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El ocaso católico en América Latina
E

ntre otros factores, el contexto de desconfianza en la Iglesia católica en algunos países de latinoamérica ha sido determinante en el decaimiento que experimenta la institución en la región. Por ello, le urge afrontar la crisis de abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Este contexto de desconfianza no sólo debilita la presencia de la Iglesia, sino desata animadversión de la sociedad por los escándalos recurrentes. Esta es una de las conclusiones que la socióloga chilena Sofía Brahm J. presenta en su ensayo: Realidad religiosa de Latinoamérica, recientemente publicado por la revista Humanitas de la Universidad Católica de Chile (https://www.humanitas.cl/iglesia/realidad-religiosa-de-latinoamerica).

El rostro de la fe católica en América Latina, al iniciar 2022, enciende los focos rojos por las tendencias persistentes a la baja, no sólo de los creyentes latinoamericanos, sino de las cada vez más debilitadas estructuras religiosas.

La joven socióloga chilena cruza varias encuestas en la región como Latinobarómetro y las del Pew Research Center. Su primera constatación fuerte es que desde 1995, la identificación de la población hacia la Iglesia católica ha disminuido por toda la región. En 1995, 80 por ciento de la población latinoamericana se identificaba como católica; para 2018, en cambio, esa identificación descendió a 59 por ciento. En contrapartida, hay un marcado incremento en los miembros de las iglesias evangélicas y en aquellos que hoy no forman parte ni se identifican con ninguna religión ­organizada.

Brahm confirma que los países centroamericanos son los que han tenido un mayor crecimiento de las iglesias evangélicas. Resaltan los casos de Honduras y Guatemala, donde la pertenencia a iglesias evangélicas iguala o sobrepasa, en el caso de Honduras, a la pertenencia al catolicismo. Honduras pasó de tener 76 por ciento de población católica en 1996 a 30 por ciento en 2018. En contraparte, Paraguay y en menor medida México, ambos países, la caída de católicos ha sido más suave. En otras palabras, en poco más de 30 años el perfil religioso de América Latina ha cambiado de manera sorprendente. Se ha operado un cambio con tres grandes aristas. En la primera se observa una estrepitosa caída cuantitativa del catolicismo en la región. La segunda tendencia es el ascenso de iglesias evangélicas cuya irrupción no sólo transforma el campo de las creencias, sino que irrumpe en la vida política de muchos países. Y una tercera gran tendencia, es el ascenso incesante de aquellos que se declaran sin religión; en el ensayo se lee: Uruguay, República Dominicana, El Salvador y Chile se presentan como los países con mayor porcentaje de desafección religiosa. Esta categoría incluye a personas que se describen a sí mismas como ateas, agnósticas o que no tienen una religión en particular, aunque puedan eventualmente ser creyentes.

Resulta interesante la constatación de Sofía Brahm, que pese a los dramáticos cambios religiosos en la región, la religiosidad popular parece no verse afectada. Desde las devociones marianas –como la Virgen de Guadalupe en México, la Virgen de Luján en Argentina y Nuestra Señora Aparecida en Brasil– siguen siendo nutridas, pese a las restricciones por la pandemia y caída de fieles. Podemos decir lo mismo de las expresiones del señor de Los Milagros en Lima. En general, esos hechos tienen sus raíces en cambios culturales y sociales en la región, tan rápidos y profundos, cuyas verdaderas dimensiones escapan a los análisis estadísticos y a genéricas interpretaciones simplistas.

Podemos de manera esquemática enlistar los factores de la crisis de la Iglesia católica que han contribuido a este derrumbe religioso: a) escándalos mediáticos a escala mundial como la pederastia, corrupción financiera, luchas palaciegas de poder, lobbies de clérigos homosexuales que se disfrazan de homófobos; b) deterioro y envejecimiento sacerdotal; c) falta de vocaciones; d) crisis de poder y luchas palaciegas en la curia romana; e) finanzas opacas, desconfianza en el IOR y otros instrumentos financieros de la Santa Sede; f) rebeldía de los sectores conservadores, estadunidenses y europeos, contra la autoridad del papa Francisco; g) Falta de respuesta a las demandas de las mujeres laicas y religiosas; h) pontificados conservadores, Wojtyla y Ratzinger, eurocéntricos, intentaron hacer de la Iglesia una guía para la humanidad; i) confrontación con los valores de la sociedad moderna y secular bajo la bandera del rechazo a la llamada ideología de género (aquí la Iglesia se autodenomina tutela de la moral social. No escucha, sino que se enfrenta a organizaciones de la sociedad civil proderechos. Aparece anticuada, enarbolando principios anacrónicos frente a los cambios de prácticas culturales y sexuales de la población); j) pérdida de confianza secular en las instituciones de la Iglesia católica, es decir, se desinstitucionaliza la religión: creer sin pertenecer; k) la pandemia ha afectado a un considerable número de sacerdotes y religiosos fallecidos y ha trastocado muchas prácticas religiosas en la región (además, ha aparejado una crisis económica, sin precedentes, en miles de parroquias y diócesis del continente), y l) paganización de lo católico, es decir, una secularización interna percibida como dualidad. Por ejemplo, Norberto Rivera u Onésimo Cepeda, más que religiosos o líderes espirituales, se comportan como miembros de la clase política embelesados por los símbolos y códigos del poder.

Se antoja muy difícil revertir este profundo proceso de decadencia. El papa Francisco quiere transformar la Iglesia a través de la sinodalidad. Quiere involucrar a todos los actores a caminar juntos: laicos y religiosos, mujeres y jóvenes, congregaciones y universidades. ¿Lo logrará?