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De la lucha de clases a la lucha de dosis
E

l terror se apoderó de los municipios chihuahuenses de Cuauhtémoc y Guerrero la última semana: 19 personas fueron ejecutadas, siete levantadas y dos desaparecidas. Y eso que ninguna de las dos aparece en la lista de las 50 municipalidades con mayor incidencia de homicidios dolosos. En cambio, Juárez y la capital del estado figuran en segundo y décimo lugar de la lista del Secretariado Nacional de Seguridad Pública. En Chihuahua ya van al menos tres conductores de Uber ultimados en las recientes semanas y la aparición de cuerpos calcinados o mutilados no se detiene.

La explicación más recurrente, no sólo en los organismos de seguridad, sino también entre organizaciones civiles es que el repunte de la incidencia delictiva se debe en buena parte al incremento del consumo del cristal, la droga sintética que sigue ganando mercados no sólo entre los consumidores urbanos, sino también en las zonas manzaneras, donde hay buen número de jornaleros agrícolas.

No es exclusivo de Chihuahua. En una somera revista de prensa, se reportan aumentos muy significativos en el uso y tráfico del cristal y la disputa por sus mercados, en buen número de entidades federativas. A nadie extraña que en los estados fronterizos como Baja California y Chihuahua se presente este fenómeno, pero ahora también se detectan incrementos del consumo y de la violencia en lugares tan distintos como Mérida, Pachuca, La Laguna, Puebla, Zacatecas, Aguascalientes (con incremento de violencia hacia la mujer), Tlaxcala, Coahuila, Nuevo León, Nayarit, Jalisco, Guanajuato, Colima, Baja California Sur, Durango, Sonora, Sinaloa, estado de México y Querétaro. Ya se ha escrito en estas páginas sobre la inducción al consumo de esta droga sintética en las regiones donde más se concentran los jornaleros agrícolas, por ejemplo, el Valle del Yaqui y Michoacán ((bit.ly/3zhlRrQ).

El aumento del uso del cristal tiene dos factores importantes: desde la oferta y la demanda: los cárteles que manejan esa droga sintética la importan por los puertos del Pacífico, sobre todo Manzanillo y Lázaro Cárdenas, la procesan y la envían a Estados Unidos, pero también distribuyen buena parte en México. Gracias al cristal y luego al fentanilo han disminuido significativamente su dependencia del suministro de cocaína de Sudamérica y obtienen ganancias mucho más altas, que pueden llegar hasta 2 mil 700 por ciento, según la organización Insight Crime (bit.ly/3x4BFwI).

Por el lado de la demanda, ¿por qué se expande tanto el mercado? Los jóvenes y los niños, y un número creciente de mujeres lo utilizan porque sacia el hambre, les ayuda a aguantar las largas y desgastantes jornadas de trabajo, les proporciona una satisfacción –que la vida y la sociedad les niega. Así sucede con los trabajadores agrícolas sometidos a extenuantes jornales hasta de 12 horas, y más recientemente con mujeres que, ante el sobretrabajo inducido por la pandemia, han tenido que echar mano del cristal para soportar mejor la fatiga, el dolor e incluso la violencia. Además de amortiguar el hambre y el dolor físico, el cristal o el fentanilo les generan euforia, poder, los hace sentirse por momentos partícipes del mundo de los narcos, de los admirados y a la vez temidos, de los que desafían al Estado, a la sociedad, a los ricos.

Evocando a Marx: el cristal y crecientemente el fentanilo, son el opio de los jóvenes pobres en dos sentidos: les hace más llevadera la vida cotidiana de trabajo duro y los hace evadirse, ensoñar, enajenarse de su dura realidad.

Así, el capitalismo actual ha encontrado en las drogas y en los narcotraficantes unos grandes aliados. Le son funcionales en tres aspectos: diluyen las inquietudes e inconformidades de las clases trabajadoras. La indignación de los trabajadores se convierte en ansiedad, ya no por cambiar la sociedad explotadora, sino por conseguir la dosis diaria. La adicción es menos peligrosa que la revolución. Una segunda ventaja es que, de estos jóvenes los cárteles pueden reclutar a su ejército de distribuidores y guardianes. Mejor sicarios que revolucionarios. La ter­cera ventaja es que, gracias a lo anterior, los cárteles ejercen un efectivo control del territorio. Mientras ellos lo tengan en su mano, no habrá revueltas, ni protestas; mucho menos movimientos contestatarios armados.

Ante la escalada de adicciones y la criminalidad que acarrean, el desafío es cómo la sociedad organizada y el Estado responderán con eficacia y sensibilidad. Cómo construir una estrategia de prevención efectiva de adicciones que atienda los factores sociales que aumentan su demanda. Para eso hay que construir con los jóvenes nuevos sentidos, nuevos proyectos de vida y hacerlos posibles. Y, por otro lado, y esto es obligación fundamental del Estado, atacar la oferta de fármacos, destruir las redes de negocios pantalla, los ten­táculos locales de los cárteles, usando el mínimo de violencia legítima. Hay experiencias exitosas en ambos sentidos. Urgen convocatoria, diálogo, apertura y voluntad política.