Opinión
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Isocronías

Dos muertos

C

uando yo entrevisté, ¿la entrevisté?, a Martha Pacheco, dibujante entonces (digo entonces porque la verdad no seguí, mea culpa, su trayectoria) de muertos en vivo (¿esa entrevista es un falso recuerdo?) debe haber sido a finales de los años 80, principios de los 90. ¿Publiqué esa entrevista, existió? Si la soñé, lo cierto es que me costó mucho trabajo. Martha se hundía en sí misma para contestar, y las preguntas seguramente inadecuadas que este tundeteclas hacía le causaban la comezón de la superficialidad. Un tanto me daba cuenta de que, aunque respetando el papel que a cada uno tocaba, algo en sus respuestas decía: a ver si me entiendes, creo que no, espero que sí. Martha Pacheco acaba de morir. Alguien al respecto comentó algo como: “La gran (aquí si cabe ‘la gran’) Martha Pacheco acaba de morir”. Y de aquella (falsa o real) entrevista recuerdo (ahora, a lo mejor no recuerdo, sino que caigo en cuenta) que era como el mar de la muerte acariciando las playas de la vida, y a la entrevistada algo burlonamente, como diciendo: ¿En serio te interesan las entrevistas, cuando, ¿te fijas, hace ya tanto tiempo que no estamos vivos? La cascada de esas palabras podría muy bien desembocar en Rulfo. Pero no, quién sabe por qué pero no. Desemboca, y nada más, en la muerte. Buenas fechas eligió Martha Pacheco para morir. Un poco subrayando, tal vez diría, dice: ¿No es que siempre de esto hemos hablado? Seamos, pues coherentes, y retirémonos, finalicemos; si lo prudente es acabar, acabemos. Firmemos, rubriquemos, lo que la vida, si fue vida, fue. Murámonos a tiempo, que lo demás, todo lo demás, es superficial.

Otra cosa y la misma. En la tienda de artesanías Carapan, de Monterrey, levantaron un altar en honor de Nicasio Pajarito, artesano jalisciense de quien tuve noticia por una foto en la que sonríe alzando un molcajete que siendo de piedra vuela, como su sonrisa, por la paloma que, y qué bien, remata el trasto. Mucho gusto me dio verlo, a Pajarito, cuando lo reconocieron como creador emérito y lamento no habérmele acercado (mi sentido del respeto inhibe, nimba de tal manera a los auténticos creadores que no puedo invadirlos). El paraíso no acepta intromisiones.

Los dos casos son distintos: una artista, un artesano. Pero no, no son distintos: son porque son: aunque ya no estén con nosotros están sus obras, de las que (es mi caso en todo caso) dependemos para ciertamente ser.