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¿La fiesta en paz?

Ante la bravura y bajo la lluvia, memorable festival desbordó torería

E

n el túnel de la Monumental de Apizaco Rodolfo Rodríguez El Pana, alternantes y cuadrillas esperaban pacientes a que amainara el aguacero luego de casi hora y media de retraso, hasta que desde su cabalgadura la joven rejoneadora preguntó enérgica: Qué, ¿no vamos a torear? Los diestros cruzaron miradas e iniciaron el paseíllo. Así comenzó un festival que a las dificultades impuestas por el desapacible clima se añadió otra: la bravura en sus distintas vertientes como requisito para la emoción de la lidia.

Fue un encierro de San Miguel del Milagro, dos novillos y cuatro toros, para la rejoneadora Stefanía Uribe, que hacía su debut, el matador en retiro Raúl Ponce de León, propietario con su hijo Rodrigo de dicha ganadería, los diestros tlaxcaltecas Uriel Moreno El Zapata, Angelino de Arriaga, José Nava y Alan Corona y los Forcados Teziutecos.

Pero torería es bastante más que intenciones y posturas, es rebasar los límites de lo predecible, de la lógica y la sensatez para exaltarse y desmandarse por encima de estos y tener la capacidad de transmitir a sí mismo y a los tendidos esa exaltación, siempre y cuando sea delante de la bravura.

Stefanía Uribe fue una grata sorpresa pues al valor sereno y dominio de su magnífica cuadra, añadió seguridad y técnica. Si templar las embestidas en condiciones normales ya es complicado, imagínense en un ruedo anegado, lo que no intimidó a la joven a la hora de clavar rejones de castigo y certeras banderillas con increíbles quiebros. Ahora, delante tuvo a Soñador, un novillo bravo, alegre, fijo y con son al que había que poderle. Tras la lucida pega al primer intento de los Forcados Teziutecos, el novillo todavía aguantó series de derechazos del sobresaliente Enrique Mejorada. El astado regresó a los corrales pues se lidió a la usanza portuguesa, Stefanía fue aclamada en merecida vuelta con el cabo de forcados Joseph Tenorio (apellido invencible) y demostró que en breve puede convertirse en una rejoneadora de cartel.

Ponce de León Raúl, ¡presente!, parece decir, como si sus tardes de gloria en la Plaza México lo mantuvieran más activo que a muchos. Quieto recibió con lances a Milagrito, que empujó en una vara, luego, echándose el capote a la espalda realizó un insólito quite incrupante como dijera Pavón y, con la lluvia de nuevo presente, Ponce el bueno se dio a torear por desmayados naturales a otro novillo con codicia y buen estilo. Dejó una estocada entera en lo alto y cortó merecida oreja.

El Zapata y su firme tauromaquia poseen el rango de la convicción para hacerle fiestas a lo que salga por toriles. Y salió Campinero, con edad, trapío y malas intenciones en su embestida. Tras verónicas y un puyazo que fue insuficiente, en medio de otro chubasco Uriel, quitado de la pena dejó dos pares al violín y sobrado de sitio y pundonor consiguió meritorios muletazos de un astado que se vencía y nunca humilló. Dejó un estoconazo a un tiempo y fue ovacionado con fuerza.

José Nava, de Apizaco, con escaso rodaje pero demasiada torería, posee las cuatro ces: cabeza, corazón, cojones y carisma, ese don de algunos para fascinar con su actitud. Saltó al anegado ruedo Mariano, con presencia pero reservón, y Nava, con hambre de ser, literalmente le embistió al toro, primero en verónicas, luego en un violín y un cuarteo y por último en emocionantes series para despacharlo de entera y descabello. ¡Qué gran potencial posee este torero!

Tres precoces cronistas tuvieron la gentileza de asistirme en mis humedecidas notas: Nicolás Ramírez Lombardía, de 10 años, su hermano Iñigo Valente, y Alonso Rianda, de 8. Así se hacen los buenos aficionados, ¡gracias y enhorabuena!