Opinión
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Para Iker Larrauri
P

ues estamos aquí, querido Iker, para celebrar tu vida, tus actos y tus obras, y para agradecerte todo el bien que has hecho a tantas personas, a tantos quehaceres humanos y a tantos países.

Tengo miedo de que las palabras se me queden cortas porque no veo manera de resumir tu vida larga y amorosa en tantos planos.

Has estado en tantos asuntos importantes sin perder nunca la sencillez. Has creado y fortalecido instituciones sin volverte institucional. Has acumulado tantos conocimientos sobre tantas cosas sin incurrir en el enciclopedismo y la pedantería.

Empecemos por eso, por el conocimiento. Dicen que los saberes son hijos de la curiosidad pero a mí me parece que los tuyos, tus saberes, han surgido del amor más desaforado a la gente, a los animales, a las cosas y a las disciplinas. A la historia. A las artes. A la museografía. A la arquitectura. A las ciencias sociales. A la anatomía y a la fisiología. A la materia y a los materiales. A los procedimientos y a las técnicas. A los oficios. A la música. A los movimientos corporales. A los trebejos. Al caminar y al reposar de los seres animados. Al triperío de las máquinas. A la organización de las sociedades. Al rigor intelectual y a la verdad. A las anécdotas ligeras y a las historias tremebundas. A los viajes y a las comilonas. A tu país y a los otros países. Al idioma. A la expresión certera. A los símbolos y a sus significados. A los principios y a la honestidad.

Y luego transformaste el amor a todos esos saberes, Iker, en obras y creaciones de toda clase: desde apuntes a lápiz hasta murales; desde guiones hasta museos; desde bocetos hasta construcciones; desde un afán de transformar la realidad para bien hasta programas gubernamentales tan portentosos como el de Museos Escolares. Todavía ahora, más de 40 años después, en mi andar por rincones de México, me he topado en varias comunidades con las huellas y el recuerdo de esa obra tuya tan visionaria, que llevó a niños y jóvenes a comprender y usar las cosas para aprehender su historia y su entorno, para dignificarse y para comunicar. Has dejado, en éste y en otros países, espacios y volúmenes, trazos e imágenes, graneros y centros ceremoniales, niños y jóvenes sorprendidos y conmovidos, discípulos y gente agradecida contigo.

Y lo has hecho con una discreción personal que debería ser ejemplo para los ególatras y los frívolos: siempre la obra por encima del nombre, la creación antes que la firma.

Pero todo esto sólo es una parte de la historia que no podría entenderse sin ver el otro lado, el de un hombre desapegado de rencores, respetuoso y amable con los desconocidos, cordial con los conocidos, generoso y solidario con sus amigos, amoroso para con sus padres, sus hermanos, sus hijos, sus sobrinos y sus nietos, amantísimo con su mujer.

Ésta es una de esas raras ocasiones en las que puedo estar seguro de que nadie estará en desacuerdo con lo que digo. Este homenaje es una pequeña rendija para que podamos asomarnos a una partecita de tu obra y de tu presencia en el mundo, pero es también, y sobre todo, un pretexto para decirte que celebramos y agradecemos todo lo que nos has dado, que tu amor desbordado por los seres, las ideas y las cosas es plenamente correspondido y que te queremos mucho, muchísimo más de lo que puede decirse con palabras.

Texto leído en el homenaje a Iker Larrauri realizado en el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología el 18 de mayo de 2017