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Octavio Paz y la vida de los muertos
S

ólo al final descifraremos a cabalidad el acertijo de Epicuro: si está, ya no estamos; si estamos, no está. Hija del sueño y de la noche, la muerte señala el fin absoluto de la vida. Es el símbolo del no más, del hasta aquí, del se acabó y de esa perfecta democracia en la que todo se reduce a polvo: la democracia de los muertos.

Pero no todo termina allí. En el panteón del imaginario colectivo algunos muertos viven. Jesús, El Cristo, es quizá el más conocido. Resucita en la fe de cada creyente, pero no es el único. Existen otros e incluso algunos de oscura reputación como Francisco Franco. En 1975 murió el dictador, pero la demo- crática España permitió que sus despojos permanecieran al lado de los de sus víctimas en el vergonzante Valle de los Caídos. ¿Imaginan un mausoleo en el que se encontraran restos de víctimas del Holocausto junto a los de Hitler?

Me lo advirtió Carlos Monsiváis el lunes 20 de abril de 1998, un día después de la muerte de Octavio Paz: ahora aparecerán las viudas, los viudos, los amigos que apenas lo fueron y los que ni siquiera. Lo que no me dijo es que a él le pasaría lo mismo: con su muerte surgieron decenas de amigos que sus amigos, como Iván Restrepo, ni siquiera conocían.

En la marquesina del panteón de los notables siempre aparece el letrero esta historia continuará. Hace unos días, las cenizas de Octavio Paz y Marie José fueron depositadas en un nicho del Colegio de San Ildefonso.

El hecho importa porque es un homenaje al alumno más notable de ese colegio. Pero también porque tirios y troyanos, como en el Evangelio, habían echado suertes sobre su legado.

Fue una ceremonia emotiva si pensamos en los discursos de la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, y en la lectura del poema La vida sencilla, en voz de la historiadora Beatriz Gutiérrez Müller. Pero también porque quien diseñó una fuente para recordar al poeta y el nicho para sus cenizas fue Vicente Rojo, amigo de muchos años del autor de Piedra de Sol.

El acto fue emotivo y esclarecedor: la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, aseguró que el legado de Octavio Paz es patrimonio nacional y está al cuidado de la Ciudad de México.

Para garantizarlo se creará un fideicomiso que permita administrar los bienes y recursos para hacerlo autosustentable y, así, promover la obra del poeta. Autoridades del gobierno de México, de la ciudad, la UNAM y El Colegio Nacional serán garantes de ese esfuerzo.

Es conocida la leyenda de que El Cid campeador, ya muerto, ganó una batalla. El autor de El laberinto de la soledad, también. Ya no se continuarán vendiendo sus archivos en el extranjero, como ocurrió con una parte de ellos, ni sus bienes cebarán la codicia de los viudos y las viudas que no faltan en la viña del Señor.