Opinión
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¿Qué paso o qué pasó?
V

ía un acuerdo político, Estados Unidos retiró los cargos contra el general Salvador Cienfuegos que fue arrestado en Los Ángeles, California, el 16 de octubre, acusado de narcotráfico y lavado de dinero. Posteriormente, fue trasladado a Nueva York. La juez encargada del caso avaló su repatriación inmediata.

Montañas de palabras escondidas en archivos posteriormente seguirán a este acto relacionado con el descubrimiento de las partes más destructivas de las gentes en el poder en México.

¿Qué pasó?, no lo sé, pero viene a mi mente el libro de José Saramago Todos los nombres relativo al archivo y su componente destructivo. Los poetas nos mostraron el camino de las cosas del mundo que los demás no percibimos conscientemente.

En Todos los nombres de Saramago, registré el enorme placer de perderme en el concurso laberíntico de expedientes sin salida, pasadizos oscuros y cuenta de papeles empinados e inencontrables: lo desconocido que se difuminaba en la conservaduría de un registro civil. Diseminados en los estantes, medio enterrados unos casi ocultos por las telarañas y el polvo otros, veíase y no se veía la infinidad de registros sobre la vida y la muerte, vida-muerte, arrojados en diferentes épocas formando columnas que llamaban la atención sobre lo efímero de la persona, más allá de lo poderoso que haya sido.

Don José, el personaje de la historia de amor de Saramago, transcurre su vida en largos y solitarios paseos por los pasillos del registro civil o encaramándose en una escalerilla con fólders de la parte superior de los estantes olvidados y escondidos en oscuros rincones que examinados de cerca conservan escritos, datos de hombres, mujeres y niños que fueron inscritos en el momento de nacer o morir.

La flojera de dulces arrebatos, bella interceptadora de la realidad envuelta en vagas fantasías refugiadas en el registro civil al que da vida José Saramago, el genial escritor portugués. Al compas del ir y venir de la luz y oscuridad del cuarto reposan las actas de nacimiento o defunción que resurgen, se extinguen en el polvo, con olor a hojas de papel mojado que un día fueron vírgenes y desde una papelera alumbraba el camino del sol.

Este día, frío y soleado, fue propiciador de la magia que despiertan las historias alucinantes de Saramago vinculadas a las relaciones político-militares-judiciales entre México y Estados Unidos. Misterio que araña y enfría la piel y adentra en el juego de la vida-muerte. Porque eso sí, la raza amante del sol ni en los cubículos de los registros civiles se resigna a renunciar al sol en día soleado.

¡Que perezcan el cerebro, el corazón, el hígado, los genitales, los brazos y las piernas! Pero que los ojos se salven por si algún día una vieja hechicera quiere desafiar o descifrar el tiempo. En la lectura de montañas de expedientes de vivos, muertos, encarcelados, fusilados, un rayo de sol jugará con la muerte.