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Adiós al maestro

Su aporte en el universo editorial

Expandió los límites del diseño gráfico del país desde los años 50

Su paso por la Imprenta Madero constituyó un paraíso, un laboratorio para el artista // Desde 1956 su presencia resulta esencial en nuestra vida cultural, escribió Carlos Monsiváis

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▲ Fernando Benítez, en el piso, en los inicios de este diario, en las oficinas de La Jornada Semanal. De izquierda a derecha: José María Pérez Gay, Vicente Rojo, Héctor Aguilar Camín, Fernando Solana Olivares, Arturo Fuerte, Adolfo Gilly, Carlos Payán Velver y Efraín Herrera.Foto Archivo La Jornada
 
Periódico La Jornada
Viernes 19 de marzo de 2021, p. 5

Vicente Rojo irrumpió en la escena del diseño gráfico en México para expandirlo en los años 50 del siglo XX.

Así lo explica el libro Diseño Gráfico en México. 100 años, 1900-2000 donde se le dedica un capítulo a la trayectoria del artista fallecido este miércoles, sobre todo para detallar su labor en el campo editorial, la cual se potenció en la Imprenta Madero, un paraíso, un laboratorio para Rojo, como él mismo recordaba.

Desde que llegó a México, a los 17 años, Vicente Rojo se convirtió en asistente de Miguel Prieto (1907-1956) y devino en el más vanguardista de sus discípulos. Su primer encargo fue el diseño de la revista del Frente Nacional de Artes Plásticas.

En 1953, a los 21 años, Rojo ya tenía a su cargo la dirección artística de Artes de México, revista que fundó con Miguel Salas Anzures. Al año siguiente, luego de trabajar también para la Universidad Nacional Autónoma de México, en el área de Difusión Cultural a cargo de Jaime García Terrés, comenzó su relación de largo aliento con los talleres gráficos de la Librería Madero.

De él son también muchas de las emblemáticas portadas de la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica. En 1960 participó en la fundación de la Editorial Era, a cargo de la dirección artística.

Bajo ese sello, la serie Alcena fue su laboratorio, donde todas las portadas y las páginas interiores eran diferentes.

Carlos Monsiváis, en el prólogo del libro Vicente Rojo: cuarenta años de diseño gráfico, explica que el artista asimiló una gran lección de su maestro Prieto: las publicaciones periódicas también tienen obligaciones estéticas.

“A la muerte de Prieto en 1956, Rojo lo releva y, desde ese momento, su presencia resulta esencial en nuestra vida cultural, en el desarrollo del diseño gráfico y en la implantación de sus niveles de calidad –escribe el ensayista–. Para ubicar la importancia de México en la Cultura (suplemento que dirigió Fernando Benítez en los años cincuenta) y del trabajo de Rojo, debe recordarse el contexto: un periodismo mexicano inerte y descuidado, sometido a las variantes de la cultura priísta, carente de crítica y negado a cualquier renovación formal; las artes gráficas, en situación ruinosa y con técnicas anticuadas; la industria editorial alejada de los grandes logros de fines y principios de siglo y sobredeterminada por la escasez de lectores. Si Benítez impulsa a los nuevos creadores y se ocupa en redefinir la tradición cultural, Rojo se propone (y lo consigue) atraer lectores de otra manera, subrayando lo evidente: los ofrecimientos culturales empiezan por la educación visual.”

Rojo diseñó las letras de los títulos de las películas Torero (1956), de Carlos Velo, y Nazarín (1959), de Luis Buñuel, así como alfabetos para la revista Plural y algunos logotipos para empresas culturales.

Hacia la década de 1970, recuerda Luis Almeida, director de la Imprenta Madero (de 1982 a 1985), se incorporó con ellos un grupo de jóvenes, “siempre orientados por Vicente, bajo un idea de taller, donde el trabajo individual tenía una presencia de colectivo. No había otro lugar de impresión en México que incluyera diseño y producción. Rojo trabajaba de la misma manera que cualquiera de los jóvenes, nunca quiso tomar un papel de director, él no decía de qué manera se hacían los trabajos. Con labor, su ejemplo y actitud aportaba al colectivo su capacidad inigualable en la construcción tipográfica, su respeto por los contenidos, su sentido de síntesis en la imagen y de economía en los procesos de impresión. Esta fue la mejor escuela que ningún alumno de diseño hubiera podido tener”, celebra Almeida en el ensayo incluido en Diseño Gráfico en México. 100 años, 1900-2000, libro publicado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México en 2010.