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¿La fiesta en paz?

De Caracas y Quito a Washington, pasando por Puebla

S

ale peor el remedio que la enfermedad, es decir, que aquello que se identifica como problema y se pretende solucionar, si no va acompañado de la necesaria información y criterio, el resultado será empeorar lo que se quería enmendar. Poco importan los propósitos, por nobles o justicieros que se pretendan, que si no hay una percepción amplia del asunto a resolver, de los factores y sectores involucrados, de la responsabilidad de unos y otros y del impacto social del supuesto remedio, pues el tiro sale, irremediablemente, por la culata.

Al poder siempre le ha resultado más cómodo prohibir que legislar, vigilar y hacer cumplir la ley, y más fácil abolir que regular aquello que pretende invalidar con el antojo de un decreto o, peor aún, con el cobro de facturas a sus enemigos políticos. Si a esa frivolidad gubernamental se añade la terquedad de unos en mantener sus privilegios, la negligencia de otros a defender sus derechos y la fomentada pasividad de la ciudadanía, los ingredientes del prohibicionismo están dados.

Cuando Hugo Chávez llegó al poder (1999), César Girón, el matador más importante de Venezuela en la historia del toreo mundial, llevaba ya 28 años de muerto ysalvo su hermano Curro, César Faraco, José Nelo Morenito de Maracay y, quizá, Leonardo Benítez, ningún otro diestro logró destacar a escala internacional. Por ello el Nuevo Circo de Caracas fue expropiado en 2005 y dejó de funcionar como plaza de toros luego de servir como escenario de los triunfos de figuras extranjeras.

El chavismo, en lugar de revisar los criterios de gestión de los colonizados empresarios taurinos y comprometerlos a generar en el corto plazo, junto con ganaderos, toreros y público, nuevos valores venezolanos, decidió convertir el hoy centenario coso y su alegre fachada neomorisca en un centro de desarrollo cultural. Pero nadie se dio cuenta de que con esta medida Chávez le hacía el juego al pensamiento único anglosajón y al consenso de Washington.

Cuando Rafael Correa ocupó la presidencia de Ecuador (2007), sabía de las añejas preferencias de los empresarios españoles por sus paisanos toreros, así como del increíble marasmo de los taurinos ecuatorianos por, otra vez, estimular el surgimiento de toreros nacionales capaces de destacar en escenarios internacionales. Identificó a sus rivales en la política, vio los nexos de éstos con el entramado taurino y mediante una consulta popular, faltaba más, concluyó que la población, aunque no supiera, no quería que el toro fuese muerto en la plaza, suspendiéndose los festejos taurinos en Quito, hasta entonces al servicio de la torería importada. El colmo de los errores de Correa fue elegir a Lenín Moreno como candidato a la presidencia, que éste ganara y enseguida se declarara vasallo del gobierno gringo, para beneplácito de Washington, no para beneficio de los preocupados animalistas quiteños. El culpable es Correa, sostienen los taurinos.

Pero la ruta del prohibicionismo taurino hace una escala en la bella pero descuidada ciudad de Puebla, donde una voluntariosa alcaldesa sigue coqueteando con el oportunismo y la irresponsabilidad, habida cuenta de que Claudia Rivera Vivanco considera que en esa capital el tema de los toros y su eventual prohibición es prioritario. De nuevo, la tauromaquia como rehén de querellas políticas −el gobernador Luis Miguel Barbosa taurino, entonces yo antitaurina−, como pretexto de falso progresismo y plataforma de inexistente sensibilidad social. ¡Ah, qué Morena y sus infiltrados del pensamiento único pero incluyente! ¿Alguien podrá poner un poco de orden en ese temerario partido?