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sí, es la vieja pregunta. Pero las respuestas son enteramente diferentes.

Como de costumbre, Raúl Zibechi pone el dedo en la llaga al describir las impotencias de los movimientos sociales o la llamada izquierda ante los predicamentos actuales. Redondea así las pistas que abrió dos semanas antes ( La Jornada, 14/1/22 y 31/12/21).

La que se ha llamado izquierda ha ido perdiendo en el camino su razón y su sentido. En los años 50 empezó a poner el desarrollo, en vez de la justicia, como motivo y destino de su existencia. Para hacer la revolución, cuya forma cambió continuamente, se mantuvo apegada a la obsesión de tomar el poder, lo que en la práctica significó simplemente asumir las riendas del gobierno.

Persisten aún grupos organizados que aspiran al propósito original: establecer el socialismo, aunque la idea misma de una sociedad socialista se modificó hasta parecerse cada vez más al capitalismo e incluso al modelo que definía el desarrollo: Estados Unidos. Se marcó así la evolución de la Unión Soviética. Cuba ha manifestado por décadas la satisfacción del deber cumplido, al contar con un sistema educativo y de salud que supera en diversos sentidos al estadunidense.

En las últimas tres décadas lo que aún se llama izquierda ha estado en crisis permanente de orientación y carácter. En general, se ha acomodado al sistema dominante y al juego democrático. Tomar el poder significa para sus militantes ganar elecciones y ocupar puestos públicos. Se sienten especialmente satisfechos si la retórica de los intereses a cuyo servicio se encuentran tiene un tono progresista, aunque nunca se pronuncie contra el patriarcado o el capitalismo.

Esa izquierda ha cumplido un papel decisivo en el desmantelamiento y liquidación de movimientos sociales. Cuando no puede usarlos para sus fines, los excluye y limita cuanto puede y con frecuencia consigue dividirlos, conforme a un patrón que la caracteriza desde siempre.

Por esas y otras razones, como bien señala Zibechi, resulta en la práctica imposible que los movimientos sociales y quienes militan aún en algo que pretende ser de izquierda puedan unificarse e incluso concertar sus acciones, para enfrentar al sistema dominante y las olas de horror que ha desatado en la actualidad. Para acotarlas en un marco, Zibechi se refiere al Foro sobre el Estado del Mundo que tuvo lugar en San Francisco en 1995. Se definió ahí una orientación política de las élites en relación con una nueva clase social, la que los zapatistas llamaron los desechables: personas que ya no tienen utilidad para ellas. Las ven como población sobrante, de la que pueden prescindir pero necesitan someter y controlar. Ante desafíos como estos, relativamente novedosos, las respuestas leninistas al qué hacer, las que esperan que un grupo de intelectuales guíe a las masas, han perdido todo sentido y sustento.

La esperanza de un mundo nuevo ya no está surgiendo de la izquierda o de los movimientos sociales, sino de personas comunes bien organizadas que por mera supervivencia o antiguos ideales se han puesto en movimiento y se ocupan –de nuevo Zibechi– de construir autonomías territoriales y sistemas propios de gobierno.

Cuando los zapatistas terminen su evaluación interna, seguramente darán a conocer los resultados de su Travesía por Europa. Por lo que se supo durante su realización, se cumplió ampliamente el propósito de escuchar a multitud de grupos de toda clase y condición, que acudieron a recibirlos con entusiasmo y compromiso y crearon condiciones para intensos intercambios.

Una y otra vez apareció en las conversaciones la creciente distancia de la gente respecto a todas las formas de lo que todavía se llama Estado y la desilusión con todos los gobiernos, del más amplio espectro ideológico. En todas partes se informa de la emergencia peligrosa de grupos de inclinación fascista, que unen sus amenazas a las que representa el colapso climático y la crisis generalizada.

Una y otra vez se escuchó la voz de las mujeres, que ejercen nuevas formas de liderazgo, toman iniciativas radicales de enorme valor y contribuyen muy claramente a la construcción autonómica que se extiende. Empieza una discusión sobre el gobierno. ¿Debemos seguir usando esa palabra para formas de organización en que ya no existen gobernantes y gobernados, pues la propia gente conduce su vida?

Estamos ante la incertidumbre radical. Los colapsos en curso y la irresponsabilidad criminal de las élites, que intensifican en todas partes sus empeños de despojo y destrucción, ponen en riesgo hasta la supervivencia de la especie humana.

En un sentido muy real, tenemos que regresar del futuro. En vez de seguir imaginando utopías, que inevitablemente son proyecciones de las percepciones del mundo que muere, necesitamos transformar creativamente el presente. En vez de confiar en mesías o en cataclismos liberadores, debemos confiar en la capacidad que todas las personas tenemos cuando ponemos manos a la obra. En eso estamos.