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En tierra extraña se halla la soledad, el hueco, la carencia: Yuri Herrera
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▲ Radicado en Nueva Orleáns, el escritor mexicano Yuri Herrera considera que la normalidad jamás volverá a ser igual a la que había antes de la pandemia.Foto Lizbeth Salas
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 24 de octubre de 2020, p. 7

Nueva Orleáns (Luisiana) no es Francia ni África ni América, pero hay que ver cómo su historia se ha configurado como crisol de culturas. Fue ahí donde, en pleno siglo XIX, la fiebre amarilla mató a 8 por ciento de su población y hoy, a 200 años de distancia, el Covid-19 ha despertado incertidumbres y temores similares a los que muchos experimentaron en aquella época. Es también, ahora, el hogar del escritor mexicano Yuri Herrera (Actopan, 1970).

Entre sus novelas –que retratan temas como la violencia, el narcotráfico, la migración y las relaciones de poder– se encuentran Trabajos del reino, Señales que precederán al fin del mundo y La transmigración de los cuerpos. Su más reciente libro, Diez planetas, publicado en España y México por la editorial Periférica, es un breve volumen de ciencia ficción que contiene 21 relatos.

En entrevista, el escritor señala que hay que pensar la realidad siempre como si fuera un mundo nuevo, como si estuviéramos descubriendo a otros seres y a otras costumbres, porque eso es lo que siempre estamos haciendo, aunque no seamos conscientes de ello.

–¿Cuál es tu relación con el género de ciencia ficción?

–Desde muy pequeño comencé a escribir. Al principio, cuentos; ahora se podrían llamar de ciencia ficción, fantasía o terror, pero lo cierto es que en aquel tiempo yo no estaba pensando en un género literario.

–La lectura de Diez planetas hace recordar a escritores como Ray Bradbury, Philip K. Dick, Úrsula K. Le Guin y de H.G. Wells.

–Antes que escritor siempre he sido un entusiasta de la lectura. Recuerdo que mis hermanos y yo –cuando éramos niños– releíamos un libro del Conacyt que justamente era una antología buenísima sobre ciencia ficción.

Para mí el género siempre ha sido ingrediente básico, escriba lo que escriba, la ciencia ficción me ha enseñado que hacer literatura es pensar la realidad siempre como si fuera un mundo nuevo y, al final, para mí, es como mi primer amor.

–¿Cuánto tiempo tomó escribir Diez planetas?

–Yo diría que un par de años, con algunos periodos más intensos. Unos dos o tres meses antes de que el libro ya se fuera a publicar escribí los últimos tres cuentos. El arte de los monstruos al final. Lo hice mientras trabajaba en El incendio de la mina El Bordo.

–¿Cómo te has sentido en el proceso?

–Emocionado. Un libro de cuentos es una cosa extraña porque aunque tengas una idea general del proyecto son piezas que se pueden ir acomodando de diferente manera, primero, al escribirlos, y luego, al leerlos; los cuentos iniciales van cambiando a los que siguen. Claro que los lectores pueden leerlos como ellos quieran.

La ciencia ficción de hoy es la real de mañana

Publicada en 2019, pero con una llegada retrasada a librerías a causa del coronavirus, la antología recoge un cuento bastante oportuno: El obituarita, en el cual dibuja el temor a tocar a los demás, a olerlos, y la aparente comodidad de tener control sobre la propia imagen, tema oportuno para la época actual.

–¿Cómo vives el tema de la alerta de salud?

–Con la incertidumbre de cuándo volverá la nueva normalidad porque la anterior, ésa, ya no va a volver.

–¿Cómo piensas que podría ser?

–Todo va a cambiar, ya estamos viviendo algunas cosas, muy pocas. Los empleos, los modelos educativos, la manera en que viajamos, la manera de saludarnos…

–¿El mundo del trabajo?

–Ahora mismo hay un montón de industrias que se están reconfigurando en función de los cambios tecnológicos, en términos de los hábitos de consumo y, a partir de ahora, la recesión. Y eso incluye a las editoriales.

“Éstas son las cosas más evidentes. Pensemos en toda la gente que no tiene empleo o que es informal, en las cosas que están haciendo para sobrevivir o seguir creando, el esfuerzo para conseguir una ligera calidad de vida, como cualquier persona migrante.

–¿Cómo viven los migrantes la situación?

–Depende cuál sea tu posición dentro de la sociedad. Yo soy un migrante afortunado, no he tenido que huir de hordas racistas disparándome a la hora de entrar al país. Tengo un empleo establecido, documentos, y aunque en varios lugares puedo sentir la presión de una sociedad racista ni de lejos sufro lo que los indocumentados. Es una enorme cantidad de cosas, no sólo problemas laborales. También es libertad de expresión. Muchas veces se piensa que ésta se reduce a tu capacidad para criticar al poder, pero en realidad empieza mucho antes, desde tu libertad para hablar en la lengua que se te pegue la gana y en este país hay muchísimos lugares donde trabajas por una miseria y porque algún imbécil te escuchó decir una palabra en español te empieza a acosar y llama a las autoridades para que te deporten.

–¿Como en el cuento que titulaste Los conspiradores?

–Sí, un poco. Este cuento me gusta mucho y es quizá el que más me costó. Es algo parecido, sólo que en el cuento el tema es un grupo que está oprimiendo a otro a través de la apropiación de su propio lenguaje. Aquí en Estados Unidos puedes ver algo similar con la comida rápida, por ejemplo los tacos.

Construcción de la memoria

A sus 50 años recién cumplidos, el mexicano se pronuncia partidario de la literatura como vehículo para poner a la luz temas que no aparecen en otras formas de escritura. Cuando le pregunto sobre los pocos registros que se encuentran en los libros sobre la gripe española de principios del siglo pasado, reflexiona y ofrece una posible explicación: quizá tiene que ver con cómo se construyen los cánones literarios en la memoria histórica, a veces no es tanto que no haya registros o voces, sino quién decide qué registros se canonizan y cuáles las voces a escuchar.

–La ciencia de la extinción es el primer cuento del libro donde el protagonista se enfrenta a la pérdida de la memoria. Platícanos, ¿tendremos registros literarios de la época que estamos viviendo?

–La respuesta tendrá que ver con ¿a qué se le está poniendo atención? En los años 50 del siglo pasado hubo otra pandemia de la cual, por alguna razón, nadie habla. Fue el virus H2N2, que también vino de Asia y el lugar donde más gente murió fue en América Latina, con más de un millón de muertos a escala mundial, y no escuchamos hablar de eso. El nivel de gravedad que se le da depende de si son vidas indispensables, pero ¿quién lo decide? Varía en cada época, pero evidentemente hay un factor que obedece a una lógica colonial. ¿Cuáles son las tragedias que califican como tales? ¿Cuáles como daños colaterales?

En sus libros, Yuri Herrera viaja a universos muy pequeños como el de una bacteria o tan gigantes como el de un cometa. Cuando platicamos sobre ellos, señala: el viaje puede ser una revelación y una epifanía. Pero también puede ser el descubrimiento de una gran soledad.

–Ésa, la soledad, no es nada más cuando no hay otras personas u otras voces, sino cuando las hay y no logras encontrar un vínculo. Hay un punto en el cual, más allá de las redes sociales y de relaciones personales que puedes desarrollar en el lugar a donde has ido, encuentras que hay una carencia que tú no sabías que tenías, un hueco que te da la distancia, sobre todo la permanente. Aún más cuando pasas demasiado tiempo lejos y extrañas, son cosas básicas para tu paz espiritual. Y no las descubres tan fácil, al menos yo no, hasta después de escribir este libro; no es que fuera un propósito inicial, sino que son cosas que van saliendo.