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En la que fue su última morada, evocan con ofrendas de palabras a Ramón López Velarde

Ayer se conmemoró el centenario luctuoso del poeta jerezano

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▲ Hernán Bravo Varela participó en el acto que se realizó en el 73 de la avenida Álvaro Obregón, donde habitó el poeta hasta su muerte.Foto SC de la CDMX
 
Periódico La Jornada
Domingo 20 de junio de 2021, p. 4

Una ofrenda de flores hechas de palabras se depositó en la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en el día que se cumplieron 100 años de la muerte del habitante de esos muros en la colonia Roma. A un siglo de su último suspiro, en ese mismo lugar, fue una manera de honrar su memoria y hacerlo permanecer, aunque el tiempo no ha tocado la esencia de su legado. Una vez más, apareció sonriendo entre flores, celebrando la belleza de la expresión poética.

Un mosaico con el rostro del poeta zacatecano ahora luce en la fachada del número 73 de la avenida Álvaro Obregón, mismo lugar que lo vio irse el 19 de junio de 1921, a los 33 años. En el patio interior de la casa se develó también una escultura, donde colegas en el tiempo acudieron puntuales para hacer guardias de honor.

Vicente Quirarte, Coral Bracho, Luis Miguel Águilar y Verónica Murguía, entre otros, además de Vanesa Bohórquez, secretaria de Cultura de la Ciudad de México, permanecieron durante un minuto junto al busto de bronce. Mientras, sonaba música de hace un siglo, interpretada por los integrantes del dueto Tradición Mexicana.

Hernán Bravo Varela leyó el poema La suave patria, la obra más reconocida de López Velarde, la cual escribió en abril de 1921, pero que ya no alcanzó a ver impresa, pues falleció pocos meses después. Es el que más se ha dicho de memoria; al mismo tiempo, es el más desconocido de sus poemas, declaró en entrevista el autor de Oficios de ciega pertenencia.

Esta aparente incongruencia tiene que ver con que lo dicho mil veces en tribunas políticas, actos solemnes o juntas bohemias, no ha hecho sino afianzar cada uno de los notables misterios de que está compuesto. Es, al mismo tiempo, la culminación de la muy breve, pero intensa trayectoria. Y se convirtió, por el extraño gusto popular, en un poema para toda ocasión.

La ofrenda incluyó breves discursos de Maricarmen Férez Kuri, directora del recinto, quien expresó un agradecimiento a quien habitó la casa. Los poetas Fernando Fernández y David Huerta también hablaron ante el grupo de notables poetas mexicanos.

Fernández refrendó que es tan vasto el orbe de su escritura, toda ella colmada de lugares preciosos, reveladores y enigmáticos, que nunca terminaremos de estudiarlo, y eso nos hace estar seguros de que el tiempo ni siquiera ha tocado la esencia de su legado.

Fue testimonio de emoción la carta dramática con la que el escritor Rafael Heliodoro Valle informó a José Luis Tablada de la muerte de su amigo, anunciando, entre la llama ardiente de los cirios, su partida. Afirmó que López Velarde no puede morir. Fue recordada su bondad incomparable, su cariño de oro y seda, su decir ponderado, donde no aparecían el malicioso comentario, ni la apagada violencia.

Por su parte, Huerta leyó el texto En esta casa, donde, si hay visitaciones espectrales, son fantasmas favorables. Rescatada por iniciativa de Carlos Pellicer, en uno de sus departamentos se extinguió una mente que poseía los secretos de la magia secular, la llave de un espíritu que a todos nos concierne, el de las palabras y sus ecuaciones vitales, del poeta de laberintos funestos y complejas dualidades.