Opinión
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¿Y me pagan el muro?
M

i origen de hijo de emigrantes españoles me lleva a tener un vínculo inalterable con los migrantes de cualquier nacionalidad y agradecimiento al país que les permitió vivir en esta acogedora tierra.

Los migrantes aumentan en el mundo. Les ha surgido una nueva voz que se multiplica: Kamala Harris, quien comienza por refutar la autoridad del presidente Donald Trump, del jefe, del padre, del amo de familia, del dueño de la casa, del poder de la hospitalidad.

Todo esto mueve en el otro, en el extranjero, las mismas inquietudes que no se atreve a cuestionar. Cree vanamente que sometiendo u hostilizando al extranjero –¡me pagan el muro!– podrá acallar o ignorar sus propios cuestionamientos. El odio y la xenofobia que se intensifican hoy día intentan fallidamente devastar desde dentro una relación originaria con alteridad. Ojalá se pudieran entender estos sencillos consejos.

Anne Dufourmantelle, ante la pregunta por la hospitalidad dirigida a Jacques Derrida, no responde, sino que despliega la pregunta, insiste en ella, se pregunta y nos pregunta acerca de la hospitalidad, sobre la “acogida de aquel, aquella o aquello que acogemos en nosotros, en nuestra casa, en nuestro lugar propio, en el chez soi”.

Dufourmantelle, conocedora del pensamiento derridiano, en el prólogo de su libro La hospitalidad* nos dice: La hospitalidad se ofrece o no se ofrece, al extranjero, a lo ajeno, a lo otro, y lo otro, en la medida misma en que lo otro nos cuestiona, nos pregunta, nos cuestiona en nuestros supuestos saberes, en nuestras certezas, en nuestras legalidades, nos pregunta por ellas e introduce la posibilidad de cierta separación dentro de nosotros mismos, de nosotros para con nosotros. Introduce cierta cantidad de muerte, de ausencia, de inquietud allí, donde tal vez nunca nos habíamos preguntado o donde hemos dejado ya de preguntarnos, allí, donde tenemos la respuesta pronta, entera, satisfecha, la respuesta donde afirmamos nuestra seguridad, nuestro amparo.

Acoger al extranjero, brindarle hospitalidad nos pregunta y nos confronta sin ambages sobre nuestro propio desamparo, sobre aquello extranjero que a todos nos habita y contra lo cual nos defendemos con la ilusoria fantasía narcisista de incompletud, de unidad, de invulnerabilidad. Por tanto, la pregunta por el otro, por el extranjero, plantea y nos plantea reforzar la negación, acudir a la omnipotencia, reforzar el narcisismo y desemboca, por tanto, en la hostilidad hacia aquel o aquello que amenaza nuestra ilusoria completud. El anfitrión se hace vulnerable cuando acepta la pregunta. Resulta preferible elegir muros que aíslen al otro o legislar de manera arbitraria o bien perseguir o matar a aquel que amenaza con su otredad los frágiles límites que una vez traspasados nos confrontan con la propia otredad, que no sólo nos habita, sino que nos constituye.

Jacques Derrida opta por la pregunta, honestamente, ingenuamente, poéticamente. En este discurrir aparece, inevitablemente, la poética, lo mítico y lo ancestral. Aparece Edipo, el extranjero desde siempre y para siempre, “muerto fuera de la ley, más allá de la ley, sin tierra, ni tumba…” Sólo la poesía es capaz de decir, y no, aquello, que, entre la ley y la transgresión, puede hacer de la transgresión una ley. ¿Cómo entender si no la trágica figura de Antígona, aquella que es íntegra, fiel a sí misma, ahí donde transgrede?

Para Derrida, en línea con María Zambrano, la poesía es amparo abierto, que puede ayudar en la defensa contra la antipoesía tecnológica –la de Trump– que amenaza invadir la intimidad, pervertirla, hacerla pública introduciéndose en lo más íntimo de esa intimidad. Por tanto: un acto de hospitalidad no puede ser sino poético.

*Anne Dufourmantelle, La hospitalidad, Ediciones La Flor, Buenos Aires, 2016.