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El estante de lo insólito

Dos tipos de cuidado

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▲ Ilustración Manjarrez / Instagram: Manjarrez_artFoto

En una mañana de oro alguien nublaba el paisaje, eran un cuervo y un loro arrancándose el plumaje, hay que olvidar lo pasado si la culpable es la suerte, que bueno y malo mezclado, en regular se convierte

Coplas de la película Dos tipos de cuidado

S

in duda, Pedro Infante y Jorge Negrete son reconocidos como dos de las máximas figuras de la época de oro del cine mexicano. De hecho, es la muerte de Pedro en 1957 lo que para muchos marca el verdadero deceso de ese periodo de bonanza taquillera de la industria fílmica, con gran producción y envidiable presencia en mercados internacionales. Las divisas que generaban esas películas eran una de las principales fuentes de ingreso de las exportaciones generales del país. Fue, ciertamente, un periodo dorado. Las discusiones sobre la calidad de muchas cintas, la reiteración temática, y las fórmulas agotadas han amargado por décadas el réquiem de aquella época de estrellas cinematográficas y público volcado en las salas para admirar a sus ídolos. De una vasta baraja, desigual pero magníficamente atractiva, hubo un solo largometraje que reunió a los dos grandes ídolos: Dos tipos de cuidado, hace 70 años.

La historia

Tras fotografía de grupo con hombres y mujeres en soleada tarde de día de campo con todo y pesca, los amigos Pedro Malo Perico (Pedro Infante) y Jorge Bueno (Jorge Negrete), planean su táctica para acercarse a las muchachas que aman: Jorge a Rosario (Carmelita González), y Pedro a María Maruquita (Yolanda Varela), hermana de Jorge. El tema es que ellas quieren que los galanes rancheros dejen de andar con amoríos (chamaconas), pero ellos, terminantemente, dicen que eso no se va a poder. Jorge interpreta entonces, con gran calidad, la versión en castellano del O sole mío, lo que acompaña recorrido en zona boscosa, lago y cascada imponente, con planos estupendos (aunque hoy se resiente demasiado lo filmado contra pantalla con el sistema de back projection), para establecer que las parejas se atraen, se aman, pero tienen que superar la superficie del atractivo y la primera capa del sentimiento para llegar a ser algo.

A partir de ahí, el enredo de consumar el amor de las parejas se hace complejo y casi imposible. La historia da un salto de un año, en el que el espectador ve todo completamente revuelto, ya que Pedro se ha casado con Rosario, quien tiene una hija. Mientras ella es asistida con cariños por su padre árabe, don Elías (un brillante Carlos Orellana, autor del guion con Ismael Rodríguez), quien soporta los escándalos de Pedro y sus aventuras de gran parranda, sin entender por qué su hija lo defiende siempre, aunque no la procure.

La trama, de peripecias, escenas ingeniosas y diálogos puntillosos, tiene costados sin buen moldeado, con prototipos que son absurdos, pero que extienden sus posibilidades con un fondo más complejo que el de Pedro dejándose insultar por Jorge, indignado porque su amigo desposó a su amada. Hay flashback para entender el rompimiento entre Rosario y Jorge, pero no quedan claras las razones por las que se dio el encuentro y el súbito matrimonio, con la natural distancia de María, algo que queda reservado estrictamente para el epílogo de la historia.

Con sus carencias de tensión y límites machistas, la película ha resistido todo y sigue siendo exigida por el espectador, probablemente, como escribió Carlos Monsiváis, porque convoca un simposio a domicilio sobre la mexicanidad y la amistad ( Pedro Infante, las leyes del querer; Ediciones Aguilar, 2008).

La amistad viril

El argumento, propio de una época, justifica los desgarriates de los hombres, con una tradición femenina de resignación, con paternal desdén de los galanes, siempre considerándose en posición de excusarlas porque al fin y al cabo es mujer. En esa mala educación, la trampa, el abuso, la humillación y el sometimiento encuentran asidero y salidas simplones, pero no hay modo de perdonar la traición de un amigo. La amistad, como ocurría en el díptico filmado con anterioridad por Rodríguez, A toda máquina y Qué te ha dado esa mujer, tiene que ser un vínculo viril, en el que todo puede exponerse, hasta la vida, antes que decepcionar el lazo fraterno con un amigo del alma, menos cuando es una fémina la que interfiere en la continuidad de esa amistad. Jorge y Pedro pueden perdonarse canalladas y organizar conquistas paupérrimas en cualquier noche de fiesta, pero nunca pasarán por alto que el amigo flaquee en su visión conjunta del mundo.

En un periodo en que la cantada igualaba la importancia de la capacidad histriónica en el género ranchero, Pedro y Jorge triunfaron sobradamente. Jorge hace dueto consigo mismo en Camino de Sacramento (Chano Urueta, 1945) haciendo las voces de los mellizos estelares, mientras Pedro hace duetos y tríos consigo mismo y sus diferentes tonos en otro clásico de Ismael Rodríguez: Los tres huastecos (1948)

Los dechados de técnica y elenco

Con un reparto excelente y trabajos indiscutibles de José Elías Moreno (el general), Mimí Derba (doña Josefa, mamá de María y Jorge), Arturo Soto Rangel (Doctor), José Muñoz (Tiburcio), Queta Lavat (Genoveva), la película es redonda como comedia ligera, apelando al divertimento llano, con un fondo musical pleno, de líricas divertidas, sentimentales, festivas, y la composición sonora de Manuel Esperón, responsable de muchas partituras y líricas que sostuvieron la comedia ranchera, por momentos, siendo principal soporte de algunos endebles planteamientos dramáticos.

Manuel Esperón y Pedro de Urdimalas escribieron las inmortales coplas que se lanzan los protagonistas durante la fiesta en que se anuncia la boda de Jorge con Genoveva, donde se pondera el núcleo de todos los personajes y sus tramas cruzadas.

Llena de movimientos de cámara, contracampos, contrapicados, primeros planos y hasta rompimiento de cuarta pared, además de rehusar de forma permanente hacer una dirección clásica (rebasando con óptica lo que se descarapela argumentalmente), la cinta tiene una dinámica que se sostiene con la calidad de dirección de Ismael y el invaluable soporte del cinefotógrafo Ignacio Nacho Torres, de importantísima trayectoria en el cine nacional, quien exhibe un gran trabajo, en todo el largometraje, bien complementado con las escenografías de José Rodríguez, armonizando locaciones naturales y trabajo en estudio.

Qué pena que a usted no se le pueden decir ciertas cosas, sirve como frase modelo para que nadie pueda enterarse de la verdad profunda y da para toda clase enredos, donde las confusiones de el general y don Elías por comprender lo que pasa, empujan las cosas hasta la hilaridad que se resuelve con la presencia de doña Josefa. Los nudos se destraban en dos minutos, para de nuevo engrandecer la fiesta mexicana, con una coreografía de puesta en cámara, cantada y desplazamiento de personajes y extras, en la gran sinfonía melódica de Ismael Rodríguez como culminación.

Carmelita González tuvo una gran trayectoria, siempre recordada con este papel, del que dijo la gran verdad de los personajes, ya que es Rosario quien anda con los dos galanes y le da vuelta a todo lo que ocurre en la historia. Yo era la verdadera tipa de cuidado, declaró con buen humor. Por su parte, Yolanda Varela fue figura crucial en cintas con Germán Valdés Tin Tan, y filmó muchas cintas con papeles muy relevantes. Ambas fueron mucho más que una cara bonita; la historia de nuestro cine les debe más páginas.

Los ídolos, por única vez…

Para los gallos protagonistas hubo cintas de homenaje tras su fallecimiento, con antología de escenas fílmicas y canciones. A Jorge se dedicó El charro inmortal (Rafael E. Portas, 1955), con narración de Manolo Fábregas, usando pietaje que incluía su boda con María Félix y escenas de su funeral con muchas personalidades del cine nacional, exactamente como ocurre en Así era Pedro Infante (Ismael Rodríguez, 1962), donde la impecable locución de Arturo de Córdova despedía al ídolo en los pasajes de su vida en el set, hasta el griterío del paso de su carroza y las lágrimas frente a su tumba. Jorge y Pedro, Pedro y Jorge, se dejaron ver juntos en Dos tipos de cuidado, tal vez adivinando que sería la única oportunidad. Pedro estuvo en el sepelio de Jorge, en 1953; Ismael sufrió frente a la tumba de los dos, quizá recordando que tuvo que rescribir el guion muchas veces para convencerlos, pero orgulloso porque lo logró. Ambos quedaron ahí, como la chispa de un solo fuego, irrepetible.