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Vinculan el desarrollo de capacidades cognitivas con la caza de presas pequeñas
 
Periódico La Jornada
Miércoles 3 de marzo de 2021, p. 2

Madrid. Extinguidos los grandes animales, la necesidad de cazar presas más pequeñas llevó a los humanos a desarrollar capacidades cognitivas superiores, evidenciadas por el crecimiento del volumen cerebral.

Un estudio de la Universidad de Tel Aviv propone esta explicación para la evolución fisiológica, conductual y cultural de la especie humana, desde su primera aparición, hace unos 2 millones de años, hasta la revolución agrícola (hace unos 12 mil años). La nueva teoría se publicó en Quaternary Journal.

En los años recientes se ha acumulado cada vez más evidencia de que los humanos fueron un factor importante en la extinción de los animales grandes y, en consecuencia, tuvieron que adaptarse a la caza menor, primero en África y luego en todas las demás partes del mundo.

En África, hace 2.6 millones de años, cuando surgieron los seres humanos, el tamaño medio de los mamíferos terrestres era cercano a los 500 kilos. Justo antes del advenimiento de la agricultura, la cifra había disminuido en más de 90 por ciento, hasta varias decenas de kilos.

Según los investigadores, la disminución del tamaño del juego y la necesidad de cazar animales pequeños y veloces obligaron a los humanos a mostrar astucia y audacia, proceso que exigió un mayor volumen del cerebro y luego condujo al desarrollo del lenguaje que permitía el intercambio de información. La teoría afirma que todos los medios sirvieron a la conservación de la energía corporal.

Al comparar el tamaño de los animales en las culturas arqueológicas, que representan diferentes especies de humanos en el este de África, el sur de Europa e Israel, hallaron que en todos los casos hubo una disminución significativa en la prevalencia de ejemplares que pesaban más de 200 kilos, junto con el aumento en el volumen del cerebro humano.

Relacionamos el aumento del volumen del cerebro humano con la necesidad de convertirnos en cazadores más inteligentes, explicó Miki Ben-Dor, autor del estudio. Por ejemplo, la necesidad de cazar docenas de gacelas en lugar de un elefante generó una presión evolutiva prolongada sobre las funciones cerebrales de los humanos, que ahora gastaban mucha más energía en el movimiento y en los procesos de pensamiento.

La caza de animales pequeños, constantemente amenazados por los depredadores y, por tanto, muy rápidos, requiere una fisiología adaptada a la persecución, así como herramientas de caza más elaboradas. La actividad cognitiva también aumenta a medida que el seguimiento rápido requiere decisiones rápidas, basadas en un conocimiento fenomenal del comportamiento de los animales, información que debe almacenarse en una memoria más grande”.