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Nosotros ya no somos los mismos

Los echeverristas de aquel sexenio

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▲ Al sepelio del ex presidente Luis Echeverría Álvarez, en Cuajimalpa, sólo asistieron algunos familiares y amigos.Foto José Antonio López
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omo pocas veces, las comunicaciones rebotadas por parte de la multitud a la columneta de la semana fueron tan coincidentes, que la respuesta de ésta a la duda colectiva planteada es, por lo mismo, la misma (como ven, para mí la igualdad de género hasta en la redacción es respetada). Aunque sea con verdadera austeridad franciscana, en razón del breve espacio (saludos, don Pablo) del que se dispone, a todos los remitentes, de manera particular se les agradeció en unos cuantos renglones la lectura y el trabajo de ejercer su derecho de réplica o de aclaración y se les ofreció una ampliación de lo que la columneta había querido decir el lunes anterior, sobre un asunto entonces vigente y que, como es lo usual, ahora había sido ya sepultado por la remota antigüedad que, para una noticia significa una semana (aunque hagamos nuestra la sapiencia del maestro Manzanero y aceptemos que hay semanas que tienen más de siete días).

Mi incomprensión y azoro sobre las reacciones sociables que provocó el fallecimiento del ex presidente Luis Echeverría me llevó a intentar una retrospectiva a nuestra historia y cerciorarme si había antecedentes de un comportamiento como el que tenía frente a mí y del que no lograba recordar episodio siquiera parecido. ¿A qué me refiero concretamente? Pues a la reacción que ante la muerte del centenario primer mandatario de nuestro país en el sexenio 1970/76, Luis Echeverría, expresaron grupos tan disímbolos, tan opuestos desde los orígenes y en todos los momentos fundamentales de la vida de la nación (que seguimos empeñados en construir), y que esta columneta se tomó la libertad de calificar como: las antípodas históricas del país.

¿Qué de dónde saco esta aventurada opinión? Pues, por ejemplo, de su velorio y funeral, de la información en los diarios y los noticieros electrónicos. La ausencia de esquelas en los diarios: Uno puede valorar con exactitud la posición socioeconómica que guardaba el o la difunta, pero sobre todo sus deudos o séase sobrevivientes, que son los que van a leer, registrar y valorar el sincero y profundo afecto, aprecio, de los dolidos abajo firmantes (en las esquelas son los firmantes quienes encabezan los sinceros y públicos mensajes). Pues resulta que todas estas muestras de solidaridad estuvieron marcadas por esta virtud: la franciscana, que se ha expandido más rápidamente que la epidemia de covid-19, pues con la tercera recaída del presidente Joe Biden, ha quedado claro en la Casa Blanca, el covid tiene visa triple A y que la equidad o, piso parejo, como hoy se le conoce, empareja a los barrios del South Bronx con los jardines de la designada alcoba rosa (por la castidad que allí impera). No confundir con la mansión de aquí, qué llegó a conocerse como la Casita del pecado (película mexicana, con la maravillosa presencia de Olivia Collins y el inefable Polo Polo).

Regresemos después de tan evitable, frívola y sugerente digresión, a la causa de nuestra conversa: la desaparición física del ex presidente Echeverría provocó una reacción inusitadamente semejante entre los sectores más antagónicos del espectro social. Desde mi personal perspectiva, todos tienen motivos, pero algunos, también, razones.

Rastacuera (perdón por la fácil y sencilla definición de un lexicón a la mano). Este vocablo significa persona inculta, adinerada y jactanciosa. Luis Spota exhibió en su olvidado y sin embargo inolvidable libro Casi el paraíso el pensamiento, los valores y aspiraciones de esa minoría insignificante, pero que fue, desde los inicios, beneficiaria del acrecentamiento de la riqueza producida por el trabajo de un pueblo, numeroso, trabajador e indigente pero sometido nacional e internacionalmente por el sistema neoliberal que aún nos rige, y que otorga a los violentos, los guerreros, los criminales, el cuestionable derecho de propiedad que encubre y ampara el pillaje, la explotación y la esclavitud misma. La explotación sin límites de los recursos y el trabajo esclavo no pueden tener validez en nuestros tiempos.

La burguesía criolla de los años 70, que le había perdonado a Díaz Ordaz su agresiva fealdad, su ostensible carácter violento y sus innegables desmanes autoritarios que, de alguna manera les garantizaban orden y seguridad, no provocaron a su muerte pesar alguno, ni le agradecieron sus irracionales y anticonstitucionales procederes. Con su cómplice silencio, le otorgaron la absolución.

A Echeverría, izquierda y derecha lo remataron, sus motivos y razones son diferentes. A cada quien corresponde avalar o desechar unas y otras, pero, lo que me sigue intrigando es: ¿y los echeverristas de su sexenio? ¿Sus secretarios de Estado, sus dos legislaturas de diputados, los senadores que eligió y los gobernadores que impuso?

Twitter: @ortiztejeda