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La muestra

La Llorona

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▲ Fotograma de la cinta de Jayro Bustamante
U

n buen cristiano. Entre 1982 y 1983 gobernó en Guatemala, luego de un golpe de Estado, el general Efraín Ríos-Montt, militante anticomunista y católico ferviente. Entre sus excesos autoritarios destaca una masacre de indígenas ixiles por la que años después habría de ser condenado a 80 años de cárcel con cargos acumulados por genocidio y delitos de lesa humanidad, sentencia que sería anulada bajo el argumento trillado de que la fiscalía había armado mal el expediente. Su muerte, a los 91 años, dejó inconcluso dicho proceso. Esa historia la refiere, de modo elocuente, la cineasta guatemalteca Izabel Acevedo en su documental El buen cristiano (México, 2016). El también director guatemalteco Jayro Bustamante, presenta ahora en La Llorona (2020), una ficción que alude a esos mismos hechos, pero mediante un acercamiento que combina realismo y elementos sobrenaturales en una parábola política sobre los demonios de la culpa y una redención moral imposible.

La llorona es la parte final de una trilogía del desprecio que incluye a Ixcanul (2015), primer largometraje de Bustamante, donde una joven indígena se enfrenta al racismo al intentar liberarse, fuera de su comunidad, de la presión de sus padres para imponerle un matrimonio indeseado, y luego Temblores (2019), cinta en la que un hombre de 40 años se obstina en no aceptar la pretendida cura a su homosexualidad por parte de su familia evangelista. A estos dos relatos los anima, en el primer caso, la denuncia de un clima de intolerancia contra los indígenas (indio, el epíteto racista por excelencia) y en el segundo, contra los homosexuales (huecos, el insulto homofóbico local), para después culminar en La Llorona con esa descalificación suprema de comunista aplicada a cualquier expresión de disidencia social o política en el país. A partir de la relaboración de una leyenda popular en la que una madre arrepentida por haber ahogado a sus hijos, vaga inconsolable por las calles provocando el espanto general, el cineasta evoca la tragedia de los indígenas asesinados cuyas ánimas regresan para atormentar a sus verdugos.

El relato de Bustamante refiere de manera sobria la carga de desprecio racista que exhiben el general Enrique Monteverde (Julio Díaz en una caracterización estupenda) y sus familiares, en especial su esposa Carmen (Margarita Kenefic), así como la doble moral con que intentan disimularlo en el trato paternalista que dispensan a su personal doméstico (ecos de Roma, de Alfonso Cuarón y El ombligo de Guie’dani, de Xavi Sala). Esta disección social que concentra en un microcosmo doméstico las tensas polarizaciones en una sociedad en extremo conservadora, pierde sin embargo fuerza dramática al diluirse su propuesta en un registro de lo sobrenatural, cargado de simbolismos vueltos clichés del cine de horror, que de manera aventurada ha elegido el realizador. El riesgo mayor de esta apuesta es que su denuncia política se convierta esta vez, para muchos y en esencia, en una mera reprimenda moral. La Muestra Internacional de Cine cierra hoy su edición refrendando oportunamente la calidad y relevancia global de un cine guatemalteco muy a menudo ignorado.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12 y 16:45 horas.