Opinión
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Mar de Historias

Los placeres de la carne

D

espués tantas y con frecuencia inútiles llamadas me di cuenta de que no podía seguir ateniéndome a los telefonistas y repartidores, así que –protegida por la segunda dosis de vacuna– consideré que era el momento de retomar mis responsabilidades, empezando por la ida al supermercado. Después de más de un año de mantenerme replegada pensé que sería bueno celebrar la nueva etapa con un suculento platillo a base de carne fresca y jugosa. ¿Cerdo, res o ternera?

Salí temprano de la casa a fin de evitar posibles aglomeraciones. Al parecer, el único edificio que por la zona no se encontraba en renta o en venta era el supermercado. Pese a cierto desabasto en los anaqueles, el ambiente era festivo gracias a las cartulinas multicolores con las ofertas del día; contribuían también el olor de las flores y las frutas que, juntos, eran una invitación al disfrute. Después de tantos meses de relativa sobriedad me pareció un llamado irresistible.

II

Guiada por las flechas en el piso, me encaminé a la sección de cárnicos. Los azulejos en las paredes, los muebles blancos, la iluminación fría, la temperatura baja seguían dándole cierto parecido a un quirófano.

La fila de clientes ya era considerable y me tocó la ficha nueve. Mientras esperaba mi turno me puse a ver los refrigeradores impecables llenos de cortes magníficos y a imaginarme el delicioso platillo que pensaba preparar a base de carne, pero cuál: ¿cerdo, res o ternera?

Como si hubiera leído mis pensamientos, la mujer que iba detrás de mí comentó: No sabe uno ni qué comprar. Todo se antoja. Por cortesía, me volví hacia mi interlocutora: Las costillas se ven muy frescas, pero me parece que el sirloin está más jugoso, aunque un poco caro.

Adiviné la sonrisa de la desconocida, bajo el cubrebocas, antes de aconsejarme: Mientras estemos aquí, cuando se pueda, hay que permitirse un gusto. Ya después... Quise ponerme a su altura con una frase que le había oído decir a una señora minutos antes: Pero sin propasarse, porque luego se entusiasma tanto que acaba comprando lo que no necesita.

La mujer levantó el pulgar para expresarme su aprobación y, sin que se lo pidiera, me dio su nombre: Celia. Le dije el mío y quiso saber si era vecina de esos rumbos. No, pero hago el viaje hasta acá porque en este súper siempre encuentro lo que necesito y, sobre todo, muy buena carne. Usted, ¿sí es de por aquí?

Celia miró en todas direcciones antes de contestarme: No. Cuando puedo vengo para hacer mis compras y, de paso, como no me gusta sentir que pierdo el tiempo, aprovecho para promocionar mis productos. A los jefes no les gusta que venga. Piensan que quiero hacerles la competencia, ¡qué bárbaros! Lo bueno es que hoy no me han visto, porque si no ya me hubieran echado.

Su tenacidad me hizo admirarla e interesarme por su trabajo, así que le pregunté cuál era el ramo que manejaba. Celia alargó la mano y casi tocó mi brazo: Qué bueno que me lo pregunta, porque es señal de que se interesa. No me extraña. Dirá que soy medio bruja, pero desde que la vi entrar al súper adiviné que sería la persona favorecida con nuestra promoción. Sin apartar los ojos de mí, tomó aliento y siguió hablando, pero ya en un terreno más personal que me extrañó: ¿Tiene familia? Sí, un hermano, pero no vive aquí. No importa: afortunadamente ya contamos con servicio foráneo de entrega inmediata y sin costo. Si usted se decide él se verá beneficiado con nuestra promoción del dos por uno.

III

Estaba a punto de ser atendida. Antes de que un carnicero me preguntara, debía saber si iba a pedirle carne de cerdo, res o ternera. Imposible concentrarme, porque Celia seguía hablando, dispuesta a terminar su exposición y le di pie a que lo hiciera: ¿Qué producto ofrece? Volvió a tomar aire, como a punto de dar un salto al vacío y con voz engolada respondió: Antes, permítame decirle que siempre empleamos materiales ecológicos, muy amigables con el ambiente, que además repelen la humedad por un tiempo conveniente. Celia no había satisfecho mi curiosidad y me asaltó una duda: haber escuchado su larga explicación ¿me obligaba a convertirme en su clienta? No necesariamente, pero quizá valdría la pena saber qué producto apoyaba. Halagada por mi curiosidad, noté su expresión triunfal cuando murmuró muy cerca de mi oído: Ataúdes. Había esperado oír cualquier cosa, menos eso. Quedé sin palabras. Celia atribuyó mi desconcierto a ignorancia y enseguida hizo gala de su dominio del idioma: Ataúdes, o si lo prefiere, catafalcos, féretros; también se dice cajas, pero no uso esa palabra: se oye fea, despectiva.

Perdí la paciencia y grité: ¿Cómo se atreve a hablarme de esas cosas aquí? Todo mundo se volvió a mirarnos, se produjo un rumor y Celia se llevó el índice al cubrebocas para suplicarme silencio. Siguiente, gritó un carnicero. Faltaba un turno para ser atendida, pero me sentía tan cohibida por las miradas, las sonrisitas y los comentarios aislados que renuncié a hacer mi compra y escapé tan rápido como pude.

IV

En el estacionamiento le pedí al guardia que me consiguiera un taxi. Lo abordé a toda prisa, pero antes de que el chofer arrancara, Celia –que supongo salía huyendo– arrojó por la ventanilla un folleto multicolor y se disculpó: Olvidé aclararle que la promoción es sólo por este mes. Aprovéchela... Piense en su hermano. Nunca se sabe.

Regresé a mi casa agobiada por lo ocurrido, con dolor de cabeza, cansadísima y, para colmo, con las manos vacías. Después de un breve descanso, humilde y arrepentida, marqué el número del supermercado. Mientras obtenía respuesta me reanimé pensando que aún estaba a tiempo para disfrutar de los placeres de la carne. ¿Cerdo, res o ternera?