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Mar de historias

Aquel diciembre

A

principios de marzo Otilia entró en el recorte de personal de La Bonanza. En vista de que no pudo conseguir otro trabajo, decidió instalar en su cuarto un pequeño taller. Allí, junto con Santa y Araceli –dos ex compañeras de la fábrica también desempleadas– elabora artesanías de fieltro y papel. Lucas, el vecino que antes era taxista, se encarga de comprar los materiales, ofrecer las manualidades en los comercios de los alrededores y hacer la cobranza.

I

Flota un leve olor a gas. En un ángulo del cuarto están la cama, un altero de cajas, bultos de ropa y un pino artificial adornado con luces que parpadean. Además de trastos de cocina, sobre la alacena hay una hornilla eléctrica, un radio de transistores, refrescos a medio consumir y platos con restos de comida. En el centro de la habitación hay una mesa con los materiales y las herramientas que emplean las artesanas.

Otilia: –¿No les parece que Lucas ya se tardó mucho?

Araceli: –Sí, bastante. Ojalá que no haya vuelto a empinar el codo.

Santa: –No creo. Alicia me contó que después del accidente tan feo que tuvo en su taxi el año pasado, Lucas le pidió que lo acompañara a la Villa para cumplir a la Virgen la manda que le debía y hacerle el juramento de que iba a dejar el trago.

Otilia: –Cada año vienen mis primas que viven en San Juan para que las lleve a la Basílica el día 12, pero esta vez no podremos ir porque estará cerrada. Qué triste, ¿no?

Araceli: –Pues sí, mi vida, pero si es para evitar el contagiadero, ¡qué bueno!

Santa: –¿Se acuerdan de cuando los de La Bonanza le llevábamos serenata a la Virgen el día de su santo?

Araceli: –Uh, sí; era bien bonito, desde hacer la colecta para los arreglos florales y el pago a los mariachis, hasta quedarse a la misa. Lástima que este diciembre los de la fábrica no vayan a tener peregrinación.

Otilia: –Tampoco harán posada ni el brindis de cada año. Me lo dijo Tola ayer que me habló por teléfono.

Santa: –¿Sigue en la fábrica?

Otilia: –Sí, pero la oí tristona porque hay rumores de que habrá más recortes y también porque, como uno de sus tíos murió de Covid, su familia no va a juntarse y no harán cena.

Santa: –En la casa tampoco. No lo siento por mí, sino por mis niños, que ya estaban bien ilusionados porque su papá les prometió venir para el 24. ¿Tocaron? Ha de ser Lucas. No sé por qué será, pero a ese hombre siempre se le olvida cargar la llave. Bajo a abrirle antes de que tire la puerta.

II

Otilia: –Oye Lucas, ya nos tenías preocupadas. ¿Cómo te fue?

Lucas: –Mal. La Bikina, que es donde más nos compraban, ya está cerrada. El de la relojería me contó que como doña Sara ya estaba debiendo varias rentas, el dueño le pidió desocupar el local.

Santa: –¿Te acordaste de cobrarle a la señora Esperanza la docena de servilletas que le hicimos?

Lucas: –Pasé a verla. Me dijo que su patrón todavía no le pagaba el mes y que mejor volviera el otro lunes.

Araceli: –Se me hace que mejor nos olvidamos de esa lanita, porque esa señora ya no va a pagar.

Santa: –Les dije que le pidiéramos un recibo. No quisieron hacerme caso y ahí tienen las consecuencias. Ay, es la primera vez que suena el teléfono. ¿Contesto?

Otilia: –Sí, pero si es Narciso dile que salí a entregar un pedido hasta la Martín Carrera y no sabes cuándo vuelva.

Santa: –Y ora, ¿qué te picó? ¿Por qué no quieres hablar con tu hermano?

Otilia: –Porque nada más se acuerda de que tiene familia cuando necesita dinero. Han de saber que ese cabrón es capaz de todo, menos de trabajar.

Araceli: –Me dijiste que iban a contratarlo para una obra en Tecamachalco.

Otilia: –Lo contrataron, pero no duró ni quince días: el trabajo se le hizo pesado y no le gustó eso de andar cargando ladrillos. ¡Qué fino! Semejante huevón. Sabe que hay montones de gente buscando chamba y él se da el lujo de botarla.

Araceli: –Ay, Otilia, ¡ya suéltalo!

Otilia: –Es que me tiene furiosa por flojo y por abusivo. Fue a pedirles a mis papás que los dejaran, a él y a su señora, vivir con ellos mientras encuentra un cuarto. Pero si no trabaja, ¿con qué piensa pagarlo?

Araceli: –Voy a poner agua. Se me antojó un café. ¿Alguien quiere?

III

Santa: –El cafecito me quitó el frío. Oye, Otilia, no nos has dicho cómo sigue tu mamá.

Otilia: –No se ha repuesto de la muerte del tío José. Era el menor de sus hermanos varones, pero ella siempre lo vio como a un padre. Me dijo que cuando eran chicos, todas las navidades a ella y a sus demás hermanos él les hacía regalitos, su posada con piñata y cena. De esas fiestas mi madre guarda muy grata memoria.

Santa: –Esas cosas se le quedan a uno para toda la vida. Recuerdo cómo festejábamos la Navidad en La Casona. Conforme iba acercándose el 24, no faltaba quien se ofreciera para hacer la coperacha. Con lo que se juntara nos íbamos en bola a La Merced para comprar el arbolito, las esferas, la olla para la piñata, la fruta, las colaciones, las suertes.

Lucas: –Por estas fechas mi padre nos llevaba, a mi hermano y a mí a Mixquiahuala para visitar al abuelo. Era un viejo a toda madre. Cuando regresábamos de algún paseo por el campo, nos hacía un ponchecito bien sabroso y elotes asados. Nunca he vuelto a probar otros tan sabrosos. Santa: ¿por qué lloras? ¿Dije algo que te molestó?

Santa: –No, para nada, al contrario. Pensé en mis hijos. Cuando sean grandes y se junten a celebrar la Navidad ¿cómo recordarán aquel diciembre con la Villita cerrada, sin fiestas ni regalos y, sobre todo, otra vez sin haber visto a su padre?