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Fanfarria para la mujer no común
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Periódico La Jornada
Sábado 28 de noviembre de 2020, p. a16

La compositora Joan Tower cumplió 82 años hace dos meses en el anonimato del ámbito académico, donde se desenvuelve. Con excepción del New York Times, los medios de comunicación en el planeta ignoraron el hecho a pesar de que ella es una figura gigantesca, comparable a los grandes nombres que se quieran citar del santoral de la música de concierto en toda la historia de ese arte.

Su música es tan potente como la de Beethoven, posee esa reciedumbre de carácter, ese vigor que se creía exclusivo de los compositores. Pero Joan Tower es mujer. Eso explica el silencio, el ninguneo.

Hay pasajes en las partituras de esta compositora que nos llevan de inmediato a la contundencia de los episodios más densos, dramáticos y explosivos de las sinfonías de Shostakovich.

Posee la magia de la música de Bela Bartok, una de sus grandes influencias: esa complejidad que aparenta sencillez.

Lo suyo es la construcción de grandes catedrales de sonido en función de una vértebra que recorre el cuerpo entero de sus obras en un hilo narrativo que nos mantiene en vilo, al borde del asiento.

Tenemos en ella a uno de los grandes compositores, de esos que ya pasaron a la historia por su genialidad, por el valor de su obra, por la calidad de sus partituras que la vuelven inmortal.

Quienes saben bien que Joan Tower es un referente cultural son los instrumentistas, el director y todo el cuerpo colegiado de la Filarmónica de Berlín, la orquesta más importante del planeta y que no ha perdido presencia en la pandemia: desarrolla su temporada de conciertos de manera creativa, inteligente y muy aportadora. Miles y miles en el mundo seguimos semana a semana esas cátedras de humanismo, a través de la Digital Concert Hall, la sala de conciertos virtual que inventó Sir Simon Rattle hace más de un decenio, de cuando no había pandemia, lo cual nos confirma, nuevamente, que los modos de producción y de consumo cultural ya cambiaron para siempre y no se debe a la circunstancia de emergencia médica que mantiene al mundo entero en vilo, sino a la evolución de la especie, diría Darwin.

El hecho es que el concierto anterior de la Filarmónica de Berlín se convirtió, de manera elegantísima, en un reconocimiento gigantesco a Joan Tower, al incluir una partitura suya que dura solamente dos minutos y medio pero que contiene dinamita, vigor, emoción, amor, inteligencia: Fanfarria para la mujer no común.

El título, la obra y que la Filarmónica de Berlín la haya tocado en vivo enseguida de la Fanfarria para el hombre común, de Aaron Copland –también objeto de homenaje, pues el próximo miércoles se conmemora el trigésimo aniversario de su muerte–, tienen varios significados.

El más importante de ellos: se trata del reconocimiento mundial a una autora que merece todos los reflectores, toda la gloria, por la calidad de su obra, digna de un autor clásico en el sentido de atemporal, inmortal, valor que quedó demostrado en la sala vacía, la Philharmonie, sede de la Filarmónica de Berlín, debido a la pandemia, pero que presenciamos muchos miles en distintos puntos del planeta, en vivo.

Otro significado, tácito pero definitivo: la reivindicación femenina, la respuesta de las mujeres frente al dominio masculino.

La Fanfarria para el hombre común de Copland es un monumento, una obra referencial, una reina de la taquilla. Joan Tower compuso su contraparte, la Fanfarria para la mujer no común, para rendir homenaje a Copland y resignificar la presencia de las mujeres en un ámbito dominado históricamente por el patriarcado: el mundo de la música de concierto.

Joan Tower dedicó esa fanfarria a otra heroína: la directora de orquesta Marin Alsop, otra gran figura, cuyo talento también es regateado por ser mujer, en otro ámbito dominado por hombres. La marea femenina, sin embargo, emerge incontenible. He ahí el ejemplo de Mirga Grazinyte-Tyla, cuyo esplendor celebramos hace pocos meses aquí.

Cuando le preguntaron a Joan Tower si su Fanfarria para la mujer no común es una obra feminista, ella respondió de inmediato: “Claro que sí, es una partitura feminista y me siento muy orgullosa de que lo sea. He estado siempre en el movimiento feminista y en los foros donde discutimos y defendemos el papel de la mujer en la música. Me siento orgullosa de que sea también un homenaje a Aaron Copland, de quien mucho aprendí; un tributo a su honestidad. La Fanfarria para la mujer no común está dedicada a las mujeres; somos aventureras por naturaleza, asumimos riesgos”.

Así es que Joan Tower compuso otras cinco, para completar un ciclo de seis Fanfarrias para la mujer no común. En la quinta de ellas, como ejemplo de su gran sentido del humor y de la libertad, rinde homenaje a John Williams al citar el tema central de La guerra de las galaxias.

Una fanfarria, género muy gustado en todas épocas, es una obra de corta duración pero gran impacto. Es el caso de las seis fanfarrias de Joan Tower, autora de obras de larguísimo aliento, como su portentosa obra Made in America, su asombrosa Black Topaz, la bellísima pieza Snow Dreams, su monumental Concerto for Orchestra (a la manera de Bela Bartok, su mentor espiritual), su delicioso poema para percusiones titulado Tambor.

Joan Tower es una persona de esas que uno ama tan sólo de escucharla hablar: su inteligencia exuberante combinada con su sensacional sentido del humor nos desarman enseguida.

Por ejemplo, cuando le preguntan si se considera una compositora feminista, ironiza: “Cuando joven, no sabía responder a esa pregunta, pero ahora que soy vieja y sabia, ja, ja, ja, ja, digo: ‘sí, lo soy’”.

Su declaración de principios: Mi música gira en torno del ritmo y del sentido del tiempo. Pasé mi infancia en Sudamérica, donde aprendí a amar las percusiones; mi nana me llevaba a los carnavales, donde me aventaban una maraca, una castañuela, un tambor y desde entonces la música para percusiones es un eje de mi obra.

Esa influencia latinoamericana en su música es sutil, como lo es la obra de Beethoven, su maestro principal. De Beethoven aprendí a narrar, a construir estructuras narrativas. Gracias a Beethoven, yo me siento a escribir música como si estuviera escribiendo una novela y como Beethoven, construyo personajes y soy intuitiva, no hago mapas.

La honestidad de Joan Tower es demoledora. Otro de sus modelos es Igor Stravinsky. Al igual que el autor ruso, ella compone sentada al piano. Su obra titulada Petrushkates es una delicia dedicada a Petroushka, una de las obras maestras de Stravinsky.

En sus composiciones de música de cámara, sus influencias fluyen naturales: podemos escuchar el tema central de la Quinta Sinfonía de Beethoven en un cuarteto de cuerdas que concentrarnos en complejidades armónicas de gran dificultad, como su serie Breakfast Rhythms.

A Joan Tower le gusta la ironía, que es una de las formas más elevadas de la inteligencia. Ríe a carcajadas cuando responde así respecto de sus autores favoritos, y sus influencias: Soy sutil en cuanto a mi sabor latino, y muy evidente en mis influencias europeas: me gusta sentarme al piano a tocar obras de machos blancos europeos que ya están muertos.

Sugiero, hermosa lectora, amable lector, busque en Spotify, YouTube, Apple Music, Deezer, Idagio, Primephonic o en la plataforma de música de preferencia, la Fanfarria para el hombre común de Aaron Copland y enseguida ponga a sonar la Fanfarria para la mujer no común de Joan Tower.

Luego ponga a sonar Tambor, enseguida Made in America, Petrushkates, Platinum Spirals y culmine con el Concerto for Orchestra.

Al terminar esa sesión de escucha, estará de acuerdo en nombrar a Joan Tower, como lo hacemos en este momento, como una de las más grandes compositoras de todos los tiempos.

Queda asentado en actas.

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