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Gustavo Esteva y el horizonte de intelegibilidad
A

l pie de la majestuosa ceiba, en las húmedas mañanas soleadas y en el anochecer de La Realidad, en la selva Lacandona, en la que asesores e invitados del EZLN esperaban reunirse con la comandancia, Gustavo Esteva dialogaba durante horas con otros asesores. No era infrecuente escucharlo conversar apasionadamente con el filósofo Luis Villoro y el sacerdote jesuita Ricardo Robles de temas, aparentemente tan lejanos a esas reuniones, como el de la existencia y la naturaleza de Dios. Por su sapiencia, ese debate a tres voces era digno de la más prestigiada Aula Magna universitaria.

Transcurría 1996 y en San Andrés se ce­lebraba entre zapatistas y gobierno federal, primero, la mesa de Derecho y Cultura Indígena de los Diálogos, y después la de Democracia y Desarrollo. Esteva participó en ambas. Sus aportaciones sobre autonomía fueron medulares. Otras generaron en asesores un verdadero cataclismo.

Así sucedió, para escándalo de activistas, con su visión de los derechos humanos, a los que consideraba una construcción occidental individualista, que dejaba fuera los derechos comunalitarios, como puede leerse en su artículo publicado por invitación del Ronco Robles en la revista Kwira, 44. Y, para sorpresa de dirigentes campesinos, su crítica al concepto de desarrollo. La metáfora de esa palabra –es­cribió en Diccionario del desarrollodio hegemonía global a una genealogía de la historia puramente occidental, privando a los pueblos de culturas diferentes de definir las formas de su vida social.

Su visión de comunalidad fue fuertemente sacudida en San Andrés. Según Gustavo, ésta consiste en una realidad no definible. Es un horizonte de inteligibilidad: vivir el mundo desde un Nosotros. Co­munalidad –escribió– nació a la vez como palabra y como término, bajo condiciones que han propiciado la confusión y su uso arbitrario. A quienes acuñaron el concepto (el mixe Floriberto Díaz y el zapoteco Jaime Luna) les nació como palabra, y en la lucha. No necesitaban explicarla o definirla. Intentaron construirla como concepto y como categoría, para buscar en ese terreno un entendimiento común. No lo hicieron bien. Pese a esta objeción, la necesidad de una reforma constitucional inspirada en parte en esta experiencia hizo necesario traducirla a otro lenguaje.

En los Diálogos de San Andrés Esteva fue más allá de proponer conceptos para pensar la nueva realidad, confrontar argumentos gubernamentales, reflexionar los alcances del momento o propiciar estimulantes debates. Allí él fue también un formidable sistematizador de las discusiones entre los asesores de los zapatistas. Con una eficaz capacidad de síntesis, resumía las ideas centrales del debate y las redactaba fielmente con rapidez inusitada. La broma inevitable era que ya traía las conclusiones escritas en su computadora y que sólo las imprimía.

Donde fuera, las intervenciones del escritor resultaban siempre contrastantes. En plena pandemia, en reunión con maestros de la CNTE en Oaxaca, criticó la educación híbrida, pues todo lo híbrido, desde las mulas hasta las semillas, son estériles.

El pensamiento, complejidad, orden mental, brillantez teórica y sofisticada capacidad de argumentar de quien se autodefinió intelectual desprofesionalizado, llevó a que una de sus asistentes durante algunos años lo describiera como una persona tan inteligente, que es capaz de convencerme de que mi mamá es mi papá. No es cierto. Pero sus razonamientos para demostrar lo contrario son irrefutables.

A lo largo de su vida, Esteva fue muchas cosas. Administrador de empresas; ejecutivo de compañías trasnacionales; alto funcionario público, casi secretario de Estado; directivo de Anadeges, una de las ONG más relevantes del país en los 80, que, conservando las siglas cambió de nombre y misión, de Análisis, Desarrollo y Gestión, literalmente analizar, desarrollar y ayudar, a Autonomía, Descentralismo y Gestión; fundador de la Universidad de la Tierra en Oaxaca; articulista de La Jornada; autor de libros medulares para comprender la cuestión campesina en México como La batalla en el México rural, y un original pensador reconocido en Alemania, Japón, Estados Unidos e Italia.

Esteva fue, a su modo, compañero de camino de Raimon Panikkar, precursor del diálogo interreligioso, defensor, contra el universalismo hegemónico de occidente, de un pluralismo radical que no es relativismo. También de Iván Illich, el pensador vienés asentado en Cuernavaca desde mediados de los 60 hasta fines de los 70, crítico radical de las instituciones del progreso. Pero fue aprendiz permanente de las luchas indígenas y populares, de las que abrevó para encontrar la construcción autónoma de un arte de vivir contemporáneo y una ventana a la esperanza.

Según el autor de Crónica del fin de una era: el secreto del EZLN, la insurrección za­patista generó la transición política en que aún se encuentra el país y sigue representando una opción política para millones de personas. Su creación social y política corresponde a la descripción de la sociedad convivial, la que adopta los ideales socialistas, pero en vez de intentar poner a su servicio las instituciones dominantes creadas en el capitalismo, las invierte o disuelve. Un movimiento que tiene ya un lugar en el mundo. Por eso no es utopía.

Siempre brillante, erudito, polémico, Gustavo Esteva abrió horizontes de intelegibilidad del mundo que nos tocó vivir. Se le va a extrañar.

Twitter: @lhan55