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El Marqués
Y

a hemos platicado en estas páginas las maravillas que guarda el estado de Querétaro. En una escapada de fin de semana en busca de aire limpio y el anhelo de ver un cielo azul, nos dirigimos al municipio de El Marqués.

A 25 minutos de la prodigiosa Querétaro, ciudad capital, se encuentran varias haciendas antiguas, algunas datan del siglo XVII. Sus orígenes se remontan a la conquista religiosa, que se enfrentó a la rudeza del pueblo Chichimeca; tiempo después, se desarrollaron con la bonanza que trajo la ruta de la plata.

En el siglo XX las enormes propiedades fueron fraccionadas con el reparto de tierras durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. Ahora viven una nueva era con jóvenes emprendedores que han incursionado en el cultivo de la vid y han restaurado las viejas construcciones. Muchas tenían años en el abandono y hoy, convertidas en hoteles-viñedo, brindan diversas experiencias muy gratas y novedosas.

Nos alojamos en Puerta del Lobo, un desarrollo turístico que busca fomentar la vitivinicultura y la enología del lugar. Fue parte de una propiedad de más de 36 mil hectáreas que producían diversos alimentos, incluso tuvieron su propia moneda alegórica al lobo que ahora sus actuales dueños, Carlos y Claudia Flores, han retomado como insignia.

Actualmente cuenta con 180 hectáreas donde además de conocer los viñedos, se visita la cava en la que se conoce todo el proceso de producción y maduración del vino, así como los estilos que producen. Si se desea, hay oportunidad de envasar su propia botella y etiquetarla con su diseño.

Para enriquecer la experiencia hay varias opciones gastronómicas: el restaurante Terraza Sarmiento, una moderna construcción en lo alto con una vista espectacular de los viñedos. Aquí se disfruta de cocina de autor. Les describo nuestra comida del sábado: de entrada compartimos unas croquetas de conejo acompañadas de alioli de mostaza antigua y una ensalada de betabel rostizado con albahaca morada y vinagreta de jamaica y yogur.

Los platos fuertes: arroz de viñedo, codornices con habas y nopales, costillas de cordero con rissoto de papa y trucha salmonada a las brasas con ensalada de verdolagas. El postre también fue compartido: nieve de xoconostle con espuma de lavanda y migas de pan de chocolate con helado de garambullo y champurrado de chocolate blanco.

La cena fue toda una sorpresa en el restaurante Ruinas, que ocupa los vestigios de las antiguas casas de adobe de la hacienda. La experiencia es extraordinaria porque no se reconstruyeron, sólo se consolidaron, asesorados por el INAH. Hay algunos viejos cuartos cuyo techo son las estrellas y en una esquina se yergue un precioso cactus que escogió el adobe como casa.

Los vestigios están rodeados de la hermosa flora del desierto que se muestra exuberante: nopales como árboles, macizos de órganos de distintas alturas, magueyes majestuosos. Iluminado con miles de foquitos se crea un ambiente mágico que se acompaña con música en vivo.

Y aún hay más: un recorrido que concluye en lo alto de la montaña en un mirador que tiene un wine bar, desde donde se aprecian vistas panorámicas de los viñedos y la hermosa zona desértica que los rodea.

Aquí el sustento es sencillo pero sabroso: tabla de quesos con duraznos y mermelada de uva de la casa, higos rellenos de queso de cabra, charcutería y pan tomate con jamón serrano. Por supuesto, todos los manjares que hemos mencionado van acompañados de una copa de vino del lugar, que son muy deleitables y tienen buenos precios.

Después de tantas emociones se llega a dormir a una casona que fue parte de la hacienda, ahora convertida en un pequeño hotel con cinco primorosas habitaciones.

Si de plano se quiere quedar a vivir aquí, Puerta del Lobo cuenta con un fraccionamiento para quienes desean hacer de la cultura vitivinícola su estilo de vida. Ya hay casas a la venta en un estilo contemporáneo, sobrio y elegante en las colinas del lugar. En los jardines tienen su viñedo privado, lo que permite a su habitantes ser testigos de todo el proceso de producción de un buen vino.

Regresamos revitalizados y felices, pero todo se apagó al enterarnos de la terrible tragedia del Metro. ¿Cómo podemos acompañar a los deudos en su dolor? ¿Qué podemos decirles? Sólo queda exigir una investigación verdaderamente seria y castigo a los responsables. Esto no puede volver a suceder.