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Los de abajo

En el INPI hay lugar para las artesanías indígenas, pero no para ellos

E

n el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) hay lugar para el arte de las comunidades indígenas, llamado institucionalmente artesanía, pero no para las reivindicaciones de los pueblos. En el edificio tomado el pasado 12 de octubre por la comunidad otomí residente en la Ciudad de México se encontraron juguetes, esculturas, muñecas, trajes tradicionales, alebrijes, arte en madera, cerámica, máscaras, tejidos y un montón de mezcales abiertos y cerrados, todo lo cual, dicen los actuales ocupantes, tiene espacio en este elefante blanco, los que no cabemos somos nosotros, y por eso lo ocupamos.

Los pueblos, naciones y tribus indígenas no son piezas de museos o de ferias, ni de vitrinas ni rituales inventados. La visión contraria es la que prevalece en la comunidad que tomó los cinco pisos del edificio en demanda de vivienda digna y en rechazo a los megaproyectos que se imponen en sus territorios. Adelfo Regino, el titular de la dependencia y antiguo compañero de batallas de quienes hoy continúan defendiendo lo que son, no los representa, no a quienes se oponen al tipo de progreso que llega a sus pueblos con maquinaria pesada y elementos de la Guardia Nacional.

En el INPI hay dolor, cansancio e indignación. Y mucha rabia. Los y las hñähñu ven con recelo la vida burocrática de los funcionarios. Se burlan del sillón reclinable del titular de la dependencia, de sus trajes y de las botellas de licor en su oficina. No se explican para qué tanta computadora y papel, si a ellos hasta antes de la toma nunca les recibieron un oficio.

La reivindicación de la muñeca Lele (bebé en otomí), la misma que el gobierno federal sacó a pasear por tres continentes, es ahora confeccionada en el estacionamiento del INPI. En el mismo lugar donde se estacionaban los automóviles de los altos funcionarios de la dependencia, se levanta un taller de costura en forma. En una mesa se dibujan los patrones, en otra se rellenan, en una más se cosen y en otra se borda. La mesa del relleno es la imagen de la comunidad, en ella participan hombres, mujeres y niños llenando el cuerpecito del nuevo modelo: la Lele zapatista, que sí las representa.

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