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Antimonumento, antilibro y formas de rebelión
L

os libros, como la mayoría de los objetos en las sociedades capitalistas, tienen un estatuto de mercancías. Éstas son el dispositivo a través del cual el capital se reproduce y constituyen las subjetividades dóciles y productivas. Una de las vías para quebrar el circuito de las mercancías es mantener el valor de uso de los objetos. El libro Antimonumentos. Memoria, verdad y justicia, editado por la Fundación Heinrich Böll Stiftung en 2020, intenta operar desde este punto de vista en un sentido peculiar.

Primero, porque es un objeto gratuito que se puede descargar en la página de la Fundación. Segundo, porque se inserta en un campo de disputas sobre la historia y la memoria. Por un lado, la historia oficial, con sus personajes y fechas conmemorativas; por otro, las historias de los pueblos y comunidades agraviados. En un extremo, la lógica del poder expresada en monumentos, como el horrible Guerrero Chimalli de Sebastián o la Estela de la luz, símbolo de la corrupción del calderonato. En otro, las lógicas de los de abajo, colectivos, trabajadores, feministas y trans, que promueven la defensa de los cuerpos, la tierra, el trabajo digno, las identidades y el respeto a la vida a través de diversas manifestaciones, como las que en este libro se denominan como antimonumentos. Este libro contiene las experiencias de cinco antimonumentos instalados en la Ciudad de México: el +43, el 49ABC, el +65, el del 68 y la Antimonumenta. Tercero, por el “estatuto político“ de los números. 43, 49, 65 y 68 son números, pero a diferencia de la algoritmización para disciplinar y continuar con la acumulación del capital, esos números son manifestaciones de insubordinación. Su índice apunta a la rebeldía y registro de una memoria política que dice no a la injusticia, la mentira y el olvido.

Pero el libro tiene un cuarto elemento que lo sustrae al estatuto fetichizador de mercancía: la manera en que está redactado. Primero, la voz anónima de quienes promueven la construcción e instalación de los antimonumentos. A decir verdad, más que anónima, es secreta y colectiva, como las células clandestinas de los viejos tiempos revolucionarios, que se reunían para confabular y tratar de crear un mundo mejor. Téngase en cuenta que son estructuras que pesan cientos de kilos y en promedio tienen más de tres metros de altura. Eso requiere de una cantidad de recursos, materiales, apoyos y esfuerzos nada menores (para quien quiera darse una idea de las estrategias, contextos e informaciones sobre la fabricación e instalación de los antimonumentos, es fundamental leer el artículo de Gloria Muñoz publicado en La Jornada Semanal).

Pero esa voz colectiva y secreta es, a su vez, contrapunteada por otras voces registradas en el libro: las palabras de personas concretas directamente implicadas en el dolor, la exigencia de justicia y rebeldía. El antimonumento representa para mí el no olvido, la empatía y la solidaridad, dice Julia Escalante, madre de Fátima Sofía, una de las niñas fallecidas en el incendio de la Guardería ABC, en Hermosillo. “Quisiera que el antimonumento +43 quede como una historia, como un símbolo…”, declara Cristina Bautista, madre de Benjamín Ascencio Bautista, uno de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos. Es un lugar digno de memoria histórica porque las larguísimas marchas del 68 partían de la explanada del Museo Nacional de Antropología y culminaban en el Zócalo, afirma el combativo y octogenario marxista Alberto Híjar, ex desaparecido y activista político. El antimonumento (a los 65 mineros) es como un paquete, un símbolo de renovación, afirma Christina Auerbach, integrante de Familia Pasta de Conchos.

El antimonumento a los 65 trabajadores mineros muertos en la mina carbonífera Pasta de Conchos, en Coahuila, es además emblemático porque el trabajo en las minas representa parte de los procesos de acumulación del capital, explotando directamente la fuerza de trabajo y apoderándose de los recursos naturales por parte del capitalismo global. Por ello, el antimonumento +65 también condensa las luchas anticapitalistas. Y esas luchas pasan por renovar y revitalizar el concepto de trabajador y lucha de clases. No es casualidad que se haya instalado afuera del símbolo de la fase actual de capitalismo financiarizado: la Bolsa Mexicana de Valores.

Decía Walter Benjamin en sus T esis sobre la historia que el pasado lleva un índice oculto. Ese índice nos señala que ningún hecho pasado que agravie puede ser olvidado. Frente a los monumentos como medios de control, Antimonumentos. Memoria, verdad y justicia registra la manera en la que convergen en el presente diversos tiempos históricos agraviados y exigen su actualización para hacer justicia, no olvidar y que no se vuelvan a repetir: la masacre del 68, los desaparecidos normalistas de Ayotzinapa, el incendio en la guardería ABC, los mineros enterrados en Pasta de Conchos y las víctimas de violencia patriarcal y del feminicidio.

* Filósofo y poeta. Profesor investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa