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El testamento de AMLO
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o sólo Dios, también el pueblo de México en su conjunto quiere y requiere que Andrés Manuel López Obrador culmine con bien su mandato. El próximo 10 de abril saldremos masivamente a las calles para ratificar el mandato de nuestro Presidente y también demostrar nuestro respaldo a la Cuarta Transformación.

Los padecimientos médicos pasajeros de López Obrador no impedirán un cierre magistral del sexenio, con la inauguración de grandes obras y la consolidación de profundas transformaciones políticas y sociales. El 30 de septiembre de 2024 las avenidas de la Ciudad de México se colmarán de caras llenas de alegría y agradecimiento, al despedir a uno de los mejores presidentes que jamás haya gobernado nuestra hermosa patria.

Ahora bien, no han faltado especulaciones respecto del contenido del testamento político que ha anunciado el Presidente. Quienes imaginan que López Obrador quisiera heredar el poder político a sus familiares o sus allegados, como si el poder político fuera un bien privado o un título nobiliario, simplemente no conocen a López Obrador, cuyas convicciones republicanas y democráticas se encuentran fuera de cualquier duda o cuestionamiento.

¿Qué contendrá entonces ese sobre sellado, guardado tan cuidadosamente en un cajón o una caja fuerte dentro del despacho de López Obrador en caso de alguna eventualidad? ¿Qué encontrarán los historiadores cuando les toque revisar los papeles de López Obrador y descubran este documento con los últimos deseos políticos del padre fundador de la Cuarta Transformación?

Para mí no sería sorpresa si el único contenido de aquel sobre fuera una simple hoja escrita con puño y letra que diga: Con el pueblo todo, sin el pueblo nada.

Estas ocho palabras resumen su ideario a la perfección y enviarían un mensaje inequívoco a los corruptos y a los oportunistas que quisieran utilizar el legado de López Obrador para su propio beneficio a partir de grillas palaciegas. Como ya hemos relatado en estas páginas (https://bit.ly/3ArPF6N), López Obrador ha sido firme en su decisión de radicalizar la transformación durante la segunda mitad de su sexenio y el contenido de su testamento político no podría ser otro.

No se repetirá el error del general Lázaro Cárdenas del Río, quien en 1940 optó por apoyar a Manuel Ávila Camacho como su sucesor con el fin de garantizar la vigencia de su proyecto en un contexto de enormes presiones externas y divisiones políticas internas. Acto seguido, Ávila Camacho iniciaría el desmantelamiento de los grandes logros de Cárdenas y prepararía el terreno para la instalación del régimen priísta con Miguel Alemán en 1946.

El caso de Ecuador después de la Revolución Ciudadana encabezada por Rafael Correa también constituye una clara advertencia. Correa eligió como su sucesor a un perfil gris y supuestamente leal, Lenín Moreno, una decisión que el pueblo ecuatoriano pagaría muy caro, ya que Moreno inmediatamente traicionó la causa y dinamitó los logros de Correa.

Con el pueblo todo, sin el pueblo nada, también sería, sin duda, un mensaje claro y contundente para los burócratas que hoy malgobiernan a Morena. Ya basta de encuestas simuladas, de estructuras paralelas, de la cancelación de la vida orgánica, de la total opacidad de las finanzas y del desdén hacia la militancia. En los encuentros con las bases del partido que hemos celebrado en los últimos días rumbo a la Convención Nacional Morenista (https://morenademocracia.mx/) en Sonora, Guerrero, Jalisco, Yucatán, Querétaro, Michoacán y Coahuila, y los que faltan en Tamaulipas, Baja California, Veracruz, Hidalgo, Ciudad de México, estado de México, Puebla y con los mexicanos en el exterior, hemos recibido una infinidad de denuncias con respecto al escalofriante avance de los conservadores que, sin escrúpulos ni principios, se han anidado dentro de las estructuras partidarias.

Todo movimiento revolucionario requiere de una renovación constante. La política nunca camina por una línea recta, sino que siempre avanza y retrocede de manera cíclica, siguiendo las reglas de la dialéctica. El sociólogo alemán Max Weber realizó tratados magistrales sobre el inevitable proceso de rutinización del carisma en que el peso de las estructuras burocráticas suele debilitar el empuje transformador de los líderes fundadores. Y el politólogo francés Maurice Duverger documentó con gran sofisticación el inevitable proceso de oligarquización de los partidos políticos.

El mejor antídoto para esta tendencia hacia la calcificación de los movimientos revolucionarios es seguir el ejemplo de Antonio Gramsci quien definía al partido político como una pasión institucionalizada. De acuerdo con el filósofo y activista italiano, los institutos políticos pueden mantener su vitalidad por medio de la renovación constante de sus estrategias y sus liderazgos a partir de un diálogo e intercambio constante con las siempre cambiantes coyunturas políticas.

¿Renovar o morir, transformar o marchitar? Esta es la cuestión que todos los simpatizantes de la Cuarta Transformación debemos hacernos hoy.

www.johnackerman.mx