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Ciudad perdida

Proyecto, no promesas, hacia 2024

S

erá el negocio, será la curiosidad popular que ellos tienen bien medida, o la necesidad de los contendientes de medir sus fuerzas frente a las interrogantes y las tareas que les impone la proximidad de una elección o cualquier otro buen pretexto, pero las encuestas empiezan a manejar verdades efímeras para alimentar egos o para dinamitar ilusiones.

Es el momento, los nombres y los números van y vienen, este lapso, el de ahora, permite todavía errar y recomponer, rescribir historias, y entonces los motivos se multiplican y toman nuevos intereses, el tiempo es político.

Y en esas competencias, lo que no se mide es la aceptación de la gente a las propuestas de los que pretenden. A partir de la popularidad, y nada más, se monta en la arena a los contendientes. No hace falta nada más y por ello los concursantes buscan ser más populares y menos inteligentes.

Por esa regla gana entonces quien es más conocido y no quien tiene el mejor proyecto, el mejor equipo, el mayor conocimiento de lo que quiere gobernar.

Las encuestas, que ya se multiplican en cuanto a lo que podría pasar en la Ciudad de México en 2024, recurren al cada vez más viejo método de preguntar si tal o cual es mucho, poco o nada conocido, y a partir de ello fabrican el supuesto de un posible gobernante aceptado por ciertas dotes que nada tienen que ver con sus proyectos de gobierno.

El caso más cercano es el del presidente López Obrador, quien ofreció un proyecto muy claro en contraposición de lo que el país ya había vivido. Sus oponentes no tenían oferta, su discurso, su promesa, era seguir con el saqueo, pero las encuestas sólo registraban la popularidad. Muchos años de campaña hacían de López Obrador el más conocido también.

La Ciudad de México está a la espera de un proyecto que satisfaga a las mayorías. Son muy pocos los que pueden decir que conocen los problemas de la ciudad, los que han luchado por esta capital, aunque habría que decir que hay aspirantes que en sus luchas por sus territorios, sus tribus o sus sectas se convirtieron en personajes conspicuos, pero sectarios.

La pregunta, ahora más que nunca, es ¿quién conoce la ciudad desde su entraña violenta hasta el paso del tiempo sobre sus habitantes? ¿Quién puede ofrecer, entonces, algo más de lo que ya se tiene? No hay muchas opciones, por el contrario, la lista se achica, pero sí hay quién.

El asunto es que para plantear un proyecto real para una cuidad como la de México se requiere de tiempo no sólo para exponerlo, sino para que se comprenda. Proyecto, no promesas aisladas, de eso es lo que hay que hablar.

Es muy posible que esta ciudad exija un plan, un proyecto de gobierno al que quiera gobernar; un proyecto real, ajustado a las necesidades y a la problemática de hoy, y que se olvide de carismas y de imágenes calca de las fotos de revista de modas.

Exigir trabajo y también, para que luego no salga nadie con reclamos, la presentación de la gente con la que esta o aquel busquen gobernar puede resultar interesante, y a veces definitivo.

De pasadita

Como ya es costumbre la oficina de comunicacion del Metro falló. No es que la gente no escogiera transportarse por la línea 5, que podría cumplir con la tarea de llevar a los usuarios a puntos muy cercanos a su destino y decidiera atropellarse para meterse a la 9. Faltó información porque los genios de comunicación nunca se han enterado de lo que realmente significa el Metro y no supieron dar información vital, pese a que ya tienen años metidos en esas oficinas. Ni cómo ayudarlos.

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