda me pasa como cuando en México vemos el triste espectáculo de intelectuales a los que antes respetábamos, sumarse estridentemente, sin la menor crítica ni confrontación de fuentes, a cualquier campaña de calumnias contra el gobierno actual o sus representantes (o a los que suponen tales). Y la falta de profesionalismo satura su obra.

Para valorar un libro de historia hay que desmontar sus fuentes: ¿hay equilibrio entre las mismas o usa las de un solo bando?, ¿se confrontan y se analizan críticamente o se les cree a ciegas? Tengo el ejemplo de Alan Knight, quien para contar las batallas del Bajío cita 43 veces las fuentes oficiales de los carrancistas vencedores en un total de 45 referencias (ninguna de ellas de archivo); y que para definir al villismo, comete errores garrafales y omite todo lo que no cabe en su muy ocurrente explicación (lo muestro en las páginas 1337-1344 de https://bit.ly/3Crz7iw).

Hoy toca Rusia: revolución y guerra civil, 1917-1921, de sir Antony Beevor, quien solía entregarnos historias descarnadas y terribles de la Segunda Guerra. Pero este libro se parece más a los más pasquines anticomunistas de la primera posguerra (que alimentaron el surgimiento del nazismo), aunque con algunas diferencias: los bolcheviques no son vanguardia de la conspiración judía, sino antisemitas disfrazados que alentaban a las turbas contra los judíos (curioso cambio).

El terror al pueblo aparece por todas partes. Así, sobre la reacción popular en Petrogrado contra el intento golpista de Kornilov (intento inexistente, según sir Antony), en dos párrafos escribe: multitud brutalizada que acompañó las atrocidades con vítores y carcajadas feroces, su propia bestialidad los conmocionó, frenesí de violencia (idéntica frase usan los falsificadores mexicanos para hablar de las turbas del cura Hidalgo). ¡Y espérense a que aparezca el gobierno soviético o a la guerra civil en Asia, para ver cómo se le acaban los adjetivos!

Porque, además del terror al pueblo, el racismo, la rusofobia, lo asiático saltan por todos lados, envueltos en un lenguaje políticamente correcto y un empaque académico. Parece una llamada de alarma, ¡vienen los rusos!, o peor ¡los asiáticos! Por cierto, polacos y ucranios, aunque brutales, lo son menos: conforme se transita de oriente a occidente disminuyen (sin desaparecer) la barbarie y el salvajismo de las turbas.

No hay ningún equilibrio en el manejo de fuentes. Ni siquiera lo finge. Con contadas excepciones (y para reforzar la inhumanidad de los bolcheviques), las fuentes son anticomunistas. Con marcada frecuencia diplomáticos europeos (igual que en Alan Knight los imperialistas y racistas cónsules en México parecen su más pura fuente). Es risible la seriedad con que cita al embajador británico que responde enérgicamente a una delegación de banqueros que era ingenuo pedirle a un embajador que conspire contra el gobierno ante el cual está acreditado, ¡como si no fuera tarea de los embajadores imperiales!

La selección de fuentes revela al caballero inglés que es sir Antony, como una señorita de Odessa a la que cita con frecuencia (aquí, cuando las elecciones a la Asamblea Constituyente, en noviembre de 1917): “Son muchas personas, también entre la gente humilde, que sienten nostalgia del zar y del orden… yo me vuelvo cada día más de derechas. Quizá no tarde en ser monárquica. Ahora mismo soy una kadete de pura raza, aunque hace muy poco era socialrevolucionaria. Nuestra doncella y nuestro cocinero firmaron por la lista electoral de los kadetes” (el partido de la derecha).

No me detendré en las exposiciones de la diabólica maldad de Lenin. Baste una cita para develar el oficio de historiador de sir Antony (en abril de 1917, cuando Lenin regresa a Rusia): “En su determinación para hacerse del poder total… Lenin no cometió el error de develar cómo sería la sociedad comunista… Se animó a los campesinos a creer que la tierra sería de su propiedad… No se advirtió… de la colectivización forzosa de las granjas”… algo que ocurrió 10 años después de muerto Lenin, como respuesta a la crisis y la hambruna.

No se piense que el libro es una oda a los anticomunistas Blancos (aunque sí sugiere que, si en lugar del zar Nicolás, hubiese reinado su enérgico y perspicaz hermano Miguel, otro gallo cantara), quienes, sobre todo en Siberia, exhibieron una crueldad inefable. Aunque: Demasiado a menudo los Blancos [rusos y asiáticos, al fin] representaron los peores ejemplos de la humanidad. Pero en lo que atañe a la inhumanidad implacable, nadie superó a los bolcheviques.

¡Que viene el lobo! Pero, ¿no había alternativas? ¡Ah!, si británicos y estadunidenses hubieran intervenido en serio en 1919 ¡cuántas tragedias se habrían evitado! Sí, el libro es un abierto llamado a la intervención, hoy, antes de que vuelva a ser tarde. Por eso, publicado hace apenas unos meses, se vende como pan caliente y se tradujo a velocidad vertiginosa a los idiomas de la OTAN. Y no, no se desprenda de esto que tenga yo la menor simpatía por Putin.