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Nosotros ya no somos los mismo

Representante adhoc de Coahuila // El escándalo gatuno // Es mejor quedar como amigos

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▲ En la historia de la humanidad los gatos han tenido un papel fundamental, queridos y odiados, tienen una faceta misteriosa que a muchos cautiva.Foto Luis Castillo
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inopsis de lo platicado en la columneta pasada. El día anterior a su protesta como gobernador de Coahuila, Eliseo Mendoza Berrueto me designó representante de su gobierno en el añorado Distrito Federal. Sin embargo, al día siguiente los medios consignaban que la capital había sido encargada al arriba firmante y al economista Alejandro Sosa. Cuando le inquirí al novel gobernante sobre esa inesperada duplicidad en el puesto, tan sólo me contestó: “¿Y eso a ti por qué te incomoda? Te reduje la mitad del trabajo. Y, por cierto, tampoco te preocupes por las cuestiones administrativas de la oficina, las resuelve Héctor Díaz, él siempre ha llevado mis asuntos particulares y familiares. Todos los requerimientos para que la representación funcione ni los envíes para acá. Él tiene facultades y recursos para resolverlos. Al poco tiempo el gobernante me dijo: Carlos, quiero pedirte que me ayudes en un problema: Marroquín (uno de sus más cercanos colaboradores) no ha logrado entenderse con el sector empresarial y se me ha ocurrido que él puede dejar los dimes y diretes locales y ser un inmejorable promotor del desarrollo de nuestro estado allá en la capital. Tú y él son muy buenos amigos y creo que podrían hacer una buena mancuerna. En un gesto realmente amistoso, todavía propuso que si ya no estaba a gusto con la cada vez más creciente representación, la dejara y pasara a ser su asesor personal conservando las condiciones laborales que ya tenía.

La respuesta que entregué a Héctor Díaz fue por medio de esta pequeña fábula, que paso a compartir con ustedes. (Fábula: género literario en el que animales y aun cosas y objetos cobran vida y actúan como personas).

Situemos la locación de nuestra historia en uno de los rumbos en los que se inició un concepto habitacional que pronto se reprodujo por diversos rumbos de la ciudad. Me refiero a los llamados condominios horizontales. En uno de estos lugares paradisiacos, habitado por no más de 20 familias (cada casa de un estilo arquitectónico y funcional específico), reinaba la abundancia, el lujo y (¡gulp!) la concordia y felicidad. Ese viernes todos los condóminos estaban presentes en la reunión mensual acostumbrada. Pero en esta ocasión, las aburridas y protocolarias asambleas se habían olvidado y, todos al tiempo, reclamaban, exigían y proponían acciones contra el gran problema común que los había unido como nunca antes: el aquelarre gatuno que una o dos veces por semana, pero nunca predecible, se llevaba a cabo en sus azoteas: gat@s, no únicamente del condominio, sino también de los distantes alrededores se reunían en la azotea para celebrar su esencia felina, de la que estaban más que orgullosos y de la que Moisés, el singular espécimen de pelambre como el azabache y de ojos como el carbón ardiente, era el paradigma. Las lúdicas y estridentes reuniones gatunas eran simplemente imposibles de tolerar. Luego de que la administración nada les resolvía, decidieron actuar directamente: instalaron trampas complicadísimas: rayos láser, venenos, sensores. Todo inútil: los gatos tienen, como mi abuela decía, más de siete vidas. Afortunadamente surgió una inesperada propuesta: el condómino del 11, quien ante el asombro general se identificó como el sargento Morgan, de las fuerzas aéreas transportadas de Estados Unidos; dijo que para él este asunto era una simplonería que arreglaría el fin de semana. El viernes, Morgan giró instrucciones: nadie fuera de su casa después de las 8. Camuflajeado como tinaco se instaló en la azotea y cuando la fiesta gatuna daba inicio, con sus lentes para ver en la oscuridad localizó a Moisés y disparó sin recato. A la mañana siguiente los condóminos encontraron varios cuerpos de gatitas que atravesaron los suyos para proteger al líder; sin embargo, el de Moisés, ante su asombro y desencanto, no fue encontrado. El ADN, entonces desconocido, no podía, obviamente, ser invocado. Pasaron meses hasta que un fatídico día (los días fatídicos siempre llegan) corrió el rumor de lo imposible: ese viernes Moisés presidiría el baile ceremonial de la gatería. Desde el principio la relación fue ríspida y en un momento uno de los noveles gatitos se le atravesó en el camino y a gritos increpó al buen Moisés: “Tú ya no tienes que hacer nada aquí. Ya estás acabado, el espacio y el aire que respiras ya no te corresponden. Además, nosotros sabemos que tu caída, a través del tragaluz, te dejó incapacitado para ejercer las labores propias de la varonía o de la gatería. ¿Qué dices a eso? El noble gato sólo alcanzó a responder: para ser un honorable asesor, siempre hay tiempo.

En mi caso, preferí no ser asesor, pero seguir siendo amigo. Creo que por esta vez le atiné.

Twitter: @ortiztejeda