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Universidad: ¿ágora o claustro?
L

a Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es una plaza donde confluyen múltiples ideas. El vocablo universidad, del latín universalidad, es lo contrario al claustro, proveniente del latín: lugar cerrado, ya que en su seno concurren variadas interpretaciones de la realidad humana y mundo circundante, así como propuestas para hacerles frente.

La UNAM es un espacio abierto y de horizontes amplios. Es heredera del ágora, plaza pública de las ciudades griegas donde se reunían las personas para conversar y polemizar. El ágora unamita lo es por el resultado de las movilizaciones de muchas generaciones que trabajaron denodadamente en favor de la libertad de pensamiento y contra la enseñanza confesional. Porque la educación confesional no se restringe nada más a una óptica religiosa, sino también a una sola ideología que se pretende totalizadora y excluye a otras ­cosmovisiones.

Es evidente que un grupo identificado con determinada doctrina (conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas, etcétera) pretende atraer simpatizantes y/o militantes para su causa. Sin embargo, en el ámbito universitario sus herramientas para lograrlo tienen que ser solamente la persuasión, el convencimiento, y no la imposición ni la negación a que la comunidad universitaria tenga derecho a conocer otros puntos de vista. En este sentido, la libertad de cátedra y la libertad de crítica son centrales para socializar a cada generación con el valor del respeto, e incluso aprecio, de la pluralidad filosófica, científica, política y cultural que transita en el territorio de la república ­universitaria.

Acosada la UNAM por el poder del autoritario Gustavo Díaz Ordaz y el aparato político priísta que lo respaldaba incondicionalmente, el gran rector Javier Barros Sierra en pocas palabras defendió la columna vertebral del ser universitario: “Lo que más profundamente molesta a los enemigos de la universidad es el ejercicio de las libertades democráticas de reunión, de pensamiento y de expresión dentro de nuestra comunidad […]. ¡Viva la discrepancia, porque es el espíritu de la universidad! ¡Viva la discrepancia porque es lo mejor para servir!” El mensaje tuvo un contexto social y político muy distinto al presente, pero contiene afirmaciones que no deben perecer.

La democratización de conocimientos ha sido y es un inmenso aporte de la UNAM no nada más a quienes han estudiado en sus aulas, sino también a la sociedad mexicana en su conjunto. La adquisición de conocimientos es una actividad dinámica, su motor es el intercambio de ideas, el libre examen de lo que otros proponen y respaldan con evidencias, las cuales son evaluadas para validarlas o refutarlas. En este sentido es aplicable el principio enarbolado por Barros Sierra, la discrepancia tiene que ser consustancial a la UNAM, así cumple mejor la misión de servir a la colectividad y forjar perfiles de ciudadanía ­democrática.

En la muy diversa comunidad unamita predominan en determinadas escuelas, facultades y centros de investigación ciertas ideologías, pueden ser predominantes, pero no absolutas y siempre los disidentes han sabido abrir caminos a otras propuestas de conocimientos de los sujetos y sus objetos de estudio. Los sustentantes de la corriente cognitiva predominante buscan que su cuerpo de ideas sea reflejado en el plan de estudios, aunque difícilmente logran eliminar opciones contrapuestas a la suya. De tal manera que la diversificada población estudiantil ejercita la negociación cognitiva con un abanico de saberes de los cuales en parte se apropia o los mantiene a distancia.

Si bien en la UNAM existen grupos de interés que buscan dominarla e imprimirle características favorables a su proyecto particular, la diversidad siempre ha encontrado cauces para evitar que sea clausurado el pluralismo y se imponga una sola visión del mundo. La universidad es multiversidad que no puede ser anulada por decreto. Es larga la historia unamita en favor de construir un país más democrático, amplio y generoso para toda la población. En Ciudad Universitaria se gestó, en coincidencia con otros centros de estudios, en 1968 el principio de la transición del país hacia su democratización. Entonces el oleaje para terminar con el régimen priísta fue creciendo hasta que, años después, se hizo incontenible.

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha señalado, equivocadamente, que la UNAM tuvo un giro hacia el neoliberalismo. La intención existió, los interesados movieron piezas para encaminarla hacia ese rumbo en el periodo de Miguel de la Madrid y, sobre todo, con Salinas de Gortari. Se toparon con movilizaciones que salvaguardaron la autonomía unamita, y uno de sus resultados fue el robustecimiento de la sociedad civil organizada para reivindicar derechos y confrontar los autoritarismos. El Presidente tiene derecho de criticar a la UNAM, pero como universitario sabe que la crítica es una calle de dos sentidos.